La Iglesia fue fundamental en debilitar a la dictadura

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En un libro que abarca todos los antecedentes, desde los más remotos, de la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner, Alcibiades González Delvalle analiza todo el proceso que desembocó en lo que el título de la obra ilustra acabadamente: “El golpe del 3 de febrero de 1989” que aparece el domingo.

En esta línea, a finales de 1985 la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) ofreció su mediación para un Diálogo Nacional entre los partidos políticos y sectores sociales.

Este proyecto nació de un pedido del Acuerdo Nacional, conformado por partidos políticos de la oposición que buscaban un espacio democrático para el país. Espacio siempre negado o regateado por la dictadura. Este Acuerdo estaba integrado por: el Partido Revolucionario Febrerista, el Partido Liberal Radical Auténtico, el Partido Demócrata Cristiano y el Movimiento Popular Colorado (Mopoco).

En un comunicado la CEP presentó a la opinión pública, el 22 de enero de 1986, el proyecto de diálogo “con absoluta limpieza de intenciones y consciente de su propia misión evangelizadora”.

“Es necesario que el ambiente no sea enrarecido con acusaciones y agravios que a nada positivo conducen, al contrario, el respeto mutuo y las iniciativas de reconciliación de los hombres y de las familias y la consideración de las necesidades del pueblo, pueden ayudar mucho a la creación de condiciones mejores para el gran encuentro nacional”.

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Los obispos se referían al Diálogo Nacional de la siguiente forma: “En primer lugar, un gesto de servicio que ofrece la iglesia a todo el país. Como Madre y Maestra la Iglesia percibe que la situación del país es delicada y se siente obligada a hacer algo a favor del mismo. En efecto, los constantes enfrentamientos y la creciente desunión que vemos en los sectores de la sociedad nacional, el deterioro de la moralidad pública y privada que desde años atrás venimos denunciando y la peligrosa sensación de una frágil convivencia que no se funda en el amor, en la justicia, en la verdad, todo esto configura una situación preocupante que motiva nuestra intervención. La Iglesia no olvida que todos, en mayor o menor medida, somos corresponsables de esta situación. Nadie tiene derecho a eludir su propia responsabilidad.