Las estaciones del metro están inquietantemente vacías por las tardes, como el centro, que antes albergaba cafés frecuentados por mmiles de estudiantes de las universidades de la ciudad.
Cientos de ventanas, rotas por los golpes de los misiles contra las sedes de las autoridades locales, aparecen o cubiertas con paneles de madera o sin cristales. Sencillamente es que no tiene sentido volver a colocarlos.
"A los misiles rusos les lleva medio minuto llegar hasta aquí. Nuestro sistema de defensa antiaérea, no importa cómo de buenos sean nuestros chicos, no puede derribarlos a todos", explica Volodia, un taxista.
Esa cifra, la de los 30 segundos, la repiten muchos en la ciudad, donde normalmente se escucha una explosión ya antes de que comience a sonar la alerta.
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Los que no quieren asumir el riesgo se van y al menos 300.000 habitantes de la segunda ciudad ucraniana se han marchado de sus casas.
Sin embargo hay gente que ha ido volviendo y la población ha aumentado de un mínimo de unos 400.000 habitantes en marzo de 2022 hasta los 1,2 millones de agosto, según las autoridades locales. Muchos han vuelto a sus hogares, a su trabajo y a su familia.
Algunos citan el sentimiento de pertenencia, que no ha hecho más que reforzarse por los ataques rusos que amenazaron con derrotar a la ciudad el año pasado.
"La gente está hecha aquí de hierro y acero, como la propia Járkiv", dice Volodia.
Habla ruso pero cambia al ucraniano en cuanto recuerda lo peor de los ataques rusos y cuenta cómo se enroló en un grupo local de soldados voluntarios.
"Los rusos pensaron que les íbamos a recibir con los brazos abiertos. Después de que les dimos en los dientes decidieron destruir la ciudad, bombardearon en todas partes", cuenta a EFE.
La dureza de los ataques ha disminuido desde que la contraofensiva ucraniana logró casi echar a las tropas rusas de la región últimamente.
Sin embargo los riesgos pendientes hacen difícil acometer una restauración completa de la ciudad, conde la mitad de las calles y más de cinco mil edificios residenciales resultaron dañados.
"Hacer planes a largo plazo es muy difícil. Lo mejor que puedo hacer es centrarme en el aquí y el ahora. Porque es fácil que no haya mañana", dice el empresario Oleksandr Gorovyi, cuyo negocio resultó destruido.
Gorovyi fue testigo de la destrucción del cercano distrito de Saltivka Norte, donde fueron alcanzados cientos de edificios residenciales. Ahí vive ahora menos del 10 % de sus habitantes. Muchos pisos necesitan reparaciones urgentes que están paradas por la falta de dinero y de mano de obra.
"La mayoría de los hombres en edad de luchar en nuestra casa están en el Ejército", dice a EFE una mujer cerca de una guardería infantil destruida. Se puede ver un piano a través de una ventana sin cristales.
A pesar de los edificios medio calcinados hay un frágil sentido de normalidad y la mujer sonríe cuando se acerca su hija.
Sin embargo, con los combates a cien kilómetros de distancia mientras las fuerzas rusas presionan hacia Kupyansk, el resultado de la guerra es de todo menos claro.
"Lo principal es estar unidos. Si lo hacemos, ganaremos", dice Ygor Yefimenko, otro empresario que diseñó botas contra minas antipersona para proteger a los soldados y zapadores ucranianos de esos dispositivos anti-infantería.
Yefimenko se toma la precaución de ocultar la dirección de sus instalaciones de producción. Rusia ha estado atacando la ciudad de manera regular y el último golpe mató a siete empleados del centro de logística postal "Nova Poshta".
Los ataques son especialmente frecuentes cerca de la línea del frente y se ha ordenado la evacuación de los menores de diez asentamientos de la zona.
"Járkiv está listo para acoger a todos. Tenemos que recordar, sin embargo, que la ciudad misma puede ser atacada en cualquier momento", advierte su alcalde, Igor Terejov.
