Un descubrimiento asombroso en Sudamérica
El 1 de enero de 1837, Sir Robert H. Schomburgk, explorador y botánico al servicio del Imperio británico, se encontró con una planta acuática de dimensiones sorprendentes en el río Berbice, en la entonces llamada British Guiana (hoy Guyana).

La hoja gigante que flotaba sobre el agua, con una flor de extraordinaria belleza, lo dejó perplejo y quedó así documentado en el Journal de la Real Sociedad Geográfica, relata la BBC.
Schomburgk no fue el primer europeo en observar este nenúfar. Antes que él, Thaddäus Haenke y Alcide d’Orbigny ya habían registrado la planta en la frontera entre Bolivia y Paraguay y durante sus exploraciones sudamericanas, respectivamente.
Sin embargo, el impacto causado por la contemplación de esta maravilla natural continúa intacto desde entonces.
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Obsesión victoriana: llegada a Europa e influencia botánica
A diferencia de Francia, donde se ignoró inicialmente el envío de hojas y semillas al Museo Nacional de Historia Natural de París, en el Reino Unido la llegada del nenúfar generó una verdadera fiebre botánica.

El hallazgo coincidió con la ascensión de la joven reina Victoria, lo que llevó a que la planta fuera bautizada Victoria regia, y posteriormente Victoria amazonica.
Durante la era victoriana, la pasión británica por las flores era tal que los aristócratas no dudaban en pagar sumas exorbitantes por nuevas especies. El desafío de cultivar la exótica Victoria regia—procedente de los trópicos amazónicos—se convirtió en una competencia feroz en la alta sociedad inglesa, quienes buscaban la gloria de conseguir la primera floración fuera de su hábitat natural.
La carrera por florecer: el papel de Joseph Paxton
El sitio clave de esta rivalidad botánica fue el Great Stove, el mayor invernadero acristalado de la época, ubicado en Chatsworth House, residencia ancestral de la familia Cavendish.
Bajo la tutela y financiación del duque de Devonshire, el jardinero Joseph Paxton, hijo de un agricultor y brillante autodidacta, se puso al frente de innovaciones en la horticultura y el diseño de invernaderos.
Paxton entendió que, para lograr la floración, debía recrear las condiciones del entorno de la planta: movimiento del agua, temperatura constante y nutrientes suficientes.

Instauró mecanismos ingeniosos de circulación de agua y calor, que permitieron a la planta desarrollarse y, en 1849, florecer por primera vez en Inglaterra.
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Para demostrar la solidez de las hojas, que llegaban a medir cerca de 1,5 metros de diámetro, Paxton hizo flotar a su hija Annie sobre una de ellas, imagen que se convirtió en leyenda.
Inspiración natural para una revolución arquitectónica
El mayor legado del nenúfar amazónico se materializó en la arquitectura. Fascinado por la estructura de las hojas, Paxton replicó el complejo sistema de venas y soportes en el diseño del Crystal Palace, edificio emblemático construido para la Gran Exposición de 1851 en Londres.

Este monumental espacio de vidrio e hierro fue el primero en crear un “clima artificial” a gran escala, empleando sistemas modulares y prefabricados. Su diseño rompió paradigmas: la transparencia, ligereza y funcionalidad sentaron las bases de la arquitectura moderna.
La estructura acristalada del Crystal Palace, capaz de sostener grandes dimensiones de vidrio con mínima masa estructural, representó una síntesis perfecta entre naturaleza y técnica.
Según palabras del propio Paxton, “la naturaleza fue la ingeniera”: las hojas de Victoria amazonica inspiraron la configuración de crestas y surcos del gran palacio, permitiendo una construcción sin precedentes.
Herencia y vigencia
La influencia del Crystal Palace se extiende hasta el presente, siendo pionero en la utilización industrializada de materiales y en la concepción de edificios abiertos, luminosos y funcionales.
Charles Dickens escribió que el edificio brotó de la planta amazónica “tan naturalmente como los robles crecen de las bellotas”. La fascinación por la Victoria regia sigue viva: científicos y arquitectos continúan estudiando tanto sus propiedades estructurales como su eficiencia biológica para inspirar futuros diseños y tecnologías.
Tras más de siglo y medio, el legado del nenúfar amazónico perdura no solo en invernaderos y jardines, sino en el ADN de la arquitectura y la ingeniería contemporáneas, recordándonos que la naturaleza puede ser el mayor de los modelos para la innovación humana.
Fuente: BBC
