La bochornosa farandulización del Legislativo

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El 30 de octubre, ABC digital publicó un artículo en el que el presidente del Senado, Silvio Ovelar, hacía una llamativa autocrítica en cuanto al relajamiento del discurso racional en el ámbito parlamentario. Más allá de diferencias que uno pudiera tener con el popular Beto, su preocupación me pareció legítima y me sonó sincera. Asistimos a un tiempo de farandulización del Congreso a escala de bochorno.

El Diccionario de la Lengua Española nos informa que farándula, en su cuarta acepción, es el “Conjunto de personas que integran la profesión teatral”. Farándula, entonces, tiene una denotación absolutamente respetable y hasta amable, pues la gente de teatro es siempre gente querible. Pero con el tiempo el término ha adquirido una connotación peyorativa por su cercanía con el entretenimiento. Y pasa que el entretenimiento también se ha banalizado. Así, se originó el sustantivo “farandulero”, que en lenguaje coloquial (segunda acepción en el Diccionario) alude a “charlatán, embaucador”.

En el artículo periodístico mencionado, Ovelar recuerda que en la historia paraguaya los partidos políticos eligieron “legisladores probablemente con mayor nivel, gente calificada”. Y consigna el texto que Ovelar lamentó la involución de la política. En dicho artículo hay, asimismo, una comparación de esa involución con la que ocurrió en cierta medida en la televisión, donde el concepto de entretenimiento se degradó hasta internarse en la morbosidad. Lo peor de la política, generalmente, trasciende mediante la difusión televisiva hasta ser parte de un show frívolo desbordado de ordinariez.

A esto se sumaron las redes sociales en las que mucha de la gente del Congreso expone su lado más estrafalario, lo más bizarro de su ser, con lo cual deshonra su investidura. Siguiendo con el artículo de ABC, Beto Ovelar afirma: “Hoy el Congreso recibe golpes durísimos en todos los frentes”. Hay que acotar aquí que los peores golpes al Congreso proceden de los mismos congresistas, legisladores de la patria. Muchos de ellos ultrajan la condición parlamentaria con acciones y expresiones que van desde lo grotesco y ridículo hasta lo canallesco e inmoral.

Petulantes de extrema ignorancia, cínicos loteadores de terrenos estatales en busca de atajos legales para sus fines, sospechados servidores de narcos (o narcos mismos) camuflados de legisladores, viciosos adictos al exhibicionismo sexual, abyectos más interesados en cumplir las delirantes órdenes del patrón que en servir al país, insolentes quejumbrosos de su salario de más de 30 millones ante un pueblo cuya mayoría sobrevive con menos del sueldo mínimo, bataclanas que mienten su realidad con el filtro de sus fotos. Palacio Legislativo, símil de la Corte de los Milagros tan bien descripta por Víctor Hugo en sus novelas, entre ellas Los miserables.

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“Nuestra intención desde el principio era recuperar el señorío. El Senado fue siempre un lugar con gente respetable”. Repito: por encima de las diferencias que pudiera tener con Ovelar, creo en la franqueza de estas palabras. Pero no se puede imponer señorío allí donde no sobran señores respetables y sí abundan charlatanes, embaucadores y depravados.

nerifarina@gmail.com