La de hoy habla de un rey que celebraba las bodas de su hijo, comunica a los invitados que el banquete ya está listo, y que todos vengan a disfrutar. Sin embargo, ellos se niegan.
Realmente, se va intensificando el enfrentamiento de Jesús con los sumos sacerdotes y fariseos. La parábola del domingo anterior –de los viñateros homicidas– ya lo indicaba. El domingo siguiente, veremos cómo ellos tratarán de ponerle una trampa, preguntando sobre el pago o no del impuesto al César.
No es difícil de entender la parábola de hoy, pues Dios es el rey que nos llama a su banquete, donde ofrece los mejores terneros y los más ricos vinos.
Es su corazón generoso que todo lo regala gratuitamente: Él invita, Él prepara el excelente karu guasu y espera de brazos abiertos.
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Las respuestas de los invitados son tacañas: uno dijo que debía ir a su campo, y de esta forma, no tenía tiempo; otro, que le interesaba más cuidar de sus negocios, y los demás trataron con frialdad y maldad a los empleados del rey.
Es importante darse cuenta de un dato esencial: los invitados se autoexcluyen, y se confirma que “muchos son llamados, pero pocos son elegidos”.
La reacción del rey tendría que preocuparnos, pues, dice la parábola, que él se quedó indignado y envió sus tropas para acabar con aquellos homicidas e incendiar su ciudad.
El Señor sigue hoy día invitándonos a su banquete, y ya la experiencia humana de banquete indica amistad, comunión, encuentro con gente que nos gusta, sugiere música y mucha alegría.
Participar de los agasajos de Dios significa todo esto: amistad, comunión y felicidad. Sin embargo, también está el libre albedrío del ser humano, que puede aceptar la invitación, o rechazarla.
El primer banquete al que el Señor nos invita es al banquete de la vida, en su dimensión física, afectiva, espiritual y social. Asimismo, el hacer parte de su gran familia, que es la Iglesia.
Participar de su banquete significa estar bien alimentado, y por ende, no ser una persona de fe anémica, que vive con rencores, con gestos de intolerancia y con necesidad de humillar a otros. Significa también tener tiempo para participar de su comunidad, de modo constante y disponible.
De manera especial, participar de la Misa todos los domingos, de preferencia, en familia.
No rechacemos esta invitación de Dios, pues todos necesitamos de Su compañía, de Su ternura y de Su bendición.
Paz y bien