El viernes dejó este mundo una de las mentes más prodigiosas de los siglos XX y XXI que nos invitó a pensar cómo educamos: qué hacemos cuando tenemos a niños agrupados en una clase solo considerando la fecha de su nacimiento, obligándolos a repetir fórmulas para conocer solo matemáticas, ciencias naturales y sociales, penalizando el error, avergonzándolos por equivocarse cuando sólo la certeza de no saber es el inicio del conocimiento.
La duda es la madre del conocimiento, ya lo decía Galileo y lo utilizó Descartes como base de su método científico. Pero recién Ken Robinson nos hizo notar que la educación de la era industrial exigió que estandaricemos los conocimientos en una batería de materias a las que sometemos a camadas de niños cuando llegan a la edad escolar a fin de que mágicamente vayan superando a través de la repetición de fórmulas que no entienden los exámenes de cada curso. Con esto, hemos disminuido a una décima parte la creatividad de nuestros niños (**).
De esta manera un niño de 5 años que imaginaba más de 50 utilidades para un clip, llegado al fin de la educación básica encontrará solo 5 posibilidades de uso para tal instrumento.
En una de sus principales obras “El Elemento”, Sir Ken Robinson relata la historia de figuras mundiales e históricas del teatro, espectáculo, música, danza, cine y emprendedurismo que, todas como común denominador, tuvieron un pasado difícil en la escuela. Cada individuo debe buscar “su elemento”, es decir, debe ser capaz de encontrar por sí mismo o mediante la ayuda de otros sus aptitudes, sus pasiones, sus actitudes y sus oportunidades.
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Este extraordinario ser humano dedicó su vida a la revolución de la educación. Descubrió que “no hay un solo gobierno en la tierra que diga que no se deba invertir en educación”, pero a la siguiente pregunta, todos los gobiernos casi sin excepción quedan desconcertados: ¿Qué tipo de educación?
Como todo adelantado a su tiempo, partió sin ver apenas el embrión de su obra. Los planes de evaluación en todo el mundo siguen siendo tan útiles como estructurados, las pruebas PISA en sus diferentes niveles, son el barómetro global de la calidad de los sistemas educativos, pero no podemos olvidar que como él mismo había señalado, nuestros niños trabajarán en empleos que aún no existen, entonces, realmente por cuando tiempo más seguirá siendo útil este tipo de mediciones.
Aquí, en el Paraguay como un gran amigo mío me decía hace unos días “La ventaja de Paraguay como decía el chileno es que hace 30 años sufre de los mismos problemas por lo que las soluciones siguen siendo las mismas”.
Ken Robinson ya no podrá ayudarnos con la educación “modo Covid” pero su legado es perenne “Es muy fácil enseñar a leer y a escribir, pero como docentes no tenemos ni idea de cómo enseñar a ser creativos. …Cuanto más pensemos, más creativos seremos. Si los docentes somos creativos, entonces será muy fácil enseñar creatividad en la aulas, independientemente de las materias que se impartan”.
Con Ken Robinson nos dimos cuenta que en Occidente, la educación es aburrida, que los estados deben invertir NO MÁS SINO MEJOR sus recursos en la formación de sus niños y que nadie, absolutamente nadie, es más o menos inteligente que el otro. El gran desafío es lograr despejar la creatividad de los alumnos, empujarlos a seguir sus sueños, a pelear por ellos. A que las matemáticas y los libros de ciencias y de historia los acompañarán hasta que ellos alcancen su estrella, Desde allí, son las actitudes - más que las aptitudes - las que desencadenarán una secuencia de hechos que los lleve al éxito.
Y ahora, preguntémosnos: ¿qué hemos hecho de esto en nuestro país? ¿Sabemos cómo invertir mejor? ¿Están preparados nuestros docentes a empujar a los alumnos a encontrar su “elemento”? ¿Tenemos el coraje de poner patas para arriba al sistema educativo y hacer esto realmente por nuestros niños de una vez y por todas?
Si la respuesta a una de estas tres preguntas es no, entonces estamos en serios problemas.