Pero estar en Egipto me tienta poderosamente a reflexionar sobre las cosas vistas en lo que me parece interesante para nosotros: Desde Saladino, vencedor justamente del rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, en la cruzada que este organizó para “liberar” los llamados “santos lugares”, Egipto fue el poderoso guía del mundo islámico.
Entre paréntesis, a la derrota de Ricardo debemos la Carta Magna, base y matriz de la civilización democrática occidental. Tanto como la idea del monoteísmo intolerante se instaló en el pueblo de Israel por causa del faraón Akenatón. Egipto tiene demasiado que ver en lo que somos hoy.
A grandes rasgos, la influencia egipcia empezó a declinar, según entiendo, tras la demoledora derrota que sufrió el país a manos de Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967, en la que no solamente perdió (de manera temporal) enormes territorios sino, sobre todo, su prestigio como faro de los árabes, función que ahora se disputan y reparten las monarquías de la península arábiga.
Esto no fue un accidente. Fue el resultado previsible de un esquema de poder organizado tras el derrocamiento del rey Faruk, en 1952, por las Fuerzas Armadas, que tuvo como único efecto convertirlas en el monarca colectivo de Egipto, situación que se mantiene hasta hoy.
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“El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” es una de las explicaciones que encuentro, pues la administración civil y militar del país quedó en manos de cortesanos serviles y deshonestos que no pueden superar los atavismos que sufre Egipto.
A mi modo de ver, esto también terminará arrastrando a las monarquías árabes que se benefician de momento de voluntarismos personales que difícilmente puedan mantenerse en el tiempo.
Egipto está construyendo, por tomar un ejemplo, una infraestructura vial impresionante. Pero las autopistas carecen de señalética, lo que me sugiere que alguien se queda con los presupuestos pagados para ella, exactamente como ha sucedido tradicionalmente en nuestro país. Así también con los mantenimientos.
Egipto es un país bellísimo y muy rico, pero millones de egipcios viven una vida despojada de cualquier calidad. Y las esperanzas que puedan abrigar sobre algún cambio suelen ser trampas para más de lo mismo, como sucedió con su único presidente elegido democráticamente, Mohamed Mursi, cuyo programa era reemplazar la democracia por una dictadura islámica.
Los vendedores de espejismos son una desgracia planetaria y conviene guardarnos de ellos. Pero no creo que las tutelas militares o coloniales sean el freno que requieren esos estafadores y, en verdad, aquí, de momento, solo queda maravillarse ante las pirámides y los templos de los antiguos.