En el peor atentado terrorista ocurrido hasta ahora en Pakistán, un grupo talibán atacó una escuela para hijos de militares en Peshawar el pasado martes 16, con el trágico saldo de 141 personas muertas, entre ellas 132 niños. En diciembre de 2007, en un atentado similar registrado en la capital de esa nación, Karachi, murieron 139 personas, entre ellas la ex primera ministra Benazir Bhutto, quien acababa de regresar a su país.
Al reivindicar el ataque, un vocero del Movimiento de los Talibanes de Pakistán dijo que era en represalia por la ofensiva militar emprendida por el gobierno desde el pasado mes de junio contra sus refugios de las zonas tribales vecinas.
Este grupo armado, creado en 2007, que busca la instauración en el país de un régimen islámico extremista, ha atacado cientos de escuelas públicas en los últimos años. En 2012 intentó matar a Malala Yousafzai, una joven que trabajaba por la educación de las niñas en esta misma región del noroeste del país. Ese intento de asesinato le dio a ella fama mundial de heroína y fue galardonada este año con el Premio Nobel de la Paz.
Como era de esperar, la horrible matanza registrada nuevamente ahora en Pakistán ha conmocionado al mundo. Líderes de diferentes países han expresado indignación y repudio por este alevoso sacrificio de niños inocentes.
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Esta terrible masacre, aunque haya sucedido en un país muy distante del nuestro, debe llamarnos a reflexión acerca de la amenaza que representa para la humanidad la proliferación del terrorismo sustentado en el fanatismo religioso en diversas partes del mundo, como es actualmente el caso del “Estado Islámico” (IS, por sus siglas en inglés) impulsado por el movimiento yihadista en el norte de Siria e Irak y que tiene horrorizado al mundo con sus atrocidades, como la violación de mujeres y la decapitación pública de sus víctimas, entre quienes se encuentran sus propios conciudadanos, sirios, kurdos, iraquíes y extranjeros, muchos de ellos periodistas.
Alrededor del mundo el fanatismo religioso está actualmente en auge. Está creciendo en países con una amplia variedad de tradiciones religiosas y niveles de desarrollo, sugiriendo que no son la pobreza ni la exclusión social las únicas responsables de esta efervescencia extremista. Aunque la resurgencia religiosa está más caracterizada por el crecimiento del fundamentalismo, como rígida adherencia a un particular conjunto de rituales y doctrinas, ella en general está ocurriendo a través de una variedad de modalidades y prácticas renovadas, tanto públicas como privadas.
El efecto transformacional de la globalización sobre la religión también juega un rol preponderante en la prevalencia del terrorismo global, los conflictos religiosos y otras amenazas a la seguridad, por lo que cualquier país puede sufrir sus consecuencias en un momento dado. Al igual que otras religiones, el islamismo está resurgiendo vigorosamente y su influencia se extiende mucho más allá del mundo árabe, incluso en el nuestro, como puede verse en Ciudad del Este con el aumento de mezquitas. Por eso es difícil generalizar acerca de la posición del islamismo con relación a las mujeres, la democracia, el capitalismo, o el terrorismo.
De hecho, el fanatismo religioso musulmán es el que causa mayor preocupación en el mundo actualmente, no solo en los países árabes, sino también en Rusia, Paquistán, la India y China, inclusive. Desde la disolución de la Unión Soviética, el Gobierno ruso viene enfrentando insurrección terrorista en el norte del Cáucaso, en Chechenia y en otras ex repúblicas soviéticas, impulsada por el fanatismo islámico convertido en fuente de extremismo, separatismo y secesión. En cierta forma, tal como el caso de los talibanes en Paquistán y Afganistán.
La globalización ha desdibujado también las líneas que separan a las organizaciones religiosas envueltas en la promoción o proselitismo de las conquistas sociales de los grupos terroristas puros como Hamas, Al Qaeda o Hezbollah. Ese es uno de los problemas de seguridad más preocupantes con que se enfrentan actualmente Estados Unidos y sus aliados en el Medio Oriente y en el Asia Central, porque se trata de una guerra difícil de ganar con medios puramente militares. Aunque el Paraguay no tiene problemas de extremismo religioso potencial, es considerado un país desde cuya Triple Frontera en el Este se financia a los grupos terroristas árabes que operan contra Israel en el Oriente Medio.
Finalmente, hay que recordar que eventualmente conflictos latentes en un país determinado pueden servir de caldo de cultivo a grupos extremistas con el argumento de que el islamismo y el cristianismo, o el budismo, están en guerra. Esto ha sucedido en la budista Tailandia, donde una insurgencia separatista islámica actúa en el sur del país, así como también sucede en Filipinas, donde un grupo islámico independentista de larga data se ha aliado últimamente con Al Qaeda en la promoción del terrorismo internacional.
Nuestro país debe estar preparado para impedir que alguna vez el fanatismo religioso llevado a extremos criminales enlute a nuestra sociedad, como sucede en Pakistán y otras naciones convulsionadas por el fundamentalismo islámico.