La creciente preocupación por la sostenibilidad ha llevado a las grandes potencias del mundo a marcarse ambiciosas metas de reducción de emisiones y, por ende, a fijarse agresivos objetivos en introducción de renovables en los sistemas eléctricos.
Así, por ejemplo, España pretende que en 2030, el 74 % de la energía eléctrica que genere sea de origen renovable, mientras que a nivel mundial esta tasa se estima en el 38 %, lo que implicaría instalar como mínimo 2.430 gigavatios (GW) "verdes" en el mundo en diez años, según un informe de PwC para la Fundación Naturgy.
Sin embargo, las renovables son intermitentes y poco gestionables, lo que obliga a contar con respaldo que permita garantizar el suministro en todo momento y es aquí donde el almacenamiento cobra relevancia, junto a la gestión inteligente de la demanda -por ejemplo, cargar el vehículo eléctrico por la noche-, y los ciclo combinados de gas -centrales que más respaldo dan en la actualidad por su rapidez de arranque y gestionabilidad-.
Los sistemas de almacenamiento de energía (SAE) son los únicos capaces de acumular electricidad y liberarla cuando sea necesario, mejorando la gestión de la producción renovable y postulándose como principal alternativa sostenible a largo plazo, según el citado informe, en el que se subraya que para su despliegue se necesitan señales de precio adecuadas y, en muchos casos, apoyo público o primas.
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"Para solucionar los retos de la transición cobran especial importancia los SAE a gran escala", entre los que destacan el hidrógeno verde, tecnología aún muy inmadura; las estaciones de bombeo (que reutilizan el agua desembalsada) y las baterías.
LAS BATERÍAS, LA MEJOR OPCIÓN
Según el informe de PwC, de todos ellos, las baterías se posicionan como el principal SAE para proporcionar servicios de red, debido a su acelerado desarrollo tecnológico, su escalabilidad y a la gran reducción esperada de sus costes, aunque no pueden cubrir las necesidades estacionales.
En la actualidad, las baterías ya prestan servicios de red países líderes en su integración, como Estados Unidos o Australia, aunque dependen del apoyo regulatorio.
A día de hoy, las baterías obtienen ingresos de tres formas principalmente: mediante arbitraje de precios (adquieren la electricidad cuando es más barata y la venden cuando es más cara); participando en servicios de ajuste (adecuando generación y demanda) y con ingresos regulados, como pagos por garantizar el respaldo.
El arbitraje puro de precios, según PwC, no puede ser la única fuente de ingresos para las baterías y debe acompañarse por otros mecanismos para que sean rentables y los inversores reciban una adecuada señal de precio.
Asimismo, para conseguir alcanzar un despliegue masivo de baterías en el futuro próximo, resulta necesario que se dé un gran desarrollo tecnológico, principalmente para solucionar su pérdida de capacidad de almacenamiento de energía y de intercambio de potencia, advierten.
Por otro lado, las baterías son la tecnología de almacenamiento que más reducirá sus costes a 2030, en especial las de ion-litio, cuyo coste se estima que caerá un 60 %, según el documento, que añade que, no obstante, para ser una pieza clave en la descarbonización deberán hacer frente a retos de sostenibilidad, como la seguridad en la extracción de materiales o su reciclaje.
LA HIDRÁCULICA, LA GRAN OLVIDADA
Según la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena), la capacidad de almacenamiento en baterías (excluidas las de los vehículos eléctricos) debería ascender en 2050 a 16.000 gigavatios hora (Gwh), frente a los 5 gigavatios que había en 2018.
Para este organismo, la producción de un gran volumen de hidrógeno a partir de energía renovable en combinación con su almacenamiento proporcionará flexibilidad estacional a largo plazo a partir de 2030.
Por su parte, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) aboga por desbloquear los proyectos hidroeléctricos, pues la ralentización de su crecimiento amenaza los objetivos de la lucha contra el cambio climático.
Según sus cálculos, la mitad del potencial mundial hidroeléctrico económicamente viable está desaprovechado pese a que tiene un papel clave en la transición, no solo por su peso relativo (un sexto de la generación eléctrica mundial en 2020, más que todas las demás renovables juntas), sino porque la capacidad de almacenamiento de las presas proporciona flexibilidad al sistema.
El organismo sostiene que si se abordaran adecuadamente los obstáculos que frenan su desarrollo, garantizado siempre el respeto al medio ambiente, la capacidad hidroeléctrica global podría incrementarse en un 40 % a 2030, para lo que también sería necesario dar "visibilidad de ingresos" a largo plazo para que los proyectos sean viables y atractivos para los inversores.
