La caída, a 70 u 80 km/h en una curva de este rincón apartado, tuvo consecuencias dramáticas. Otros corredores se cayeron a la vez que el italiano, pero el dorsal 114 de aquel Tour fue el único en quedar inconsciente en el suelo, en el kilómetro 34 de la 15ª etapa, durante la gran jornada pirenaica entre Saint-Girons y Cauterets, que el pelotón abordada en un día soleado, sin sospechar el drama que se avecinaba.
Los servicios de socorro llegaron rápidamente. Ni la ambulancia, el helicóptero y el rápido traslado al hospital de Tarbes sirvieron para nada. Fabio Casartelli, campeón olímpico en Barcelona 1992, no salió del coma.
“La gravedad de las lesiones (múltiples fracturas del cráneo) no ha permitido evitar un desenlace fatal, a pesar de estar casi dos horas en reanimación”, anunció el comunicado médico.
“Me tocó anunciar al micro de Radio Tour la terrible noticia, la muerte de un corredor, sin que los protagonistas fueran informados por sus directores deportivos”, cuenta Jean-Marie Leblanc, que dirigía el Tour en aquel momento.
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“A la llegada a Cauterets, el esplendor de Richard Virenque, el vencedor, parece fuera de lugar, pero hay que puntualizar el escalador francés no conocía la tragedia que se había producido detrás de él”, cuenta.
Tres días más tarde, Lance Armstrong, compañero de equipo de Casartelli en el Motorola, gana en Limoges y levanta un dedo hacia el cielo. La imagen del estadounidense y su gesto dieron la vuelta al mundo.
Un accidente tan grave es algo rarísimo en el Tour. Casartelli fue el tercer ciclista en morir en plena carrera en la ’Grande Boucle’, después de Francesco Cepeda en 1930 y Tom Simpson en 1967.
En los meses siguientes se colocó un monumento en su memoria cerca del lugar del accidente.
“El día de la inauguración sigue siendo para mí un recuerdo emotivo. Temía un poco, debo admitirlo, el encuentro con los padres del desafortunado corredor, ya que en el fondo era ’mi’ carrera la que les había quitado un hijo. Pero no sólo no me manifestaron ni el más menos resentimiento, sino que al contrario, vinieron a abrazarme con los ojos enrojecidos y me dieron un pequeño regalo de su país. Ese día me dije que nunca dejaría de creer en la naturaleza humana”, afirma Leblanc.
Desde entonces, el monumento es un lugar de peregrinación, recuerdo y emoción para los ciclistas que pasan por allí. Cuando el Tour de Francia pasa por el Porter D’Aspet, sus dirigentes acuden al lugar a mostrar sus respetos. Para siempre, el nombre del ciclista, muerto a los 24 años, estará asociado a ese lugar.
Su hijo Marco tenía dos meses y cinco días en el momento de la muerte de su padre.
Ahora es un joven adulto y se parece mucho a Fabio. Los mismos ojos, los mismos cabellos, la misma sonrisa dulce.
“Sólo conozco a mi padre por lo que me han contado de él, por las fotos y los vídeos”, cuenta. En su habitación hay una foto de Fabio, aunque no le emulará en su carrera deportiva ya que prefiere los libros y está estudiando lenguas, lejos del destino trágico que le privó de un padre una tarde de hace 21 años.
