Somos casi expertos. En la pandemia coronavirósica, se concentra una granada letal compuesta por el miedo al contagio y a la muerte, la ansiedad que detona no solo el miedo sino la incertidumbre, el estrés que genera la pandemia y el aislamiento, todos componentes que pueden producir un impacto traumático de alto voltaje.
Pero los humanos, nos caracterizamos por los recursos que poseemos y si bien guardados, los sacamos a relucir en estas situaciones en pos de lograr sobrevivir frente a semejante inclemencia.
La pandemia nos vulnerabiliza
Todos los seres humanos somos vulnerables. Sin embargo, la imposición de las condiciones exitistas que determina la sociedad hace que las personas se blinden con el fin de lograr ser inmunes a las situaciones que puedan mostrar los flancos débiles. El triunfo y la victoria, son condiciones que posibilitan el éxito, y este constituye la aspiración de los individuos en proceso de crecimiento. Todo ello constituye una carrera desenfrenada que va en dirección a establecer objetivos y la obtención de logros. Pero esto no está equivocado si se halla al servicio de una organización de vida: el problema radica en la carrera que se establece en pos de llegar a la fama y notoriedad, o sea en el cómo se llega a los resultados.
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Todos estos ingredientes que describimos hacen a las condiciones del éxito y muestran el temor a ser vulnerables. Vulnerabilidad es un concepto que se asocia a debilidad: se cree que un individuo vulnerable es un individuo debil, paupérrimo en capacidad y con pocas herramientas para la notoriedad social. Esta asociación deja expuesta la falacia. Todos los humanos somos vulnerables, siempre hay situaciones que en el tránsito de la experiencia pueden torpedear profundamente nuestras defensas para adaptarnos.
La vulnerabilidad es un término complejo que puede entenderse mediante diferentes significados. Se la asocia cada vez mas a las condiciones del contexto más que a los individuos en particular, en función de eventos ambientales o sociales, por ejemplo. Por tales razones se habla de situaciones ambientes que vulnerabilizan ciudades o poblaciones, para referirse a aquellas personas o grupos de personas que son susceptibles de ser dañadas y se encuentran en situaciones de riesgo.
La idea de vulnerabilidad ha comenzado a formar parte de los discursos bioéticos, introduciendo el concepto de poblaciones vulnerables, especialmente en relación a la ética de la investigación con seres humanos. Cabe señalar que si el objetivo de la bioética ha sido el ser humano, siempre se ha ocupado de la vulnerabilidad porque el ser humano de por sí, es un ser vulnerable. Si bien la bioética se ocupa del estudio de las personas enfermas donde esa condición de vulnerabilidad es más evidente, hay poblaciones enteras cuyos miembros son más vulnerables que otros. De lo que se desprende la necesidad de planificación sanitaria y de asistencia en pos de mejorar las condiciones ambientales y reducir el margen de riesgo en el caso de epidemias, pandemias, o cualquier otro fenómeno natural, social, político, etc.
La vulnerabilidad puede definirse como la capacidad disminuida de una persona o un grupo de personas para anticiparse, hacer frente , resistir y recuperarse a los efectos de un peligro producido por la naturaleza o causado por la actividad humana. Situaciones de catástrofes naturales como terremotos, maremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, incendios forestales; situaciones provocadas por humanos como asesinatos, actos criminales, abuso sexual, violaciones sexuales, violencia de todo tipo, dictaduras, ecatombes económicas, crisis políticas, pandemias, etc., constituyen parte de la nómina de los hechos que pueden perturbar la estabilidad de las personas.
No obstante, el hecho que una situación vulnerabiliza, no es un hecho traumático en sí mismo, sino dependerá de la atribución de significado que le otorgue el perceptor. Es decir, frente a una realidad del contexto, el registro mediante nuestros sentidos hacen que esa realidad no sea la misma para cada persona. Todos los hechos de nuestra vida pasan por el tamiz de nuestra estructura cognitiva (sistema de creencias, escala de valores, historia, experiencias, reglas familiares y sociales, funciones, etc.) y a la atribución de significados consecuente. Supongamos esta pandemia: ¿es para todos la misma pandemia?. Para alguien que lo vivencia tendrá un significado, mientras que para otro al que le fue narrado el hecho o leído en el diario como una noticia tendrá un significado muy diferente. Para alguien que le toca en un departamento de un ambiente y en soledad, o en familia en una casa de campo, o en pareja problemática, o con o sin problemas económicos, esta cuarentena tendrá tantas versiones como personas que la están llevando a cabo.
Esta distinción implica que la probabilidad de contagio puede generar diferentes reacciones de acuerdo al significado que se le atribuya: algunos se llenarán de miedo, alguien mira para otro lado, otra se estresa, alguien no para de hacer actividades y a otros se deprimen. Algunos se vieron vulnerabilizados sintomáticamente, mientras que otros afrontaron la situación con serenidad. Por lo tanto, la vulnerabilidad es subjetiva. El impacto ambiental es impacto en cuanto a la relación al significado que se le atribuye al hecho. Es decir que al hecho se lo convierte en un evento traumático de acuerdo a la categoría semántica con que se lo categorice. Por lo tanto, una situación traumática es un impacto, una perturbación emocional que puede convertirse en traumática, o sea, puede ser cualquier evento lo suficientemente importante para el individuo como para producir una herida psicológica y emocional.
Una situación traumática puede definirse como un umbral crítico que desestabiliza el equilibrio psicológico y emocional de la persona. La vulnerabilidad que genera una situación traumática, su recuerdo recurrente y su persistencia en el tiempo, disminuyen las capacidades de la persona, laceran su autoestima y por ende, entorpecen la elaboración y posterior superación. Tenemos que observar qué recursos posee una persona para lograr enfrentar el fantasma traumático y qué capacidades puede desarrollar para poder resolver una situación que lo inhabilita. Entonces ¿será capaz de ser resiliente?
Resistencia y Resiliencia
Estos dos conceptos a pesar que difieren en significado, van de la mano y se complementan. La resistencia es la capacidad de soportar o tolerar una situación adversa. La adversidad pone a prueba nuestra fortaleza, paciencia, tolerancia. De cara a una situación que se opone a nuestro crecimiento, la resistencia es equivalente a la fuerza de nuestro oponente. La fuerza ejercida por esta situación crítica, puede superar los recursos que poseemos para confrontarla. La capacidad de tolerancia de los seres humanos, es esa fuerza que sirve para resistir los embates de la crisis.
La resiliencia, en cambio, es la capacidad para adaptarse y los recursos que pueden ponerse en juego para superar la situación. Soportamos los golpes de la crisis -somos resistentes- pero la capacidad de recuperarse y de salir adelante sin quebrarse, esa es la resiliencia.
La resiliencia es la capacidad para vivir y desarrollarse positivamente a pesar de los episodios traumáticos que se pudieron haber transitado. Es la posibidad de superación, la salida aireosa del caos. Una situación traumática, como la que estamos viviendo, encierra numerosos golpes bajos emocionales que no son fáciles de elaborar, pero a estas huellas catastróficas, un resiliente le confronta sus recursos internos y sus capacidades. Es un concepto derivado de la física y la química, y describe la capacidad del acero para recuperar su forma inicial a pesar de los esfuerzos que puedan hacerse para deformarlo. Es un término que se toma de la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse para recuperar la situación o forma original.
Si una persona logra resistir y superar la situación traumática, o al menos dificultosa, sale fortalecida. Quiere decir, que la experiencia superada se traduce en valoración personal, fuerza, seguridad para enfrentar futuras situaciones. La resiliencia es una gran fuente de retroalimentación. La Neurociencia afirma que los individuos más resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés, amortiguando las presiones, con lo cual, se incrementa el control frente a las experiencias y mayor capacidad para afrontar los hechos.
En las situaciones estresantes se pone en juego esa capacidad de resistencia y resiliencia. Muchas situaciones en la vida de una persona tienen esas características por ejemplo: violaciones, abusos sexuales, violencia física y maltrato, la muerte inesperada de un ser querido, enfermedades terminales, el abandono afectivo, las separaciones, el fracaso, las catástrofes naturales, las guerras, las persecuciones políticas, pobrezas extremas, y como lo que estamos viviendo en estos momentos: las pandemias.
Si bien hay personas que tienen una tendencia natural a confrontar las situaciones difíciles y oponerle las propias capacidades, o sea, una actitud resiliente, la resiliencia se aprende. La toma de consciencia de nuestros valores personales, de nuestras posibilidades, ser autoconscientes de lo que podemos y lo que no estamos capacitados, es una forma de ejercitar la resiliencia. Es la noción de empoderamiento. Y el espacio de la psicoterapia, es un lugar de aprendizaje resiliente, como tantas relaciones humanas.
La actitud resiliente es la tendencia comportamental de ciertas personas frente a situaciones adversas. Es una confluencia de factores epigenéticos, inconscientes, interaccionales, cognitivos, emocionales, bioquímicos, neurobiológicos, que se mancomunan en una actitud resiliente hacia la vida que intenta superar la situación traumática. La resiliencia implica que en nuestro desarrollo como individuos y en sociedad, se conjuguen las decisiones valientes que tomamos cada día, el placer de intercambiar con otras personas, el compartir el afecto, la pasión que pongamos en lo que hagamos, las ganas de aprender, las iniciativas, la actitud positiva sobre las cosas o situaciones de vida, como señala Cyrulnik en definitiva, va a hacer que la cinta transportadora cambie el sentido de la marcha.
Esta capacidad de desarrollarse y crecer a pesar de los vientos desfavorables que la vida le impuso al resiliente, no sólo se encuentra en sus recursos personales, sus potencialidades, su fuerza, su espíritu de lucha, su inteligencia y fundamentalmente sus ganas; sino también los recursos que se hallan en su entorno: su familia, los grupos secundarios, sus amigos, etc. Éstos son los pilares afectivos que sostendrán al resiliente: es decir el amor de los demás nos puede sostener. Si bien la resiliencia es un ejercicio de vida y un empoderamiento, establecer un radio social para retroalimentarnos de afecto, es muy importante para amortiguar futuras crisis.
Por lo tanto, en estos tiempos críticos que nos hallan como protagonistas, la pandemia con el temor al contagio a la delantera, la ansiedad, el estrés y la angustia concomitantes, sumados a la incertidumbre, llevan a que la situación intente vulnerabilizarnos, sembrar de un campo minado nuestros recursos, cachetearnos y vencernos. Pero ¿que hacemos los humanos?: luchamos, resistimos y soportamos los golpes que intentan derribarnos y nos empoderamos cuando no caemos, nos volvemos resilientes frente al trauma.
El Corona virus se constituye en un gran desafío, pero también en una gran lección para aprender. Una lección que nos señala un camino de cambio, de filosofía de vida. De seguro, si logramos resistir y superar la situación como buenos resilientes, nos empoderaremos y caminaremos por la vida en busca de nuevos desafios.