La trampa del populismo

Después de gobernar Alemania durante 16 años, se retiró Ángela Merkel con los más altos honores, no solamente simbolizados con los máximos tributos oficiales, sino mucho más importante, con el reconocimiento, el respeto y hasta el cariño de los ciudadanos, tanto de sus partidarios como de gran parte de sus detractores. Muchos políticos creen que el populismo es “políticamente rentable”, y por ello favorecen intereses sectoriales para congraciarse con determinados grupos de presión por encima del verdadero interés general. El caso Merkel demuestra, una vez más, que son aquellos que hacen firmemente lo que corresponde los que terminan ganándose un merecido lugar en la historia y en el corazón de sus pueblos.

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Después de gobernar Alemania durante 16 años, se retiró Ángela Merkel con los más altos honores no solamente simbolizados con los máximos tributos oficiales, sino, mucho más importante, con el reconocimiento, el respeto y hasta el cariño de los ciudadanos, tanto de sus partidarios como de gran parte de sus detractores, incluso de los que en algún momento llegaron a detestarla, como lo evidencia el elevadísimo grado de aceptación que goza en su país y en la Europa que supo liderar. Muchos políticos creen que el populismo es “políticamente rentable”, y por ello favorecen intereses sectoriales para congraciarse con determinados grupos de presión por encima del verdadero interés general. El caso Merkel demuestra, una vez más, que son aquellos que hacen firmemente lo que corresponde los que terminan ganándose un merecido lugar en la historia y en el corazón de sus pueblos.

Ángela Merkel fue cualquier cosa menos populista. En los momentos críticos que le tocó atravesar se atrevió a tomar decisiones difíciles y aparentemente impopulares en el corto plazo, guiada por lo que Barak Obama definió como “su implacable brújula moral”. En el colapso financiero de 2008 exigió e impuso durísimas medidas de austeridad y ajuste a los países del sur europeo que no se adecuaban a los estándares macroeconómicos mínimos de la Unión, lo que le valió ser ampliamente vilipendiada. Sin embargo, gracias a ello esos países se pudieron recuperar, aprovechar los estímulos, volver a crecer y a generar empleo, lo que a la postre salvó a la zona del euro de la disolución.

Internamente fue igual de severa. Recibió un país con 5 millones de desocupados, llevó adelante estrictas reformas estructurales, redujo el desempleo a la mitad, e impulsó las inversiones y el crecimiento con estabilidad y con contención de la deuda pública a pesar de la pandemia. Y cuando sobrevino la crisis migratoria a partir de 2015, también defendió frente a propios y extraños la obligación de pagar el precio de la solidaridad. Hizo valer sus convicciones y principios democráticos en contra de la tendencia en la opinión pública y en su propia coalición, y abrió las puertas de Alemania a millones de refugiados con su ya célebre frase “nos arreglaremos”. Hoy se estima que el 50% está integrado al mercado laboral y contribuyendo con la prosperidad del país.

Paraguay más que nunca necesita líderes con visión de largo plazo, verdadero patriotismo y mucho coraje para hacer lo que realmente le conviene a la nación antes de que sea demasiado tarde, independientemente de que ello pueda afectar en lo inmediato a algunos sectores específicos, que en realidad son minoritarios y que finalmente también saldrán ganando con el conjunto, porque un país estable, bien administrado, con bases sólidas para el crecimiento y el desarrollo, es en beneficio de todos, de estas y de las siguientes generaciones.

Lamentablemente, no es eso lo que ha predominado. Paraguay sacó provecho del “viento de cola” provocado por los buenos precios de los commodities agrícolas en la década del 2000, lo que le generó varios años de alto crecimiento económico, reducción de la pobreza, superávit fiscal, bajo endeudamiento, estabilidad de precios y tipo de cambio, todo lo cual contribuyó a mejorar la imagen del país en medio de una convulsionada región. Esto, a su vez, incentivó la radicación de inversiones nacionales y extranjeras que apuntalaron el prospecto nacional y las oportunidades de empleos y negocios.

Pero en vez de aprovechar las épocas de vacas gordas para mantener la disciplina y hacer reformas que garanticen la sostenibilidad y eleven el potencial de crecimiento, los políticos una y otra vez cayeron en la tentación del populismo. Con sucesivos aumentos salariales indiscriminados a los funcionarios y la aprobación de múltiples subsidios, que cada vez son más y más extendidos, en 2022 se cumplirá el décimo año consecutivo de déficit fiscal, que desde 2019 está muy por encima del tope legal, en coincidencia con una escalada sin freno del endeudamiento público.

La trampa del populismo es que es pan para hoy y hambre para mañana. A los populistas no les importa el mañana, que se vean otros, y no quieren hacer ajustes porque no quieren caer antipáticos, pero los ajustes irremediablemente se tendrán que hacer tarde o temprano, como en cualquier familia que gasta más de lo tiene. Cuanto más se tarde en hacerlos, más duros serán y mayor su costo político.

Paraguay, además, necesita reformas, sobre todo una reforma del Estado, con una nueva ley de la función pública que se cumpla y un nuevo sistema de adquisiciones públicas que minimice el derroche y la corrupción, así como una reforma amplia y profunda de la seguridad social, algo que, si no se atiende ahora, acarreará problemas gravísimos para el país en mucho menos tiempo de lo que se piensa.

En 2022 se definirán las candidaturas presidenciales y legislativas para el siguiente período de Gobierno. Ojalá que quienes asuman esas altas responsabilidades tomen algo de inspiración en ejemplos como los de Ángela Merkel. Si hacen lo que deben y lo que Paraguay necesita, a la larga recogerán los frutos. Con seguridad tendrán decenas y hasta centenares de miles de fustigadores, pero deberían recordar que, del otro lado, hay millones de paraguayos que no viven del Estado y que tienen que trabajar para mantenerlo.

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