Invernaderos Reales de Bruselas

BRUSELAS. Un pequeño pitufo en el arriate de piedras es el único indicio del verdadero carácter de los mejores invernaderos de Europa. Este reino vegetal no es un jardín botánico ni una atracción turística. Es un jardín privado de la familia real.

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Solo una vez al año, durante la floración en abril, este mundo normalmente cerrado a cal y canto, situado en la periferia de Bruselas, se abre al público durante tres semanas. Este año, los invernaderos se podrán visitar del 20 de abril al 11 de mayo.

El camino detrás de la puerta de entrada, de hierro fundido, pasa junto al palacio y lleva al visitante al invernadero de naranjos, donde comienza el recorrido. Aunque algunos de los invernáculos tropicales están bastante alejados unos de otros, también cuando llueve uno puede desplazarse entre ellos sin mojarse porque todos están interconectados mediante túneles de cristal.

Los invernaderos en el barrio bruselense de Laeken constituyen el mayor paisaje acristalado de Europa. Un camino señalizado de más de un kilómetro pasa por 15 diferentes invernaderos, entre ellos el invernáculo del Congo, el invernáculo de azaleas y la galería de geranios.

Ya a primera vista queda claro que estos invernaderos no son construcciones botánicas funcionales al servicio de la ciencia sino testigos de una necesidad megalómana de impresionar. Una ciudad de cristal con cúpulas, torres y pabellones. Las formas alegres se adelantan al modernismo belga que cambiaría la fisonomía de Bruselas alrededor del año 1900.

El edificio más impresionante es el jardín de invierno con su cúpula de cristal de 25 metros de alto, que descansa sobre un esqueleto de metal y columnas de piedra agrupadas de forma circular. El edificio fue construido entre 1874 y 1876.

No solo lo grande impresiona, sino también lo pequeño. Cada arriate está rastrillado y arreglado minuciosamente, desde hace mucho más que 100 años. Enormes palmeras se estiran hacia la luz. Copas de diferentes árboles están enganchadas. Raíces se extienden como tentáculos por el suelo. Helechos tan altos como un hombre despliegan sus hojas en forma de abanico. Plantas trepadoras caen al suelo como barbas hirsutas y gigantescas hojas se mecen con la corriente de aire.

Por la noche, el mar de plantas resplandece con la iluminación original de la Belle Époque. Desde fuera, la ciudad de cristal brilla como un palacio de las "mil y una noches". Un sistema de tubos de un kilómetro de extensión colocado debajo del suelo suministra agua caliente a los invernaderos, el mayor coste del complejo.

En medio del esplendor floral es fácil no ver un busto negro que en uno de los invernaderos está colocado, algo oculto, contra la pared. Un hombre narizón con una larga barba gris: el rey Leopoldo II (1835-1909), quien mandó construir los invernaderos de cristal y hierro.

El guía que lleva a los visitantes por los invernaderos señala que el rey fue un gran amante de las plantas. En ningún momento menciona el pecado original que hizo posible el nacimiento de este jardín paradisiaco. Leopoldo II financió la construcción del complejo de invernaderos con dinero procedente del sistema económico esclavista en el Congo, su colonia privada. Regiones enteras del país africano fueron despobladas durante el cruel régimen del rey belga.

Cuando uno conoce los orígenes de la ciudad de cristal, ya no resulta tan fácil disfrutar del paraíso vegetal. De repente, las plantas trepadoras se asemejan a redes y las ramas nudosas a instrumentos de tortura.

La familia real solo permite a su pueblo tres semanas de acceso a sus jardines. E incluso durante esas tres semanas no todo está abierto al público. Por ejemplo, una antigua iglesia con capacidad para 800 creyentes, que más tarde fue convertida en una piscina para la familia real, permanece protegida de miradas indiscretas.

Información básica: los invernaderos Reales de Bruselas

Cómo llegar: en tren a la estación Norte de Bruselas y desde allí en autobús de la línea 230 al palacio real.

 

 

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