“Había una vez en Hollywood” es la historia de un actor venido a menos, junto con su doble, que en 1969 se encuentran en la decadencia de sus carreras. El actor es Rick Dalton (DiCaprio). Vive en una zona exclusiva de Hollywood y a la casa de al lado se ha mudado Roman Polanski junto con su flamante esposa, la actriz Sharon Tate, la pareja más exitosa de la Meca del Cine en esos momentos. Al colocar a Polanski y a Tate en una película, Tarantino está lidiando con uno de los dolores más acuciantes de la industria del cine norteamericano. Todos saben que Sharon Tate fue brutalmente asesinada por el Clan Manson, en agosto de 1969, crimen que hizo tambalear al jet set hollywoodense. Una masacre que hizo trizas el Sueño Americano de ese entonces. Pero lo que a Tarantino más le interesa es cómo les fue a estos dos cowboys insertándolos en la historia de la Tate.
Brad Pitt encarna al doble Cliff Booth, un tipo duro que está marcado por una historia negra. Es el amigo íntimo del actor Rick Dalton, a quien no solamente reemplaza en las escenas de riesgo, sino que también le hace los mandados y es su chofer, ya que Dalton, que es un alcohólico consumado, ha perdido su licencia de conducir. Booth es un auténtico cowboy que, a falta de rodeos, hace valer su dureza en los golpes y caídas que aguanta en la pantalla.
DiCaprio encarna al falso cowboy, el del cine, el del mito. Se ha consagrado en los cincuenta con una serie televisiva, “Bounty Law”, y algunas películas. En este final de los sesenta, los estudios le dan papeles de villano en las series de moda. Su carrera está en declive, la salida que le ofrecen es viajar a Italia para hacer un western spaghetti.
Es un tipo muy sensible y egocéntrico, pero es un buen tipo. Es el estereotipo del actor venido a menos y es realmente el doble del verdadero cowboy Cliff Booth.
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Al “stunt man” nada le importa, mientras que Dalton es capaz de llorar si una niña le dice que la suya es la mejor actuación que ha visto en su vida. Ambos actores, Pitt y DiCaprio, están excelentes en sus papeles.
Aparte está el estilo narrativo de Tarantino, que lleva al extremo esa práctica de alargar una escena para luego causar una situación inesperada. Aquí, toda la película funciona como un largo preámbulo para el final. Y el resultado es bueno. Logra dejarnos con un sabor agridulce, melancólico, como en un sueño. ¿Y qué es Hollywood sino la fábrica de los sueños?
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