Cristian sufrió la penitencia por haberse manifestado en tiempos turbulentos contra un Gobierno que perdió absolutamente toda credibilidad. En las redes sociales —ese enjambre de opiniones a veces tan útiles, pero también tan cargadas de toxicidad— se pudo leer a varios neoestronistas que se evidenciaron sin pudor para celebrar un claro abuso de autoridad estatal. Algunos seguramente experimentaron una orgásmica nostalgia de los tiempos del dictador.
La resistencia de Cristian puede representarse como la de un pueblo paraguayo que sufre horrores la administración inútil que no sabe responder a las necesidades más básicas, que se alía con quien le sostenga sin importar el precio. Además, hay que tolerar la ironía de un presidente encerrado en un laberinto que dice de boca para afuera estar abierto al diálogo, pero que por dentro no conversa con su gente. De una comunicación oficial que ni los más capaces podrían controlar por el desorden institucional que prevalece en casi todas las entidades públicas.
Nosotros, como Cristian, corremos. Nos asfixiamos. Tratamos de huir de una voraz Montada que es nuestra corrupción diaria, es el grupo de diputados con sueldos de más de G. 30 millones que duerme durante la sesión en la que se trata el juicio político de un Presidente y un Vicepresidente. Que es la serie de aumentos salariales de una casta política privilegiada en plena pandemia, mientras otros miles tratan de vender las adhesiones de polladas o los talonarios de rifas que pueden significar para ellos la finísima línea entre vivir o morir.
Las ocho cuadras, la tortura diaria, son los pacientes en los hospitales sin las drogas más básicas para sobrevivir a sus tratamientos; es el Gobierno que no mide ni consensúa lo que anuncia un domingo de noche para cambiarlo casi todo de vuelta el siguiente miércoles, azuzando a la gente y martirizando a la economía con indecisiones. Es mendigar vacunas.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Nuestra asfixia, esa incapacidad de respirar en medio del sufrimiento, es ver a personas internadas en los hospitales públicos sentadas en sillones con una vía colgada del brazo. Es mirar cómo un cuerpo se arroja sin dignidad alguna a una fosa de Puerto Casado porque la ciudad no tiene un solo salón funerario. Es la delación entre funcionarios de entidades públicas porque muchos de ellos socializaron su posición de hartazgo.
Es “bicicletear” para pagar deudas y llegar a fin de mes sin siquiera tener un sueldo fijo. Es esperar un colectivo y tener la suerte de que se detenga para colgarse de las estriberas y llegar hastiado a casa por la angurria de muchos empresarios del transporte. Es la ruina de quienes vieron sus emprendimientos destrozarse en meses porque el crédito estatal no llegó a tiempo.
Mientras tanto, hay una completa disociación de la realidad por parte de quienes dirigen al país. Argumentan, para defenderse, que no hay un manual de pandemia, cuando todo lo que hace falta es sentido común, apostar a personas capaces que no hagan de este país un hazmerreír a nivel internacional.
Cristian fue liberado el jueves por falta de pruebas, junto con otra decena de jóvenes que fueron detenidos durante las manifestaciones. Tal vez nosotros podamos aspirar, alguna vez, a lo mismo. A ser libres del statu quo político en donde todo cambia para cambiar nada; de autoridades y candidatos ignorantes, mezquinos y celosos solo por sus intereses, de perpetuarse en el poder. Hay un Paraguay que puede brillar sin estas lacras. Este es un país tan rico y con tanto potencial, pero gobernado por incapaces y los pocos buenos que quedan no pueden con todo. Necesitamos nuevos y mejores líderes que rompan el sistema. Necesitamos respirar, pero mientras tanto tenemos que seguir corriendo.