La Peste

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Dice Albert Camus en “La Peste”, que el modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. Ahora, ampliemos eso a un país, específicamente, Paraguay. ¿Alguna vez se han puesto a pensar cómo trabajan nuestros compatriotas, cómo aman y cómo mueren? La respuesta que me viene a la mente otra vez me lleva a la obra maestra del escritor argelino: una peste.

Paraguay en constante desmoronamiento, con o sin lluvias. Paraguay, donde la gente muere por falta de medicamentos básicos, donde día a día compatriotas dejan la vida y la dignidad en las calles buscando sobrevivir a esta tormenta que se perpetúa y que destruye hasta lo que aún no fue construido.

Con decenas de casos de feminicidios y miles de denuncias de violencia contra la mujer, asaltos fatales y policías extorsionadores queda claro que Paraguay, excepto para una acomodada minoría, no es el país de las maravillas como lo definía el expresidente de la ANR, Herminio Cáceres.

Los propagadores de esta peste, que mantiene en coma a este pedazo de tierra, han identificado un supuesto enemigo contra el cual nos alinearon para pelear y hasta nos hicieron creer responsables directos de una eventual derrota. El covid es el adversario de los de a pie y es la excusa ideal para que ellos, los privilegiados, sigan incrementando su poder en medio de una crisis de consecuencias incalculables.

Ningún compatriota está inmunizado contra la corrupción, una peste propiciada y sostenida por décadas. Todos en algún momento mendigaremos, si es que ya no lo hicimos. Todos nos humillaremos por algo que ya hemos pagado y al recibirlo, nos obligarán a agradecerlo como un regalo, como una obra de caridad de estos miserables.

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Ellos son la peste que nos mata, que nos hambrea y que nos roba la dignidad. La única ventaja que tenemos es que las cepas del virus que provoca la enfermedad, aunque mutan, tienen nombres y tienen apellidos, son identificables. También podemos alinearnos y pelear contra ellos.

jorge.gini@abc.com.py