Los robos y asaltos domiciliarios, callejeros, así como otras situaciones de extrema violencia son síntomas de una sociedad enferma. Las víctimas predilectas: la clase trabajadora, cuyas vidas fueron despreciadas a tal punto que valen menos que cualquier objeto.
No busco justificar de ninguna manera estas nefastas situaciones que ya cegaron la vida de varios compatriotas y a otros, los dejaron con secuelas, ya sean físicas o psicológicas. Creo que cada uno de nosotros, en menor o mayor medida, somos responsables de la penosa realidad con la que debemos lidiar cada día.
La seguridad interna es responsabilidad del gobierno, y todos sabemos que están aplazados en ésta asignatura. Pero también los ciudadanos contribuimos a mantener una sociedad sumida en la violencia cuando adquirimos objetos de dudosa procedencia, que puede estar manchado de sangre, producto de algún robo agravado.
Como tal vez nunca antes vivimos en una sociedad indiferente, hipócrita, conservadora, de doble moral, que por ejemplo se pasa yendo a misa, al culto. Sin embargo, no se interesa en la práctica por el prójimo y el bien común.
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Y lo que es peor, muchos, cuando tienen oportunidad de sacar ventaja no piensan dos veces, aunque tengan que corromperse. Implementan la consigna de Nicolás Maquiavelo y actúan sin que importen los medios, sea coimear o evadir impuestos, para llegar a sus objetivos.
Si hablamos de causas probables así como motivaciones de los patrones de conductas de las personas, son muchas. Y bien sabemos que la base de la sociedad es la familia, la primera escuela, que tiene gran incidencia en el tipo de personas que podemos ser, de acuerdo a esa experiencia primaria, de un padre y madre, presentes o ausentes, etc.
La corrupción generalizada y la falta de oportunidades, entre otros factores tienen alta incidencia también. Así vemos muchos jóvenes que ganan buen salario en instituciones públicas mediante un padrino político, como la famosa la “niñera de oro” o el que ceba tereré, sin que aporten algo provechoso para el país.
A lo que voy es que no se puede solamente tratar los síntomas de la enfermedad, previniendo el delito o reprimiéndolo. Se debe buscar la cura, cuyo proceso es largo, nada sencillo, pero debe iniciarse.
De nosotros debe partir la trasformación, tomando en cuenta que somos quienes muchas veces en la redes sociales criticamos a los corruptos. Empero, a la hora de emitir nuestro voto los volvemos a elegir una y otra vez, y hasta compartimos con ellos como si fueran grandes señores.
Y son estos ladrones de guantes blancos, electos por nosotros, quienes roban el sueño y la esperanza de niños y jóvenes, amañando licitaciones, dejando sin aulas, merienda y almuerzo escolar a los niños. A los hospitales dejan desprovistos de medicamentos y medios de diagnóstico que bien pudieron tener.
Cada vez son más las personas excluidas, y con muchas necesidades básicas insatisfechas que no tienen condiciones para desarrollarse como ciudadanos. Expulsados del campo migran a las ciudades a engrosar los cinturones de pobreza, sobrecargado a su vez la ya de por sí precaria infraestructura de éstas localidades.
El Estado, a través de las autoridades que están en función de gobierno, deben aumentar el gasto social, que abarca salud, educación, vivienda, hasta actividades recreativas, entre otros. Para graficar lo mucho que nos falta como país, hasta ahora en pleno siglo XXI, todavía tenemos un número importante de muertes materno -infantil.
Y ni hablar de las cárceles que son depósito de seres humanos que conviven en situaciones infrahumanas, sin posibilidades reales de reinserción social, que los lleva de nuevo a cometer un delito apenas logran su libertad. Y es que nadie quiere dar empleo a un ex reo, a sabiendas que no hay garantías.