La encantadora biología del pato mandarín: colores y rituales que deslumbran

Pato mandarín (Aix galericulata).
Pato mandarín (Aix galericulata).Shutterstock

El pato mandarín, con su espectacular coloración y complejas estrategias de cortejo, revela secretos de la evolución y la física que desafían nuestra percepción. Un vistazo a esta maravilla natural redefine lo que entendemos por belleza en el reino animal.

El pato mandarín (Aix galericulata) ha sido durante siglos una figura de fascinación estética en Asia oriental, y más recientemente un ícono de biodiversidad en parques europeos donde se han establecido poblaciones ferales. Detrás de su apariencia —tan llamativa que roza lo improbable— hay una historia de física, evolución y comportamiento que va mucho más allá del simple “pato bonito”.

Un arcoíris que no está pintado: la coloración estructural

A primera vista, el macho parece un mosaico de naranjas, azules eléctricos y verdes metálicos. Aunque es tentador atribuir esa paleta a pigmentos potentes, gran parte del efecto visual proviene de la coloración estructural: micro y nanoestructuras dentro de las barbas y bárbulas de las plumas que manipulan la luz.

Estas estructuras funcionan como redes de difracción y capas delgadas que generan interferencia constructiva en longitudes de onda específicas. El resultado es un brillo iridiscente que cambia con el ángulo de observación y la iluminación, responsable de los destellos azules y verdosos.

Pato mandarín (Aix galericulata).
Pato mandarín (Aix galericulata).

Los pigmentos no desaparecen de la ecuación. Melaninas y, en menor medida, carotenoides aportan negros, marrones y naranjas saturados —este último visible en las “velas” escapulares— y estabilizan mecánicamente las plumas.

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Pero la viveza metálica que tantos observadores describen como “esmaltada” no es tintura: es óptica.

Dimorfismo sexual extremo: el precio del brillo

Pocas aves acuáticas exhiben un dimorfismo tan marcado. El macho luce una cresta bicolor, mejillas blancas delimitadas, flancos castaños y los mencionados reflejos iridiscentes, además de las “velas” naranjas que se yerguen sobre el dorso como abanicos verticales.

Pato mandarín (Aix galericulata).
Pato mandarín (Aix galericulata).

La hembra, en cambio, es una composición de grises y marrones moteados, con un anillo ocular pálido y un perfil discretamente ondulado que se confunde con la vegetación ribereña.

Pato mandarín (Aix galericulata).
Pato mandarín (Aix galericulata).

Las fuerzas evolutivas detrás de esta asimetría apuntan a una forma intensa de selección sexual. En ambientes donde la depredación y la competencia por parejas coexisten, el macho paga un “costo” de visibilidad —más detectable por predadores— a cambio de señales de calidad que atraen a las hembras.

Esas señales pueden correlacionar con buen estado corporal, plumaje bien mantenido y capacidad para sostener la muda y el gasto energético del cortejo. La hembra, que invierte más en la producción de huevos y en la elección de refugios, maximiza su éxito pasando desapercibida; su plumaje críptico es una defensa efectiva cuando incuba o cuida polluelos en orillas densas.

Pato mandarín (Aix galericulata).
Pato mandarín (Aix galericulata).

Esta tensión entre atractivo y supervivencia se evidencia también en la temporalidad del plumaje. Tras la temporada de reproducción, los machos entran en “plumaje de eclipse”, un atuendo más opaco que reduce su visibilidad durante la muda de las plumas de vuelo, cuando su capacidad de escape disminuye.

Las “velas” escapulares: emblema y herramienta de cortejo

El rasgo más inconfundible del macho son sus plumas escapulares naranjas, grandes y rígidas, que se elevan en ángulo casi vertical como dos paneles laterales.

Pato mandarín (Aix galericulata).
Pato mandarín (Aix galericulata).

Anatómicamente, se trata de plumas modificadas en la región de los hombros que combinan pigmentación carotenoide con microestructuras que acentúan la saturación del color bajo luz natural.

Su función es sobre todo comunicativa: amplifican la silueta lateral del macho y sirven de señal visual de larga distancia en aguas quietas y márgenes boscosos de poca luz.

Durante el cortejo, las “velas” son protagonistas. El macho se posiciona de perfil respecto a la hembra y ejecuta una secuencia coreografiada: levanta y despliega las escapulares, arquea la nuca para resaltar la cresta, inclina la cabeza hacia atrás mostrando la garganta blanca, y alterna movimientos rápidos de cabeza y cuello con suaves balanceos del cuerpo.

Pato mandarín (Aix galericulata).
Pato mandarín (Aix galericulata).

A esto se suman vibraciones del plumaje de los flancos —que incrementan el parpadeo de los colores estructurales—, breves carreras sobre el agua y emisiones sonoras sutiles, más silbidos que graznidos.

El objetivo es doble: captar la atención y transmitir información sobre vigor, coordinación y estado del plumaje. La respuesta de la hembra, si es positiva, incluye acercamientos graduales, posturas de receptividad y sincronización de movimientos.

En especies socialmente monógamas como el pato mandarín, este intercambio no solo culmina en la cópula; consolida el vínculo de pareja que se mantendrá durante la temporada.

Física, forma y selección: una estética con sentido

El pato mandarín demuestra cómo la evolución puede reclutar principios físicos para construir mensajes biológicos complejos. La coloración estructural, desplegada en superficies estratégicas y modulada por pigmentos, multiplica el impacto visual sin añadir masa ni gasto constante de compuestos químicos.

Las “velas” escapulares, improbables en apariencia, son paneles publicitarios eficientes en escenarios donde la visibilidad lateral y el contraste importan. Y el marcado dimorfismo sexual es el rastro visible de un pacto evolutivo: el macho asume el riesgo del espectáculo para ganar pareja; la hembra elige con cautela para asegurar la descendencia.

Detrás del resplandor del mandarín hay, en definitiva, una ingeniería de la luz y el comportamiento que convierte a esta especie en una de las más nítidas lecciones vivas sobre cómo la naturaleza talla el color y el ritual al servicio de la reproducción.