Las crisis de los partidos políticos arriesgan la gobernabilidad democrática

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A semejanza de lo que ocurrió a mediados de la década de 1980, todo parece indicar que la ANR se encamina hacia una polarización sectaria de su dirigencia. Por un lado, los que apoyan incondicionalmente al presidente Horacio Cartes; por el otro, los que se están distanciando de él. El detonador de la escisión que de nuevo amenaza resquebrajar la “unidad granítica” del Partido Colorado no difiere mucho del que en agosto de 1987 precipitó la ruptura entre “tradicionalistas” y “militantes stronistas”. Desde un comienzo la gente tuvo la certeza de que detrás de estos últimos estaba la mano de Stroessner. Pocos observadores y analistas dudaban de que lo que el dictador buscaba era transformar la ANR en un partido netamente “stronista”. Conocedores de aquel retazo de historia política criolla no dudan de que la fractura que se manifiesta hoy en la dirigencia de la ANR es una réplica casi exacta de la que precipitó finalmente la defenestración del dictador Stroessner, tanto en sus causas como en sus probables consecuencias.

A semejanza de lo que ocurrió a mediados de la década de 1980, todo parece indicar que la Asociación Nacional Republicana (ANR) se encamina hacia una nueva polarización sectaria de su dirigencia. Por un lado, los que apoyan incondicionalmente al presidente Horacio Cartes; por el otro, los que se están distanciando de él. El detonador de la escisión que de nuevo amenaza resquebrajar la “unidad granítica” del partido del general Bernardino Caballero no difiere mucho del que, en agosto de 1987, precipitó la ruptura entre las facciones de los colorados “tradicionalistas” y los “militantes stronistas”. Los primeros, liderados por Juan Ramón Chaves y Luis María Argaña, y los segundos, por el denominado “cuatrinomio de oro”: Sabino Augusto Montanaro, Mario Abdo Benítez, J. Eugenio Jacquet y Adán Godoy Giménez.

Como es sabido, y haciendo un recuento histórico, el gobierno dictatorial de Alfredo Stroessner se sostuvo nominalmente en tres pilares: Gobierno, Partido Colorado y Fuerzas Armadas. En realidad, el verdadero sostén del régimen eran estas últimas. La ANR servía apenas como alcahuete político para la fachada de institucionalidad que el autocrático gobernante exhibía ante la comunidad internacional. Tras más de 30 años de sumisión incondicional, el cliché de la “unidad granítica del coloradismo en el poder” comenzó a dar señales de agrietamiento progresivo. A mediados de la década de los 80, emergió un movimiento interno dentro de la hasta entonces monolítica estructura de poder en la conducción del partido, el mencionado “cuatrinomio de oro”, liderado por dos influyentes hombres de gobierno: el ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, y el secretario privado de la Presidencia de la República, Mario Abdo Benítez. Sus principales colaboradores eran los ministros de Salud Pública, Adán Godoy Giménez, y el de Justicia y Trabajo, J. Eugenio Jacquet.

Desde un comienzo la gente tuvo la certeza de que detrás de ese novel movimiento interno del partido estaba la mano del presidente Stroessner, mirando lejos hacia el futuro, sin duda pensando en la continuidad de su régimen, habida cuenta de que estaba orillando los 75 años. Pocos observadores y analistas políticos dudaban de que lo que el dictador buscaba era transformar la ANR en un partido netamente “stronista”, marginando a su fosilizada dirigencia que le había servido fielmente durante más de tres décadas, y reemplazándola con gente más joven cooptada para el efecto mediante cargos en la administración pública. Manuel Modesto Esquivel, alias el Morocho Republicano; Martín Chiola y otros fueron algunos de los más connotados nuevos dirigentes partidarios catapultados al poder.

Mientras la militancia stronista seguía afirmándose con el control de las seccionales coloradas y, concomitantemente, de las intendencias municipales de toda la República (entonces dependiente del Poder Ejecutivo), los tradicionalistas eran gradualmente desplazados de los cargos públicos. Astutamente, el presidente Stroessner simulaba absoluta prescindencia en la abierta confrontación desatada dentro del partido de gobierno. Esto fue así hasta que, en agosto de 1987, la convención del Partido Colorado fue literalmente atracada por la minoría militante, la que, a tambor batiente, encumbró al “cuatrinomio de oro” en la cúpula de la Junta de Gobierno.

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Pocos conocedores de aquel retazo de historia política criolla dudan de que la fractura que se manifiesta hoy en la dirigencia de la ANR es una réplica casi exacta de la que precipitó, finalmente, la defenestración del dictador Stroessner, tanto en sus causas como en sus probables consecuencias. La única diferencia de la crisis desatada actualmente en el seno del Partido Colorado con aquella de hace 28 años es que, contrariamente a la actitud de Stroessner, por alguna razón, el presidente Horacio Cartes ha decidido tomar anticipado partido a favor de una de las facciones en pugna por la presidencia de la Junta de Gobierno de la ANR, en vez de simular una democrática imparcialidad, como lo hizo el dictador en aquella ocasión.

Para especular acerca del futuro, el único punto de referencia es el pasado. De ahí que resulte interesante señalar que la consecuencia final de esa escisión del Partido Colorado fue la defenestración del dictador mediante un golpe militar, irónicamente liderado por su propio consuegro, el general Andrés Rodríguez, quien, por el interés que fuere, tomó partido a favor de la facción “tradicionalista” del partido. Obviamente, eso pudo hacerlo por dos circunstancias contingentes. La primera, las FF.AA. eran el verdadero sostén del dictador en el poder, y, segunda, el general Rodríguez tenía bajo su mando a la unidad de combate más poderosa de las FF.AA.

Actualmente, el Paraguay vive bajo un régimen democrático de gobierno, no bajo una dictadura militar. Las FF.AA. actuales, aunque descuidadas por los gobiernos de la era democrática, tienen una firme vocación institucionalista y, por consiguiente, no existe la más mínima posibilidad de que rompan el orden constitucional de la República volteando al Gobierno legítimo mediante un golpe cuartelero.

¿Qué podría suceder, entonces? Que en la peor hipótesis haya una crisis política que afecte la gobernabilidad democrática del país, por ejemplo, forzando la renuncia del Presidente de la República, como en el caso del “marzo paraguayo”, que precipitó la caída del presidente Raúl Cubas. Lo otro, que el presidente Horacio Cartes, con la complicidad de las dirigencias políticas corruptas –“narcopolítica” de por medio– subvierta el orden constitucional, instaurando un régimen de corte autoritario con fachada democrática, como el de Nicolás Maduro en Venezuela. Posibilidades, ambas, absolutamente trágicas para la suerte de nuestra endeble democracia.

Si hemos de atenernos a las lecciones de nuestra historia política, fuerza es admitir que las divisiones que en estos momentos se insinúan dentro de los partidos Colorado y Liberal solo favorecen a los pescadores de río revuelto que están analizando cuidadosamente cómo sacar provecho del deterioro de los dos partidos tradicionales. Si el motivo es el mismo que llevó al Partido Colorado a la crisis de 1985, vale decir, la angurria por mamar de las ubres del Estado, entonces el riesgo es doblemente serio. Por una parte, la torta del Estado no alcanza para aplacar la voracidad de la vasta clientela política actualmente al acecho. Por la otra, si ese es el verdadero móvil de la discordia política, entonces el Partido Colorado puede caer en la tragedia de los gobiernos liberales, que durante casi tres décadas en el poder se pasaron perpetrando asonadas y revoluciones entre facciones del mismo partido gobernante, como la revolución de 1922-1923, que enfrentó a “cívicos” y “radicales” en sangrienta disputa por el poder administrador de la República, con el encubierto propósito de despilfarrar la plata del pueblo.

Históricamente, las crisis al interior de los dos partidos políticos tradicionales de nuestro país han sido perjudiciales para la gobernabilidad democrática de la República, y, ciertamente, las del presente no serán la excepción.

Por lo anteriormente expuesto, es de desear que el Partido Colorado y el Partido Liberal arreglen sus disputas internas en la forma civilizada que hoy el Paraguay moderno exige, y se pongan a cumplir con sus deberes para con la Patria, tal como los obligan sus estatutos partidarios.