Nepotismo: trabajo y dinero del Estado para esposas, hijos y otros familiares

“Mi amigo es funcionario público, ¿no querés un cargo?”, puede ser la frase previa para dar inicio al nepotismo. El dinero del Gobierno no debe ser repartido ilegalmente entre hijos, yernos ni familiares, pues “parientes y Estado, asuntos separados”.

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Nuestra historia actual debería comenzar con un breve “érase un país tan pequeño, donde todos se conocían y cada uno tenía un parentesco particular; un día, las personas vieron al Estado de su nación como una empresa familiar, repartiéndose así las ‘acciones' en cargos públicos sin ningún concurso previo”.

El dinero que la ciudadanía aporta a través de los impuestos, en vez de utilizarse para el beneficio común del pueblo, va para unos cuantos privilegiados del mismo apellido, quienes son los encargados de despilfarrar, egoístamente, en su propio bien.

Como un flagelo sin control y un mal sin comienzo ni fin, la ola de corrupción acarrea un peso más llamado nepotismo. Este desmedido abuso de poder, por parte de algún superior, que ya ostenta un alto cargo, favorece a los amigos, parientes, vecinos, suegros, yernos, etc., al momento de acceder a un puesto público sin importar el mérito, obteniendo así jugosos salarios provenientes del Estado.

Una falsa meritocracia, aparte de ser una fuente de actos corruptos, no mira la capacidad que una persona pueda poseer al momento de tener que asumir una responsabilidad pública. Si no cae esta forma de organización que una misma sangre sigue manteniendo, resulta difícil salvarse de los robos de un clan Zacarías, de los hijos planilleros de concejales o del mecánico, el casero y la niñera de oro.

Específicamente, una ley de la Función Pública menciona en uno de sus artículos que sancionará con medida de inhabilitación hasta por cinco años, en caso de nepotismo, a los funcionarios públicos; además, expresa que tanto como el autor como el beneficiado deberán devolver los salarios cobrados indebidamente. Aunque sea tedioso, estamos acostumbrados a que las leyes sean violadas sin descaro pero, así también, debemos adoptar el hábito de levantar la voz conjuntamente para decir ¡alto!

Desde cualquier punto de vista, resulta injusto ver a las familias cobrar un sueldo literalmente mínimo que apenas alcanza para el sustento básico. Mientras tanto, los que se cuelgan de las costillas del Estado ríen sin culpa entre puestos y sueldos ilegales.

En un período presidencial, ya quisieron manejar al país como a una empresa, pero el plan no funcionó. No es fácil desinstalar una mentalidad que cree al Estado como un ente generador de dinero reservado para uno mismo, pero sí podemos abogar por la transparencia y la justicia con las que todos soñamos.

Por Ezequiel Alegre (18 años)

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