El río Paraguay une e imbuye de coraje a las generaciones. Así lo prueban las hazañas de los remeros que tuvieron lugar en 1942 y en 1967 y que se rescatan en el libro “A Contracorriente”, de Manuel Rivarola Mernes. Este último es hijo de uno de los protagonistas del primer raid, José María Rivarola Matto, cuyas vivencias rescatamos en dos artículos publicados el domingo 1 y lunes 2 de setiembre pasados.
“Para mí el río es un ser vivo, un espíritu, es lo que más representa a la vida. Estar en contacto con el río es estar en contacto con la naturaleza, con una realidad primordial”, asegura Manuel Rivarola al buscar una explicación al por qué habían realizado el periplo.
Obviamente pesaron los recuerdos y fotografías que conservaba su padre del raid del ‘42. “Yo sabía del raid de mi padre y cuando planteamos repetir para arriba, siempre decía que el de ellos fue fácil porque se dio aguas abajo. Pero fueron muy valientes al afrontar el desafío. Su única exigencia era que incluyamos suero antiofídico en el botiquín”, refiere.
La idea surgió espontáneamente cuando los estudiantes de Arquitectura de la Universidad Nacional de Asunción se reunieron para hacer unos trabajos. Tenían también en común las competencias en intercolegiales y nacionales de remo.
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Aparte de la preparación física que requirió, el viaje puso en destaque el espíritu de cuerpo: “Nosotros derrotamos al egoísmo. La solidaridad fue nuestra mejor herramienta. No fue tanto el estado físico, ni el dinero requerido. Nosotros fuimos comiendo naranjas y bebiendo el agua del río en su estado natural”.
También tenían un rifle y un anzuelo con los que iban cazando o pescando, aunque casi no necesitaron: “Cuando una vez llegamos junto a una señora para cambiar pescado por otra comida, nos regaló su guiso, pero no recibió el pescado. Era lo que más abundaba en la zona”.
Para Juan Andrés “Ito” Gill el raid fue una prueba de resistencia, tolerancia y camaradería entre los jóvenes que se untaban la mano con sebo para que no se les ampollara. “Cuando íbamos remando nadie protestaba. Entre todos buscábamos un lugar donde acampar por las noches y todos ayudaban a armar la carpa”.
Ernesto Bendlin añade que uno de los grandes desafíos de los jóvenes -todos de entre 19 y 20 años- era conocer el río Paraguay, sus puertos, sus bahías y riachos, los afluentes que eran motivo de estudios durante la secundaria. “El remo era nuestro deporte de colegio y de universidad. Practicábamos desde los 14 ó 15 años, es un deporte muy exigente con el físico”.
En todos los lugares donde llegaban eran bienvenidos y recibidos por mucha gente en medio de algarabía. “Nos ofrecían su comida desde su olla. No tuvimos una sola persona que no haya sido hospitalaria con nosotros y eso nos impactó tremendamente”, sostiene Bendlin.
El relato sigue con Julio González quien recuerda: “Nunca tuvimos disgustos, aún cuando se dieron fallas garrafales, como la mía. ¿Sabés lo que es estar remando cuatro horas seguidas y de repente te das cuenta de que, en vez de seguir el curso del río, te metiste a un riacho sin salida hacía ya una hora? Había que regresar y seguir el mapa”.
Para Félix Paiva fue una gran desazón tener que regresar con la embarcación auxiliar desde la zona de Villa Hayes al segundo día. “El motor que nos habían prestado consumía 20 litros de combustible por hora. Y en una hora apenas habíamos hecho 50 kilómetros. El primer día llegamos a Villa Hayes, donde empezamos a buscar combustible. En el 67 era un pueblo de campaña y no había nada. Encontramos un almacén donde tenía combustible en tambores de 200 litros. Conseguimos que nos vendieran 20 litros para reanudar la marcha y así llegar a una barranca en Tres Bocas, donde dormimos la primera noche. El segundo día, cuando alcanzamos la mitad de la jornada, ya era imposible seguir con la embarcación auxiliar por la falta de combustible. Ya no había forma de comprar. En una conversación de caballeros decidimos que la lancha debía regresar. Coincidió que venía una chata que traía cal de Itapucumí. Cargamos en el cuatro largo las provisiones indispensables y enganchamos el bote a la chata. Tuve que volver con gran desazón sin completar el viaje”.
No pocas dificultades sortearon los jóvenes cuyo viaje duró seis días, frente a los más de 26 de los remeros del 42. Cuando estaban a punto de llegar a Concepción, y ya con la gente aclamando el arribo alentados por Roberto Cañete, quien había ido en avión para prepararles la bienvenida, se llevaron por delante una toma de agua y la embarcación se rompió por la mitad.
“Yo llegué a Concepción en el avión de Transporte Aéreo Militar (TAM) y organicé el recibimiento. Era multitudinaria la presencia de la gente. Ocupamos el puerto y en toda la orilla del río para verlos llegar. Pero las horas pasaban y ellos no completaban el raid, pese a que ya los habíamos divisado en un adelantamiento fugaz. Como se les rompió la lancha, tuvieron que llegar caminando y nos sorprendieron desde atrás cuando todos estábamos con las miradas fijas hacia el río”, recuerda Cañete.
Una placa de bronce en el Club Náutico de Concepción recuerda el esfuerzo y la solidaridad que se dio en medio de una práctica deportiva, que por ahora lastimosamente se va perdiendo y debe ser reactivada con las regatas universitarias.
LAS CLAVES
El raid de 1967 fue protagonizado por estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Asunción.
La tripulación del cuatro largo con timonel (embarcación elegida) se conformó con Ernesto Bendlin Dose, Marcos Caner Dubrez, Juan Andrés Gill Benítez, Julio González Montesano y Manuel Darío Rivarola Mernes. La lancha auxiliar estuvo a cargo de Félix Paiva Alcorta. Y el encargado de la promoción y logística fue el Prof. Arq. Roberto Cañete.
Partió de Asunción el miércoles 12 de abril de 1967 y llegó a Concepción el martes 18 de abril, luego de seis días.
Libro “A Contracorriente”, editado por Aguilar.
pgomez@abc.com.py / Fotos: David Quiroga
