Él sabe perfectamente lo que se anida en el corazón del ser humano, cuáles son sus anhelos más profundos, y cuáles son sus debilidades más temerarias.
Cuando explica las disposiciones para ir tras sus huellas, de ninguna manera quiere asustar, desanimar o endulzar el camino, al revés, no quiere que se queden dudas significativas.
Afirma que no se puede estar demasiado apegado a los afectos familiares, aunque sean muy importantes, pero Cristo exige ser más amado que los propios padres de uno mismo. Igualmente, vale para los hijos.
Situación muy desafiante, que no raramente da la sensación de partir el corazón del ser humano, pero el primer mandamiento siempre fue claro: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. En seguida, agrega que el segundo mandamiento es semejante a este, pero no tiene la misma fuerza del primero.
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Además, el Señor sostiene que si uno se ama más a sí mismo, a sus proyectos, a sus cosas y a sus jerarquías, no puede ser su discípulo. Es otro desapego punzante: dejar de lado la egolatría, y ver la realidad de modo más amplio.
Inclusive, llega al colmo de afirmar que la persona debe amar más a Él que a su propia vida, y todos sabemos que el bien más grande que tenemos es la propia vida.
Es útil recordar lo que proclama el Salmo 62: “Señor, tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios”.
Para ser bien comprendido, Jesús explica dos parábolas: el que va a construir una torre, y el rey que va a dar batalla a otro rey. En ambos casos sostiene que el sujeto debe evaluar sus capacidades, sus ideales, su logística y su espíritu de renuncia para lograr el objetivo. De lo contrario, o, será motivo de burla por no terminar su torre, o sufrirá enorme derrota en el combate.
Con ello, el Señor quiere mostrar que para seguirlo no podemos estar apegados, seducidos; de repente, esclavizados por los elementos secundarios de esta existencia. En otras palabras: las cosas materiales, y nuestras aspiraciones, deben acercarnos al reino definitivo, y jamás ser un hechizo que nos aleja del más importante.
Uno de los desapegos más cruciales es el célebre: “no tengo tiempo...” para tender la mano al otro.
Paz y bien.