Mientras se escriben estas líneas, sigue vigente la medianoche del sábado 28 como el momento fijado por el Gobierno para el fin del aislamiento total, que implica una fuerte restricción a las posibilidades de circular en la vía pública, con una lista muy clara de excepciones. Después, seguirá la cuarentena, que por ahora, tiene fecha de finalización el domingo 12 de abril, que este año coincide con el Domingo de Resurrección, según el cristianismo. Pero aún si se cumple ese cronograma, ese no será el día de fiesta al que estamos acostumbrados. Aunque estas determinaciones son oficiales, nada de lo arriba establecido está grabado en piedra y bien podría volver a cambiar, según lo requieran las circunstancias, para tratar de evitar el colapso hospitalario de un sistema de salud que ya estaba herido casi de muerte antes de que el covid-19 comenzara a propagarse a fines del año pasado desde los mercados de Wuhan, en China. Y al referirnos a cambio, obviamente estamos hablando de una extensión y endurecimiento de las medidas de aislamiento.
Estas últimas semanas han diluido muchas certezas y nos han demostrado que no tenemos el control que creíamos tener sobre nuestras vidas, nuestro presente y futuro; apenas teníamos una ilusión de control. De un día para otro, la pandemia de coronavirus nos sacudió fuerte y cambió nuestras rutinas de una manera impensable. De repente ya no podemos ni siquiera estudiar en las aulas, ir a visitar a nuestros amigos y familiares, ir a un parque, y lo que para cientos de miles de personas que viven al día se ha vuelto acuciante: no hay forma de ganarse el pan, porque simplemente está prohibido salir a la calle. Para ellas, el sacrificio es aún más lacerante, porque deben elegir entre alimentarse hoy, arriesgarse a perder su libertad o incluso exponerse al contagio.
Como respuesta a esta realidad, el Gobierno dispuso una ayuda de G. 230.000 para las familias cuyas cabezas están impedidas de generar ingresos por la coyuntura, para que solventen con ese dinero la alimentación de sus miembros. Esa suma, que alcanza el 10% del salario mínimo vigente, fue calificada por las centrales obreras como “una bofetada” y ya hablan de que se avecina una explosión social. Por eso, para el bien de todos, quedándonos en casa hoy todos contribuimos a evitar que el aislamiento deba prolongarse aún por más días.
Además, el Poder Ejecutivo promulgó ayer la ley que declara Estado de Emergencia Sanitaria y establece medidas administrativas, fiscales y financieras.
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Esta ley, así como la planificación del montaje de hospitales de campaña para atender casos de enfermos de coronavirus –porque los hospitales de siempre, con sus pocas camas de terapia intensiva y pocos respiradores, no darán abasto– pueden darnos una idea de que los tomadores de decisiones saben perfectamente que esto no pasará pronto. Es evidente que cuando el temporal amaine y podamos volver a salir de nuestras casas, el mundo al que emergeremos no será el mismo que el que conocíamos y dejamos del otro lado del portón cuando entramos a cumplir la cuarentena. Los efectos en la economía se seguirán sintiendo por mucho tiempo más y puede que incluso muchos hábitos y la forma de relacionarse de las personas hayan mutado.
Las cosas que podemos hacer hoy para estar a la altura de las circunstancias como miembros de esta sociedad no son muchas, pero son importantísimas, siempre que todos las cumplamos. Aquí es fundamental que cada individuo aporte su grano de arena. La primera –como ya se ha repetido hasta el hartazgo, pero hay quienes parecen no entender– es quedarse en casa y tomar todas las medidas de prevención e higiene necesarias. Ese acto es clave para cortar la propagación del virus y es la barrera para evitar que se sature el sistema de salud y los médicos deban elegir a quién salvar, porque ya no será posible atender a todos. En Europa, adonde se ha trasladado hoy el epicentro de la pandemia y que tiene un sistema sanitario y unos hospitales de mejor calidad que los nuestros, los profesionales de la salud –que constituyen en países como Italia y España casi el 10% de los contagiados– ya se enfrentan a esa dramática decisión.
Para que se entienda mejor: Paraguay tiene hoy solo 700 camas para terapia intensiva (sumando la disponibilidad en hospitales públicos y privados), y el ministro de Salud, Julio Mazzoleni, ya anunció que se conseguirían unas 100 más. Pero, obviamente, las mismas hoy no están vacías, así que eso no significa que esa cifra es el total disponible para quienes terminen contagiados con coronavirus y requieran de cuidados extremos.
Muy importante también es, como una medida de protección de la salud mental (la eterna gran olvidada), obtener la información de fuentes oficiales y medios de comunicación que analizan y corroboran la información. No aportamos nada positivo si en nuestras conversaciones de WhatsApp difundimos bulos, información sin chequear, burdas mentiras o falsas curas. La “infodemia”, un neologismo utilizado por la Organización Mundial de la Salud para referirse a la sobreabundancia de información falsa, dificulta que la gente tenga acceso a fuentes de información fiables, y esta es otra peste que todos podemos frenar con un par de simples acciones: no reenviando nada que no esté chequeado y no provenga de una fuente oficial, y cuestionando a quien nos la envió.
Y cuando este sábado (o más adelante si finalmente cambia la fecha) termine el aislamiento total, y el domingo 12 (o, también, más adelante) llegue a su fin la cuarentena, sepamos que por mucho que queramos no será aún el momento de salir a festejar, porque varias de las medidas para el bloqueo de la propagación del coronavirus deberán mantenerse. Serán aún temerarias las aglomeraciones y será aún imprudente hacer fiestas e intentar volver a la “normalidad” a la que estábamos habituados.
No debemos olvidar que de nuestro comportamiento depende no solo nuestra salud, sino la de nuestros mayores y la de nuestra comunidad, así como también la de la gente a quienes su vocación puso en la primera línea de fuego de esta guerra: el personal sanitario, que al igual que los miembros de las fuerzas públicas se juegan la vida cada vez que salen de su casa, porque no pueden elegir quedarse en ella. A ellos les extendemos nuestro agradecimiento y admiración por su trabajo y entrega.
Hoy Paraguay está recién en los albores del desarrollo del coronavirus. Cada noche seguimos con estupor la cuenta de Twitter del ministro Mazzoleni que cierra la jornada informando cuántos test se hicieron y cuáles fueron los resultados. El número de pacientes crece y aunque hay estimaciones y modelos matemáticos, es difícil saber cuál será la progresión y cuándo exactamente será el pico de contagios y muertes. Pero sí se sabe que quedándonos en casa podemos aplanar esa curva en ascenso y de ese modo habremos logrado el propósito fundamental de todo este enorme sacrificio al que nos sometemos todos: que el número de enfermos que en simultáneo requiera de camas y atención en un hospital no haga colapsar el sistema, que todos puedan recibir la mejor atención posible y se salve la mayor cantidad de vidas.