El sello de esta historia en Breda es visible entre sus calles: el parque Valkenberg, que ha de cruzarse al salir de la estación de ferrocarril hacia el centro de la ciudad, fue una vez un jardín renacentista de la familia Nassau, igual que su impresionante castillo, que aún se encuentra en el parque aunque ahora acoge a la Real Academia Militar desde 1828.
La exposición, que requirió de cuatro años de preparación y abrió sus puertas este verano, lleva por nombre “Los Nassau de Breda: castillo, ciudad y país”, y busca descubrir a través de objetos históricos, pinturas, esculturas y documentos, los orígenes de la familia real que ocupa hoy el trono neerlandés, “una historia que ha jugado un papel en decidir el curso de la historia” de Países Bajos, dice el Stedelijk, situado en el corazón de Breda.
Al principio, esta familia “trajo mucha prosperidad y actividad” a la ciudad, pero Breda también fue “un centro estratégico durante la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), y fue sacudida varias veces por la maquinaria de guerra española y de los Orange-Nassau, lo que dejó a Breda muy dañada”, recuerda la comisaria de la exposición, Monique Rakhorst.
El recorrido empieza en 1403 con la historia de Juana van Polanen, entonces una niña de 11 años de familia acomodada. Hija de Juan III, señor de Breda, se casó ese año con el conde alemán Engelberto I de Nassau, y ambos pusieron los cimientos de una intrigante historia familiar, que derivó en la actual dinastía neerlandesa Nassau.
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Heredando numerosas propiedades y señoríos, los Nassau de Breda se abrieron camino en pocas generaciones hasta convertirse en figuras clave de las Cortes de Borgoña y Habsburgo, y en una de las familias nobles más ricas e influyentes de los Países Bajos Borgoñones.
Así, el nieto de Juana y Engelberto, Engelberto II (1451-1504), fue el primer Nassau en convertirse en miembro de la Orden del Toisón de Oro, una de las órdenes de caballería más antiguas de Europa, ligada a la corona de Austria y España.
A su muerte, le sucedió su sobrino Enrique III, tío de Guillermo de Orange, quien luego sería el padre de la patria neerlandesa. La vida de Enrique III estuvo llena de éxitos; ascendió en 1510 al cargo de chambelán principal del luego emperador Carlos V, el puesto más alto y de más confianza, y fue el propio emperador quien arregló su matrimonio con la marquesa española Mencía de Mendoza y Fonseca.
Enrique III (1483-1538) y Mencía de Mendoza se convirtieron en una pareja poderosa en ese momento y una de las herencias que dejaron a Breda es precisamente el castillo, que ambos transformaron en un palacio renacentista, frecuentado por artistas y humanistas. Tras la muerte de su marido, De Mendoza se casó con Fernando de Aragón, duque de Calabria.
A mediados del siglo XVI, Guillermo de Orange (1533-1584) se trasladó con su familia al castillo de Breda durante unos años, pero la agotadora Guerra de los Ochenta Años desgastó la hegemonía de los Nassau en Breda, así que la exposición en el Stedelijk se extiende solo hasta la Paz de Münster en 1648.
Los expertos del museo examinaron exhaustivamente las colecciones del Stedelijk, documentos del archivo municipal y del servicio de arqueología, para contar una historia nueva y coherente. También se llevó a cabo gran cantidad de restauraciones, incluidos retratos en medallones del Palacio de Nassau y un escudo de armas, ambos del siglo XVI, y una maqueta de 4,5 metros de altura de la torre de la iglesia Grande de Breda.
Se trata de “una historia humana milenaria y al mismo tiempo reconocible de amor, fiestas lujosas, ricos y pobres, astucia, intriga, luchas y conflictos”, enumera la pinacoteca. Los visitantes de esta exposición permanente harán un viaje en el tiempo a través de tres siglos y observarán el periodo de ascenso, florecimiento y declive de Breda, una ciudad que también fue el “caldo de cultivo de las ideas que coexisten hoy” en Países Bajos.
