El capitán de fragata Juan Francisco Aguirre -que integró la Partida Demarcadora de Azara-, consignó que ellos hacían gala de una destreza maravillosa al navegar por el río Paraguay; que lo recorrían por completo; y, que “por el modo traicionero que observan se hacen de atención”.
Fueron, en palabras del padre José Sánchez Labrador, unos piratas inhumanos que, desde mediados del siglo XVI y hasta la segunda mitad del XVIII, tornaron peligroso surcar el curso de dicho río.
Hábiles nadadores, experimentados canoeros, sagaces, y perversos, estos indios abordaban en aquel tiempo cuanta embarcación navegaba por aguas del Paraguay y, en varias ocasiones, asolaron las poblaciones y campos de sus riberas, en busca del botín -tan preciado por ellos-, que incluía mujeres y niños cautivos.
Estaban divididos en dos parcialidades: los sureños o Siacuá, y los norteños o Sarigué.
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Los primeros firmaron la paz con los españoles en 1741, y se asentaron en el paraje asunceno de Tacumbú. Los segundos demoraron más en hacerlo, recién hacia 1790, y se afincaron en Remanso Castillo y Chacarita.
Referencias de Azara
Desde los primeros días de la conquista, apuntó Azara, los Payaguá no cesaron “de asaltar y matar [a] cuántos españoles han podido, no solo en los ríos, sino también en tierra, atacando las casas, estancias y caminos. (…) Todavía conservan los Payaguá su carácter diabólico con todos los demás indios, pero viven en grande paz con los españoles, desde el año de 1740 y tantos, en que el grande y famoso gobernador don Rafael de la Moneda los sujetó y domó en términos que no han cometido después cosa de consideración”.
Puntualizó, además, que:
“No ha tenido esta Provincia enemigos más continuos y perjudiciales (…) No solo han sido los bárbaros Payaguá enemigos de los españoles sino, igualmente, de toda otra casta de indios. (…) Pueden llamarse los Payaguá enemigos del género humano, pues en todos los que han podido han destrozado con fuerza, astucia o traición, sin que se pueda decir a quién han perseguido más”.
Cambio de hábitos
Los miembros de ambas parcialidades desde que estuvieron en paz con los españoles pasaron, del trueque del botín y del rescate de cautivos, a la venta callejera de pescado, mantas de algodón, calabazas pirograbadas, ollas de barro cocido, canoas, remos, forraje para caballos, entre otros objetos menudos, cuando no sirvieron como canoeros, chasques, o guardas fluviales para las autoridades coloniales.
Todo lo que obtenían, por lo general, lo cambiaban por caña paraguaya (aguardiente), cuyo consumo en exceso fue uno de los factores de su extinción.
Inigualables marineros
Refirió Azara que los Payaguá “no conocen cultivo alguno y son solamente marineros”.
Sus canoas y remos, agregó, las fabricaban ellos mismos, y tenían las siguientes características:
“diez a veinte pies de largo; su mayor anchura es de dos a cuatro palmos a los dos tercios de longitud, a contar de la proa. Ésta es muy aguda y la popa casi lo mismo. El remo tiene nueve pies, cuya extremidad, que es muy aguda, forma el tercio”.
Ellos, señaló Azara, reman “en pie sobre el extremo de la popa, pero se sientan en el medio de la canoa para pescar con sedal, y se dejan arrastrar por la corriente del río”.
Aguirre, además, mencionó sobre las habilidades náuticas de los Payaguá que:
“Las canoas payaguas no parecen sino agujas: En las grandes bogan hasta 9 indios fuera del espadillero de pie, con palas largas afiladas y bien labradas. Cuando se ponen de marcha es seguro verlos porque bogan a ambas manos, en que son diestros con igualdad, resultando adquieren las canoas mucha velocidad, aún río arriba. Se podrá inferir cual sea su destreza al comprender que sus canoas zozobran con pequeña descomposición del equilibrio, embarcación peligrosa para los españoles, pero para ellos de friolera porque la vuelven a adrezar sin el menor sobresalto. En el aguante a la pala también son fuertes, siendo así que por su postura y tranquilidad, que deben guardar, se hace doblemente penosa”.
La soltura de los Payaguá en el agua quedó registrada en el siguiente relato de Azara:
“Algunas veces sucede que la canoa zozobra cuando se meten en ella grandes pescados que se debaten mucho. Entonces se ve con sorpresa que estos indios, no teniendo el agua más que hasta el pecho, aunque haya seis varas de profundidad, manejando su canoa como un tejedor de lanzadera, vacían toda el agua [en] menos de tres minutos y saltan dentro de nuevo, sin perder jamás el sedal, el remo, ni el pescado, ni el arco, ni las flechas, ni nada de lo que tenían”.
Hábiles cazadores
Como elementos de caza disponían estos indios del bichero, la macana, “arcos de siete pies y flechas de cuatro y medio, que llevan en haces, sin usar carjac”.
Todas esas armas, comentó Azara, las empleaban “con gran destreza y, cuando quieren proporcionarse un ave o un pequeño animal vivo, ponen en la punta de la flecha algo para amortiguar el golpe, a fin de aturdirlo sin matarlo”. Como ejemplo de tal maestría, indicó Azara que, para matar yacarés o carpinchos, usaban los Payaguá flechas que:
“clavada[s] se separa la lengüeta de la asta, quedando no obstante amarradas con una cuerda fuerte. Si el herido sumerge, como es natural, flota el asta o caña, y por ella tiran hasta ponerse sobre el animal, y darle lanzadas con la pala”.
Aguirre señaló lo mismo, en términos muy parecidos.
Los tacumbúes
Azara asentó que trató dos años con los tacumbúes en sus toldos, y sobre ellos registró cuanto sigue:
“Por supuesto que estos indios no tienen ley ni costumbre que los sujete en lo más mínimo. Todo les es permitido, si lo quieren hacen, y pueden practicarlo. No conocen castigos ni premios, solo cuando alguno de los sujetos es demasiado ladrón y por esto aborrecido de los españoles, o el Gobernador pide contra él, suelen darle alguna paliza, o más regularmente desterrarlo a otra parcialidad. Esto solo lo hacen por respeto a los españoles, y no por ley ni costumbre. Cuando rara vez uno riñe con otro es sin arma, a cachete, y quedan muy amigos acabada la pelea, en la cual nadie se entremete, ni toma partido”.
