Día Internacional de las Montañas: los grandes archivos de la historia de la Tierra

Pico Aconcagua de las montañas de los Andes al atardecer.
Pico Aconcagua de las montañas de los Andes al atardecer.Shutterstock

Cada 11 de diciembre, el Día Internacional de las Montañas nos recuerda la majestuosa fragilidad de estos ecosistemas, que ofrecen un vasto relato geológico y paleontológico de 4.500 millones de años, crucial para millones de vidas y la biodiversidad del planeta.

Cada 11 de diciembre, el mundo celebra el Día Internacional de las Montañas, una fecha proclamada por la Asamblea General de la ONU en 2003 tras el Año Internacional de las Montañas (2002). Nació con una doble intención: llamar la atención sobre la fragilidad de estos ecosistemas —clave para el agua, la biodiversidad y la vida de millones de personas— y reconocer su papel central en la historia natural del planeta.

Las montañas cubren alrededor de una cuarta parte de la superficie terrestre y son la fuente de entre el 60 % y el 80 % del agua dulce del planeta. Albergan una biodiversidad única, regulan el clima regional y son el hogar de comunidades que dependen directamente de sus recursos, desde la agricultura de altura hasta el turismo.

Y más allá de su valor paisajístico y cultural, las montañas son también inmensos archivos geológicos y paleontológicos. Sus rocas, pliegues y fósiles conservan capítulos enteros de la evolución de la Tierra: desde la formación de océanos y continentes hasta antiguas extinciones masivas.

Las montañas como archivos geológicos

Para la geología, una cadena montañosa es algo más que un conjunto de cumbres: es el resultado visible de procesos que actúan durante cientos de millones de años. Cada estrato, cada pliegue y cada falla registran un episodio distinto de la historia terrestre.

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Plantas extremófilas: Silene acaulis (almohadilla del Ártico), crece en zonas alpinas y volcánicas, donde la temperatura del suelo puede ser muy elevada durante el día.
Dolomitas.

Las rocas sedimentarias —frecuentes en muchas cordilleras— se forman a partir de capas de sedimentos depositados en antiguos mares, ríos, lagos o desiertos. Con el tiempo, esos sedimentos se compactan y litifican, quedando apilados como las páginas de un libro.

Algunas montañas exponen hoy, en un solo valle, secuencias de rocas que abarcan enormes intervalos de tiempo, lo que permite reconstruir variaciones del nivel del mar, cambios climáticos o episodios de vulcanismo intenso.

Además, la deformación que acompaña al levantamiento de una cordillera —pliegues, fallas, cabalgamientos— también guarda información: indica cómo chocaron placas tectónicas, en qué dirección se acortó la corteza, qué intensidad tuvieron las fuerzas internas del planeta.

Leer una montaña, para un geólogo, es reconstruir la mecánica de la Tierra en cámara lenta.

Del fondo del mar a la cumbre: cuando las rocas cuentan un viaje imposible

Uno de los mensajes más sorprendentes que revelan las montañas es que lo que hoy está a miles de metros de altitud, en muchos casos, fue fondo marino.

Aldea de Chame en el circuito de Annapurna Trek, Nepal Himalaya.
Aldea de Chame en el circuito de Annapurna Trek, Nepal Himalaya.

En el Himalaya, por ejemplo, se han encontrado abundantes fósiles marinos —como ammonites y restos de antiguos arrecifes— a varios miles de metros sobre el nivel del mar. Su presencia confirma que gran parte de esta cordillera se formó a partir de sedimentos depositados en el antiguo océano de Tetis, comprimidos y elevados cuando la placa india colisionó con la euroasiática.

Situaciones similares se observan en otras cordilleras:

  • En los Andes, numerosos picos y sierras contienen rocas marinas con fósiles de moluscos, corales y microorganismos planctónicos que se originaron en el margen de un antiguo océano Pacífico muy distinto al actual.
  • En los Alpes, formaciones como las Dolomitas están compuestas por restos de antiguos arrecifes tropicales del Triásico, levantados y fracturados por la colisión entre África y Europa.
  • En sistemas montañosos de Europa, América y Asia, investigadores han documentado con detalle antiguas plataformas continentales y cuencas marinas hoy convertidas en cordilleras.

Estos hallazgos no son anécdotas aisladas: encajan en el marco de la tectónica de placas. Las montañas son la evidencia tangible de que la superficie terrestre es dinámica, que los continentes se fragmentan y chocan, y que los océanos nacen y se cierran a lo largo de millones de años.

Fósiles en altura: paleontología a gran altitud

Si las rocas guardan la memoria de ambientes pasados, los fósiles conservan la de los seres vivos que los habitaron. Y en las montañas, esa memoria se encuentra a menudo a alturas insospechadas.

Un guanaco mira hacia los picos nevados en la Cordillera de los Andes en Mendoza, Argentina.
Un guanaco mira hacia los picos nevados en la Cordillera de los Andes en Mendoza, Argentina.

En cordilleras de todo el mundo se han descrito:

  • Fósiles marinos de invertebrados (corales, braquiópodos, ammonites) que ayudan a reconstruir la profundidad, temperatura y química de antiguos mares ahora elevados.
  • Restos de vertebrados terrestres y sus huellas —incluidos dinosaurios en algunas regiones montañosas de América, Asia y Europa— que permiten inferir cómo eran los ecosistemas continentales antes de que esos terrenos se elevaran.
  • Plantas fósiles de bosques antiguos atrapadas en capas hoy expuestas en barrancos de altura, lo que ofrece información sobre climas pasados y circulación atmosférica en otras eras geológicas.

La altitud actual de esos fósiles no refleja el ambiente en el que vivieron, sino los millones de años de deformación tectónica posteriores. Por eso, el trabajo conjunto de geólogos y paleontólogos es crucial: la geología sitúa el fósil en su contexto original —si era un fondo marino, una llanura costera o un delta— y la paleontología completa el paisaje con sus habitantes.

Montañas vivas: cambios actuales que desvelan el pasado

Aunque hablan de tiempos remotos, las montañas son sistemas vivos que siguen cambiando. La erosión, los deslizamientos, los glaciares y los ríos continúan “esculpiéndolas”, dejando al descubierto nuevas secciones de esas bibliotecas rocosas.

En las últimas décadas, el retroceso de glaciares en distintos macizos montañosos, asociado al calentamiento global, ha dejado al desnudo estratos, morrenas y paleosuelos que antes estaban ocultos bajo el hielo.

Glaciar Rohne en los Alpes Suizos.
Glaciar Rohne en los Alpes Suizos.

En algunos casos se han hallado restos de vegetación antigua y nuevas exposiciones rocosas que aportan datos sobre climas del pasado y sobre cómo respondieron los ecosistemas de montaña a cambios ambientales anteriores.

Al mismo tiempo, el deshielo del permafrost en regiones de alta montaña genera inestabilidad en laderas, lo que supone un riesgo para poblaciones y infraestructuras. Esa tensión entre el valor científico de unas montañas que se abren y la vulnerabilidad de quienes viven en ellas es uno de los grandes temas de debate en torno a su gestión y conservación.

Un día para mirar las montañas… y lo que cuentan

El Día Internacional de las Montañas no es solo una invitación a admirar cumbres nevadas o paisajes espectaculares. Es, también, una oportunidad para comprender que bajo esos relieves se esconde una crónica de 4.500 millones de años.

Cordilleras que fueron mares tropicales, valles que fueron fondos oceánicos, fósiles marinos en cimas heladas: la geología y la paleontología convierten el relieve en relato.

Mirar una montaña con esa clave es verla como lo que es: un archivo monumental de la historia de la Tierra, cuya preservación importa tanto para las generaciones presentes como para las futuras.