Tres días de esperanza para un oprimido Paraguay

“Heta árama ojapo aimese hague penendive”, fue el saludo de Juan Pablo II en su primer discurso en Paraguay, causando gran sorpresa y emoción en un ansioso pueblo, que lo veía como una luz de esperanza en tiempos de gran opresión política.

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Faltando menos de un mes para que se cumplan 26 años de que Karol Wojtyla haya pisado tierra paraguaya, el Vaticano procederá a su canonización, tal y como él lo hizo con San Roque González de Santa Cruz y hermanos mártires a su paso por territorio paraguayo.

En un momento, en el que la dictadura stronista no cesaba con persecuciones, represiones y encarcelamientos y que menos de nueve meses después sería derrocado, llegó Juan Pablo II a poner paños fríos, tal y como la copiosa lluvia que se registró aquel 16 de mayo de 1988, que no impidió que unas 40.000 personas se agolparan en el parque Ñu Guasu a recibir al enviado del Señor.

El Santo Padre partió rumbo a Sudamérica el sábado 7 de mayo, materializando su viaje pastoral número 37. Antes de llegar al corazón de América, visitaría Uruguay, Bolivia y Perú.

Una multitudinaria convocatoria desde las primeras horas de la mañana del 16 de mayo esperaba por Juan Pablo II sin importar las fuertes precipitaciones que se desataron ese día.

Minutos después de las 13:00, los altoparlantes anunciaban que Juan Pablo II ya estaba en el Paraguay.

“Heta árama ojapo aimese hague penendive” (“Hacía mucho tiempo que deseaba estar con ustedes”), fue el saludo con el que el Papa sorprendía a todos, en un casi perfecto guaraní.

Así iniciaba Wojtyla su recorrido por el territorio nacional, trayendo su “mensaje de amor” a todos los paraguayos que por entonces sufrían los embates de una rígida dictadura que prácticamente se encontraba en su etapa final.

Muchos incluso afirman que la venida del Papa significó el inicio de la decadencia del régimen dictatorial de Alfredo Stroessner, que nueve meses después sería destituido por Andrés Rodríguez.

A partir de su llegada, varios serían los momentos en los que Juan Pablo II sacaría a colación el contexto político paraguayo de ese entonces.

Como primer cometido, el Papa procedió a la canonización de un hijo del suelo paraguayo, Roque González de Santa Cruz y hermanos mártires, llevándolos así hasta los más altos altares cristianos: “Declaramos santos a los beatos Roque González, Alfonzo y Juan”, expresó el sumo pontífice en la ceremonia.

En otro oficio religioso, llevado a cabo en la Catedral Metropolitana, recordó nuevamente a San Roque González y a “Luis de Bolaños, jesuita primero, franciscano segundo”.

En ese momento, Karol Wojtyla daría el primer mensaje radical al gobierno paraguayo:

“A la vista de las luces y sombras que componen hoy el Estado paraguayo, nuestra solicitud de pastores y personas consagradas, no puede menos que pedir una sociedad más sana y pacífica en la convivencia”.

Ya en Villarrica, capital del departamento del Guairá, el Papa era recibido con cánticos como “Juan Pablo, querido, Villarrica está contigo”, “Juan Pablo, Segundo, te quiere todo el mundo”, “Cristo, contigo, nosotros tus amigos” y “Juan Pablo, ore Ru, campesino nde rayhu (Juan Pablo, nuestro padre, los campesinos te aman)”.

En la ocasión se refirió al trabajo de los campesinos en el eterno conflicto por tierras que marcó y sigue marcando al Paraguay.

En este sentido, pidió que “sean más los que tengan acceso a tierras y a trabajos” y, por segunda vez, brindó declaraciones en el idioma vernáculo: “Chokokue mba'apo rupi imbarete va'erã opa ára ko pende retã Paraguái (A través del trabajo de los campesinos, su país, el Paraguay, siempre se verá fortalecido)”.

“Ajerure Ñandejára ha Tupasỹme ome'ẽ peẽme fe y esperanza pemba'apo haguã (“pido a Dios y a la Virgen les den fe y esperanza para seguir trabajando)”, agregó.

En su encuentro con los indígenas, en la misión Santa Teresita, se dirigió a todas las parcialidades nativas pertenecientes a nuestro país. Agradeció a todos los asistentes teniendo en cuenta el gran esfuerzo para llegar al lugar de concentración.

“Ha supuesto un verdadero esfuerzo venir al encuentro del Papa (…) Me conmueve ese sacrificio para estar juntos”, consideró.

Con esta frase era recibido el sucesor de Pedro por una multitudinaria concentración “subversiva” de personas en el Consejo Nacional de Deportes, que según declaraciones de la época, por poco no fue suspendida.

Esta fue tal vez la ocasión en la que Wojtyla lanzó su más fuerte discurso político contra las arbitrariedades reinantes a esas alturas en el Paraguay:

Pronunció frases radicales como: “La paz y libertad son requisitos fundamentales para poder hablar de una auténtica sociedad democrática”.

“La paz no es compaginable con la forma de organización en la que solamente unos pocos individuos instauran su exclusivo provecho con un principio de discriminación, donde los otros dependen del arbitrio de los más fuertes”, entre otras.

La última jornada de su estadía en Paraguay, el 18 de mayo, coincidió con su cumpleaños número 68 y fue agasajado desde tempranas horas por jóvenes que acudieron a la Nunciatura Apostólica a desearle feliz cumpleaños.

El Papa lanzó frases chistosas sobre su edad, logrando sacar sonrisas a todos los jóvenes que se acercaron al lugar: “Hoy son alegres porque el Papa se hace más y más viejo”.

Posteriormente, su peregrinación continuó con las tierras del recién canonizado San Roque González, Encarnación, desde donde se dirigió a la capital espiritual de Paraguay, Caacupé, donde una vez más demostró su infinita devoción mariana.

“En las horas difíciles, los paraguayos han dirigido sus miradas hacia Caacupé, donde han encontrado energías suficientes; la fe de no retirar la esperanza”, manifestó.

Con un nuevo encuentro con jóvenes –su generación preferida-, el rostro cansado de Wojtyla se iluminaba nuevamente con una sonrisa, tras el intenso trajín de esos días.

“Quiero agradecer a los jóvenes que se llaman servidores (…). Dios los bendiga a todos”, expresó.

De esta manera, el Papa viajero culminaba su estadía en tierras paraguayas y se despidió, con la presencia del presidente de la República y altas autoridades, dando un mensaje de paz y esperanza:

“Ustedes me llamaron mensajero del amor, pues desde ese amor que todo lo puede, retorno a deciros una vez más que la clave de la unidad y la fraternidad está en el Evangelio y que sólo edificando una nación cristiana y siendo fieles a nuestras más genuinas raíces, podréis construir el Paraguay del mañana”.

“La esperanza verdadera proviene del Evangelio y por lo tanto, las ideologías que dividen son extrañas a la idiosincrasia y mejores tradiciones de nuestros pueblos”, instó.

De esta manera, el “Papa Bueno” culminaba su paso por Paraguay, marcando un hito no sólo para la historia nacional, sino para la vida de todos los que tuvieron la oportunidad de ser testigos del “mensaje de amor” que trajo a tierras guaraníes, causando sin duda alguna gran conmoción por los momentos difíciles que vivía el país:

“El Papa se marcha y los lleva en su corazón para siempre (…) ¡Alabado sea Jesucristo!”, fueron las últimas palabras dirigidas a Paraguay, en su primera y última peregrinación por nuestro país, que por el sólo hecho de ser distinguido con su visita, recibía una profunda lección de amor, tolerancia, respeto y no discriminación.

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