Constituimos el 50% de la población mundial, y es absolutamente legítima la pretensión de exigir igualdad de derechos, de oportunidades, de participar de la toma de decisiones en todos los estamentos, de liderar movimientos políticos, de exigir igualdad de remuneración por igual trabajo, de disponer de nuestro propio cuerpo, de exigir respeto y de no ser forzadas o violentadas por ninguna causa.
Cuando me dispuse a escribir esto, que es una obviedad, parece que estoy haciendo un reclamo en plena Edad Media. Nada puede justificar que no nos reconozcan estos derechos inherentes a las personas, en pleno siglo XXI; nada puede justificar que sigan estas demandas después de XXV siglos, durante los cuales fuimos progresivamente ignoradas, declaradas sin alma, sin capacidad de discernir, requiriendo las casadas, hasta hace pocos años, autorización del marido para recibir herencia, para trabajar, etc. Solo puede explicarse este absurdo por la subsistencia de sectores retrógrados en instancias de decisión en todo el mundo. Sectores que mantienen la violencia contra la mujer, para evitar la competencia que su irrupción en el mercado laboral ha significado, para evitar su ascenso al poder político, su liderazgo social y la justicia de nuestras reivindicaciones.
Esos sectores resisten cada vez más violentamente, y cuando mayor euforia genera la lucha reivindicatoria en todo el mundo. Es importante visualizar que las distintas demandas que las mujeres hemos llevado adelante a lo largo de la historia no son aisladas. Luchamos contra eslabones de una misma cadena para liberarnos de las relaciones de desigualdad que tenemos respecto de los varones. Los casos de violencia contra la mujer han recrudecido, pero son los últimos estertores de un estilo, de una época, de un sistema perimido. ¡Que se acabe la cobardía infame de los feminicidios, de la violencia familiar, ¡de las violaciones!
Pilar Callizo
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