Partidos so'o, cuando la magia del fútbol brilla en las canchitas del barrio

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Jugar como locos era lo que más feliz nos ponía en los populares partidos so'o, ya sea en un patio baldío o en la calle. En estos cotejos, las risas se apoderaban de quienes poníamos alma y corazón en las canchitas. ¿Vos eras el pelota jara o el crack?

El fútbol es el deporte rey y seguirá siéndolo por mucho tiempo más. Cuando juega la selección o tu equipo favorito, el corazón se paraliza frente al televisor, mientras que los más fanáticos acuden a los estadios para brindar aliento y alguna que otra queja cuando el club “no pone garra”.

La magia del fútbol estaba inmersa en nuestros barrios con los populares partidos so'o. Quizás seas parte de la generación pasada que vibraba con los amigos en las canchitas. Obviamente se sigue jugando este deporte, pero ya no con la misma intensidad de antes.

A la hora de jugar, ese modesto patio o calle de tu barrio se convertía en el mítico Camp Nou, el colosal Santiago Bernabeu y otros templos del fútbol. Cada partido se disputaba con el mismo nivel de una final mundial. ¿Te acordás de aquellas memorables tardes en las que la pelota era el centro de los corazones?

Para empezar el duelo, se esperaba la presencia del dueño del balón y se rezaba incluso para que no trancara a última hora. “El pelota jára”, caracterizado por su mal genio, suspendía el juego si se pichaba y era el blanco de las burlas de los presentes. Los partidos finalizaban cuando todos estaban extremadamente agotados y en el caso en que las mamás buscaban a sus hijos con el cinto en la mano y una cara de guerra.

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Las posiciones en el juego eran las siguientes: el gordito en el arco, quien solía avivarse para achicar su portería, y los menos habilidosos quedaban en la defensa; ellos eran los encargados de lesionar a los demás en el intento desesperado de impedir un gol. En las jugadas de alto voltaje, ¿quién era el árbitro? Brillaba por su ausencia y cada quien cobraba lo que se le antojaba.

El moquetero no podía faltar y se molestaba por cualquier vyrorei; con su temperamento, visualizaba a la canchita como un ring y repartía akapete por doquier. Además, el famoso “penal o gol” solía calmar las aguas en las jugadas polémicas.

Cuando en un remate, la pelota iba a una casa ajena, Dios y todos los santos eran invocados para que el balón no se haya estrellado por un vidrio, encendiendo así la cólera de la vecina. En las tardes de lluvia, recibir un pelotazo en la cara causaba mayor dolor que el penal errado de Tacuara. Los raspones, heridas y moretones eran muy frecuentes pero la alegría en los corazones de los futbolistas hacía que todo valiera la pena.

Quizás el play y los smartphones cautivaron en el hechizo de la pereza a muchos chicos, por lo que en varias zonas, las canchitas del barrio parecen olvidadas. Sin embargo, cuántas valiosas anécdotas podemos rescatar de aquellos divertidos momentos de la infancia.

Cómo no recordar a Leonardo Favio cuando cantaba en los '70: “Con cinco medias, hicimos la pelota y aquella misma siesta perdimos por un gol; una perrita que andaba abandonada pasó a ser la mascota del cuadro que ganó. Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos...”

Por Víctor Martínez (19 años)