De los bailes del Vertua a esta parte

Desde la comodidad de las mesas dispuestas en el elegante salón para la gente mayor, separadas convenientemente por una prudente distancia de aquéllas reservadas para los invitados categorizados como “compañeros de colegio, club y amigos” de la quinceañera agasajada, un grupo de damas y caballeros observaba sin demasiado disimulo y en un estado de ánimo que oscilaba entre divertido y preocupado a los jóvenes en la pista de baile; allí, al son de los grupos y cantantes de moda, los chicos la estaban pasando de lo mejor, haciendo lo que más les gusta, es decir bailando mientras coreaban las canciones e imitaban la forma en que las bailan sus artistas preferidos.

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Entre divertidos y preocupados: Divertidos porque de alguna forma se sentían compenetrados con aquél grupo bullicioso que seguramente les hacía recordar cuando tenían esa misma edad, y por ser testigos de tan lindo despliegue de gracia, buena condición física y belleza. Y la preocupación devenía –a ver, cómo decirlo correctamente-, por el tipo de músicas que pasaba el DJ, principalmente la letra de las mismas y el mensaje que dan sus exponentes a través de un outfit y estilo de vida un tanto desenfadados.

Ahora bien, ante algunos gestos y muecas de desaprobación del tipo “¿qué rayos significa todo esto?” está bueno que nos preguntemos honestamente: ¿Esta crítica al gusto musical de los jóvenes es tan sencilla de formular? ¿No deberíamos antes hacer mejores esfuerzos para desentrañar lo que hay detrás con más responsabilidad y menos hipocresía? Pareciera que olvidamos que hace solo un par de meses vino al Paraguay un cantante puertorriqueño conocido por interpretar canciones carentes de demasiado contenido con el agregado de las letras subidas de tono, y a la pésima organización del evento y tendales de gente estafada con entradas falsas y duplicadas se sumó el fenómeno de que no eran solamente adolescentes y jóvenes los contagiados de la euforia que genera el boricua en cuestión, sino que pudimos observar a adultos (¡sí, adultos!) que asistieron al show y no se limitaron a bailar y cantar sino que hasta vistieron y se peinaron para ir lookeados conforme a la ocasión, ¡y no eran pocos!

No le restemos mérito al joven cantante de Puerto Rico: Desde hace varios años que está en alza y vende, lo que le hizo ganar en el 2022 el Grammy al mejor álbum latino y el tema más escuchado, así que, aunque no se le entienda lo que dice, se le escucha, así nomás es la moda. Por lo demás, viene a la mente la anécdota del encuentro entre Alberto de Luque y Luis Alberto del Paraná, donde el Archiduque -quizás un poco celoso de los logros de Paraná en Europa- le habría dicho al escucharle cantar en vivo y percibir una dificultad en la pronunciación de las eses “¿nde pio seseoso Luis Alberto?” a lo que el líder del Trío Los Paraguayos le respondió altivo “¿ha nde pio revendéma un millón de discos?”. Y es que, hace años como ahora, en materia de arte y espectáculos, la taquilla manda.

Un poco de historia: En Asunción a mediados del siglo pasado, las pautas de compostura y buenos modales en lo que a baile se refiere estaban marcados por la heladería y confitería Vertúa, que abrió sus puertas al público desde 1935 hasta 1994, año en que fue clausurada quizás por no saber adecuarse a los tiempos u otras razones varias, pero lo cierto es que durante décadas fue un centro de encuentro de la sociedad asuncena, y donde se estilaba el correcto comportamiento social, siendo el sitio obligatorio para disfrutar de helados y masitas riquísimas, como así también practicar la arraigada costumbre de ver y dejarse ver.

Su época dorada tuvo lugar en la década de los cincuenta, prolongándose por más de 15 años, durante los mismos, los eventos “cumbre” eran los bailes que se desarrollaban los sábados desde la media mañana, en que la orquesta de la casa tocaba polcas, valses y tangos, dando oportunidad a las parejas más que elegantes a salir a la pista a lucir sus habilidades y gracias, vestidas siempre a la moda. Más de un tío mayor contó en alguna reunión familiar que, para tener éxito en la invitación a la dama elegida, además de saber bailar se debía estar convenientemente ataviado, lo que conllevaba un desafío, ya que muchos jóvenes no tenían dinero y se veían obligados a prestar el traje, por lo que no siempre el galán de turno lucía un atuendo “a medida”.

Estas anécdotas y otras son las que nos contaron y nos gustó creer, sin embargo, escarbando un poco más, nos enteramos que, al pasar las horas, el ritmo de la música iba subiendo, dando paso igualmente al nuevo baile llamado “rock and roll”, que no era aprobado por las damas de sociedad, como así tampoco que lo bailaran sus hijas, que se morían de ganas. También el consumo de alcohol iba en aumento, con los desmanes que esto acarreaba consigo, y es así que más de un elegante joven terminaba invitando en forma totalmente inoportuna y carente de modales a una damisela, provocando la negativa de aquélla risotadas entre los amigos del galán, que recibía palmadas en la espalda para consolarlo ante la derrota. Así como esta última, se daban otras muchas situaciones hilarantes, alternándose de esta forma la elegancia de unos con la simpleza un poco vulgar de otros.

El baile fue y seguirá siendo una manera sana y válida para divertirse y celebrar los acontecimientos de toda índole, y la música seguirá evolucionando, así como cambian y mudan las costumbres de la sociedad. Y las generaciones “mayores” se seguirán sorprendiendo ante la conducta y hábitos de los jóvenes, así que más que preocuparnos por la música que escuchen o la forma en que bailen, preocupémonos mejor en darles la mejor educación y formación posibles y dejemos que los jóvenes bailen, todo lo demás se dará por añadidura.

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