El Congreso (Diputados y Senados) es un símbolo de la democracia, en la cual se tiene que debatir sin censura los problemas nacionales para dictar leyes. Aquí cabe la pregunta: ¿por qué se rasgan las vestiduras por las opiniones de Celeste Amarilla?
Un parlamentario tiene fuero para emitir su opinión sea del calibre que fuere. Incluso tiene la obligación de denunciar, en representación del pueblo, los hechos de corrupción.
La sanción nos recuerda a la dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989) cuando un ciudadano o parlamentario denuncia una irregularidad, la culpabilidad recae sobre el denunciante y no sobre el autor. Esta práctica reflota después de treinta años de caída del gobierno dictatorial.
Culpable es el que denuncia, no el que comete actos de corrupción sea robo, vaciamiento de arcas del Estado, contrabando, tráfico de estupefacientes, coima, etc.
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La historia recuerda un episodio nefasto durante la revolución francesa, cuando Napoleón Bonaparte protagonizó un golpe de Estado, el 9 de noviembre de 1799 (del 18 brumario de Francia) con atropello al Congreso y disolución del Directorio. Podemos recordar numerosas violaciones a congresos, pero los resultados fueron iguales, o dictadura o gobierno totalitario.
La libertad y la democracia es un binomio de indisolubles facultades de los ciudadanos.
La Cámara de Diputados es el recinto en el cual se debe defender la libertad de expresión y las libertades públicas consagradas en nuestra Carta Magna o Constitución Nacional.
Por eso la sanción a la diputada liberal Celeste Amarilla es como un latigazo a la ciudadanía honesta y un atropello a uno de los pilares de la democracia, cual es la libertad de expresión. Demuestra también el incordio que tienen algunos congresistas, especialmente de los que tienen cola que se le pise, cuando se habla del dinero sucio en las campañas políticas.