Un “pequeño-gigante” bajo los rayos del Sol

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Un “pequeño-gigante”    bajo los rayos del Sol
Un “pequeño-gigante” bajo los rayos del SolArchivo, ABC Color

Digno representante del fútbol del interior, Alejandro Cano se consagró campeón paraguayo y disputó dos ediciones de la Libertadores con Sol de América. Jugó la Copa Conmebol con Sportivo Luqueño y vivió gratos momentos mientras duró su carrera, pero como el deportista no puede vivir de los recuerdos, necesita generar ingresos para cubrir sus gastos. “Akarupaitemavoi che ruguáire”, expresó el “Chuck Norris paraguayo” en referencia a su presente económico.

Alejandro Cano González nació el 9 de julio de 1963 en Ypacaraí. Es hijo de don Nicasio y doña Cecilia. Sus hermanos son Víctor y Andrés. Está casado con Mirian Saldívar y sus hijos son Alexander (17 años) e Iván (4).

“Che sexto gradore. No estudiaba por mboriahu. Mi padre murió cuando iba a cumplir cinco años y mamá tuvo que hacer el esfuerzo para mantenernos, tenía que cumplir la función de padre y madre a la vez. No hace mucho perdió la vista y soy yo el que la asisto, porque mis hermanos trabajan”.

En 1982 empezó a jugar al fútbol en el 24 de Mayo de su ciudad y disputó la Copa República con El Triunfo, en 1990. Su plataforma para llegar al profesionalismo fue el Nacional Interligas, con grandes actuaciones con la laureada Regional Ypacaraí.

“El profesor Sergio Markarián me vio y el 10 de febrero de 1988, don Óscar Luis Giagni compró mi pase”. A partir de ahí, un exitoso ciclo con el Danzarín, que incluyó el título paraguayo de la temporada 1991 y dos intervenciones en la Copa Libertadores, con ocho partidos en 1989 (un gol) y seis en 1992.

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Tras esta segunda expedición copera tuvo su única transferencia internacional, que fue al Sporting Cristal de Perú. Luego de seis meses fuera del país, retornó al club con sede social en barrio Obrero y estadio en Villa Elisa.

La primera parte de 1997 estuvo en Cerro Porteño y la segunda en Sportivo Luqueño, con el que compitió en la Copa Conmebol. En la entidad auriazul estuvo hasta el 98.

En 1999 jugó la División Intermedia por Cerro Porteño de Presidente Franco y en el 2000 el mismo torneo por Nacional. El Porvenir y El Triunfo fueron sus últimos elencos, ya con menos exigencia.

Alejandro se siente orgulloso de su pasado. “Somos una familia pobre y gracias a Dios salimos bien. Como ejemplo, mi recreo en la escuela era galleta nomás luego”.

A la pregunta si llegó a juntar algo de dinero en su recorrido con la pelota, la respuesta fue “nandi vera; sa’i”, porque los ingresos eran mínimos en los clubes denominados pequeños. “Antes se pagaba poco, premios por clasificación a un torneo internacional casi no habían”, por lo que la ganancia solo alcanzaba para el día a día.

“Cuando fui a Perú, ambyaty’imi y compré una casa acá en Ypacaraí”, pero al colgar los botines “hendy”, por lo que no tuvo otra alternativa que recurrir al ahorro, a lo poco que había en el ropero o debajo del colchón. “Akarupaitéma che ruguáire”.

Su vía de escape era el fútbol de salón comercial. El diminuto deportista de 1,66 m de estatura mantenía su buena condición física y con su experiencia marcaba la diferencia en el certamen con espacio reducido. Es por eso que “fichó” por Sueñolar, que en compensación lo incluyó entre sus funcionarios y estuvo en la parte de producción durante nueve años. Cuando estaba por tener estabilidad laboral, le dieron las gracias por los servicios prestados, es decir fue echado.

“Ajerure socorro ha nopenái cherehe maavéa”, comentó. Después de tanto insistir, reingresó a la empresa. Era volver a empezar, teniendo al menos un sueldo con el cual podía presupuestar sus gastos. Cuatro años después, de nuevo afuera y hasta ahora, se encuentra sin empleo, haciendo changas deportivas como director técnico para juntar algo de dinero. Vino la pandemia y paró todo, incluyendo la pelota.

“Me duele que gente de mi pueblo no me dé trabajo, porque aquí nos conocemos todos”. Llegó un momento en el que hizo las veces de chofer. “Así, de changa en changa”, pero lo ideal es tener una actividad remunerada permanente, porque las cuentas no esperan.

Le gusta compartir con los amigos. “Cervecero nato. Ajopy chupe cada vez que ija. Caña no porque che raha che arco lado”. En cuanto a la comida, el vorivori está en el primer lugar de su ranking.

La primera anécdota solense. Markarián lo envió a concentrar con Vicente Fariña, líder y capitán solense en ese momento. “Demasiado roncaba y Vicente me mandó echar. Akororõiterei, entonces me pasaron en la pieza de mi compadre Javier Estigarribia”, con el que se sintió muy identificado en el juego, ya que el volante aregüeño era un experto en asistencias y “Canito” sobresalía con su velocidad, además de contar con un buen promedio de goles.

“El fútbol me dio muchas amistades, como el presidente actual de Sol, el doctor Miguel Figueredo, una persona muy solidaria. Una llamadita basta para que me tienda una mano. No me quejo, me ayudan. Los exjugadores solenses saben cuál es mi condición, cómo estoy pasando y siempre están dispuestos a colaborar en lo que esté al alcance”.

Alejandro tuvo momentos inolvidables con su selección, Ypacaraí. “Veníamos bien en un torneo, en 1987 y no querían que ganemos. Jugamos un partido en la cancha de ’24′ y al correr un policía me dio un cachiporrazo. No querían que nos clasifiquemos. Ajetyvyro y continué”.

En su primer viaje aéreo, sus compañeros le metieron en la cabeza que jugar en la altura era terrible. Fueron a Calama (Chile) para medir al Cobreloa. “Tenía miedo, ha’e ape che pytupáta. Entonces fui el último en bajar del avión”. El pequeñito no sintió nada e hizo una estupenda presentación. “Los perros che mongyhyje”.

Su paso por Luqueño fue muy bueno, porque coincidió con la intervención del Sportivo en un evento de la Conmebol, una vidriera importante. “Teníamos que jugar en Salvador, Bahía, contra Vitória. Me acuerdo que el profesor Raúl Amarilla no viajó con nosotros porque le mordió un perro en tobillo y se fue al día siguiente”.

La previa fue en el complejo “Barradão”, que cuenta con canchas auxiliares y un hermoso estadio, pero el encuentro fue en el imponente Fonte Nova. “Ore mondyivoi”, porque ese coliseo llegó a superar un aforo para 100.000 espectadores.

“Nos sorprendió toda la estructura, porque en Paraguay todo era muy modesto, no era como es hoy, con canchas en excelentes condiciones, como la de Sol”.

En Brasil, Canito estuvo entre los suplentes y se pasó todo el tiempo calentando y no entró, por lo que quedó con un fastidio... El dueño de casa se impuso por 2-0. En la revancha, Vitória volvió a ganar, esta vez por 4-1, con tremendo moquete incluido. Al menos en el “cruce de paletas” los luqueños terminaron ganando por obvias razones, localía, superioridad y demás.

Nuestro entrevistado dio una perlita ocurrida para el juego de vuelta, en Luque. “Es que nuestra cancha estaba totalmente pelada, iperõ la cancha y el partido se televisaba. Entonces pintaron, tiraron pintura verde sobre la tierra colorada. Jugué de titular y en una jugada se me escapó ese detalle. Me tiré para alcanzar una pelota ha ajepiropaite”.

vmiranda@abc.com.py