El punto de reunión fue el parque Laikakota situado en el cerro homónimo, que en aimara significa lago de los brujos, situado en el centro de la ciudad y considerado uno de los sitios de mayor energía para realizar este tipo de ceremonias.
Varias horas antes del mediodía se congregaron grupos de música autóctona que interpretaron melodías típicas de la región andina, en las que predominan los instrumentos de viento y los tambores, mientras los intérpretes lucían trajes locales y bailaban.
"El 21 de diciembre, día del solsticio de verano, antiguamente los aimaras, los quechuas y el pueblo andino rendían culto al sol, al dios sol, porque es el que da fertilidad a la tierra para que dé fruto", explicó a EFE el historiador y artesano Juan Ricaldi.
Ricaldi mencionó que el punto central de la ceremonia se produce cuando el sol está en el cénit, justo cuando no hay sombra, para posteriormente pedir su bendición y beneficios en el tiempo en el que también comienzan las lluvias en el mundo andino.
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En el centro de la celebración se colocaron dos illas con rasgos humanos y a sus pies se dispusieron aguayos, una tela multicolor característica de las culturas originarias, sobre los que se colocaron pétalos de flores y recipientes con granos de cebada o quinua, entre otros.
"Es el tiempo de la abundancia de la Madre Tierra, en el que una semilla o ispalla germina en miles, entonces nosotros, los originarios, hacemos la ceremonia del gua, bailamos, porque absolutamente todo tiene vida", dijo a EFE Elena Martínez, una amauta o sacerdotisa andina.
Junto a las ispallas se colocaron muchas illas o amuletos sagrados con figuras de animales típicos de las tierras altas, como llamas, cóndores y sapos, que son símbolo de la fertilidad y de la complementación humana con la Tierra.
Asimismo, el vestuario, además de estar elaborado con tejidos nativos, estuvo adornado con varios collares de semillas de colores, que aluden a la celebración, junto a una gran figura de Viracocha, el dios supremo creador del mundo para las culturas andinas.
"Nuestra energía es esta, nuestra Navidad es esta", remarcó Martínez, quien expresó también respeto por las celebraciones del mundo occidental.
La celebración del solsticio de verano antecede también a la Alasita, que en aimara significa cómprame, una festividad que en la actualidad se celebra cada 24 de enero y que se basa en el intercambio de miniaturas que representan los deseos o aspiraciones materiales de la comunidad.
Sin embargo, originalmente la fiesta se realizaba en el solsticio de verano austral, el 21 de diciembre, con miniaturas que se ofrecían a deidades andinas como las illas e ispallas, pequeñas figuras de animales y productos agrícolas, para que a lo largo del año los deseos que representan se conviertan en realidad.
Estudiosos bolivianos señalan que la celebración fue trasladada a enero en 1783 por orden del entonces gobernador de La Paz, el español Sebastián Segurola, para conmemorar la victoria de sus fuerzas ante una sublevación liderada por el caudillo indígena Túpac Katari y en honor a la Virgen de Nuestra Señora de La Paz.
Por este motivo, durante la celebración del solsticio de verano también se instaló una pequeña feria de miniaturas que, según los sabios andinos, está destinada a que la población urbana también consiga los bienes materiales que desea.
