Militar recomienda no apropiarse del sagrado cerro de los ayoreos

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Expedicionistas, historiadores y antropólogos siempre estudiaron a los ayoreos. En la creencia popular eran conocidos como los “temibles y salvajes moros”. En esta nota el capitán de sanidad retirado Pedro Florentín relata una serie de encuentros que tuvo con los silvícolas en la década del 60. Llegó incluso a curar al cacique mayor. Recomendó respetar a los nativos y no apropiarse de su territorio, como el Cerro León, que creen es un lugar sagrado que dio origen a los indígenas y al mundo.

Florentín relató que en 1964, después de su graduación como militar de sanidad, fue comisionado a Mcal. Estigarribia y de allí pasó a la estancia militar Adolfo Rojas Silva, cerca de Puerto Casado. En esa zona tuvo su primer contacto con los indígenas que trabajaban duro en la taninera. Su misión era controlar cada mañana la alambrada de la estancia del general Alcibiades Brítez Borges. Conoció igualmente al director de radio Filadelfia, el misionero Enrique Berge, que le ayudó a contactar con nativos del Chaco.

Por su buena amistad con los mismos fue enviado, en marzo de 1965, al fortín Mayor Pablo Lagerenza, ex Ingavi. Esta zona del Chaco era monte impenetrable. El destacamento estaba conformado por un oficial y dos suboficiales: uno de transmisiones y otro de sanidad.

En el puesto militar fue informado que cada 15 días llegaban al lugar los indios moros (ayoreos) para llevar víveres enviados por el Ministerio de Defensa Nacional.

Ellos cuando visitaban el puesto llegaban sin flecha, sin lanzas y con las manos arriba: signo de amistad. Estaban casi desnudos y entre ellos muchos niños de distintas edades, algunos con heridas. “Chequedíes”, decían a las mujeres. Florentín solicitó permiso a su comandante mayor Julián Ayala para llevar a los pequeños heridos a la enfermería y la respuesta fue “no”, “porque eran muy peligrosos, pero permitió luego de mucha insistencia”. Ellos esperaban a 50 metros de la casa y allí se les entregaban los víveres.

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Un mes después de aquel primer contacto se enfermó el mayor Ayala y fue evacuado hacia Mcal. Estigarribia. Ante esa decisión, Florentín quedó a comandar la unidad con el suboficial Roberto Benítez.

Para su sorpresa, dos semanas después se acercaron varios moros trayendo un anciano enfermo de un hemorroides infectado. Su intestino salía afuera cerca de 15 centímetros. Sentía un dolor.

“Me puse los guantes y empecé a limpiar la herida con la ayuda de ellos. Se le aplicaron dos ampollas de morfina y penicilina procaína. Tenía la piel tan dura que tuve que agujerearla para meter la aguja. Se durmió el paciente y empecé a meter el intestino en su lugar. Uno era tigrero de nombre Anoi. Se peleaba con cataito (tigre). Después de tres horas se despertó con apetito y le di galleta con leche”, relató.

Luego de varias horas los otros ayoreos decidieron dejar al anciano en la enfermería. Habían tomado una decisión única. “Le hice dormir en mi pieza y yo fui a dormir en la comandancia. Al día siguiente, cuando guedé (el sol) salió, volvieron para ver a su enfermo, que ya podía sentarse. Estaba tomando cocido con galleta. A la tarde le di el alta y así comenzó la relación de amistad”, precisó.

Según Florentín, luego de unos 20 días, y para su sorpresa, unos 500 moros rodearon el fortín, con las manos arribas, sin flecha ni lanza y con el anciano que fue su paciente a la cabeza acompañado de Anoi.

Los líderes tenían por la cabeza cuero de cataito y el anciano sacó tres cortes y le entregó. Ese cuero identificaba a los tigreros. “Allí entendí que mi paciente era el cacique principal. El obsequio de los cueros era en señal de agradecimiento”, apuntó.

Siguió relatando que el anciano dio orden para que nadie “me toque en algún encuentro. Me regalaron lanzas y flechas”, precisó. En los otros encuentros aprendió que “ique” significa semejante. Al león llamaban caté, a la onza pututu, a la vaca cobeo; al perro tamocó, al militar capichá, al alimento comina y a la mujer chequedíe, apuntó.

Florentín relató que estos nativos eran nómadas. “El Cerro León sigue siendo la casa grande de los ayoreos. Allí se reúnen todos los grupos sin pelearse. Es tan sagrado el lugar que allí había paz y contacto con la naturaleza. Usaban como alarma el caparazón de la tortuga que tenía adentro vainillas de proyectiles de fusil, que abundaban en la zona”, apuntó.

“Un domingo, el 15 de agosto de 1965, fue el día más largo de mi vida”. A las tres de la tarde vino junto a él Anoi. “Lo noté muy raro. Estaba inquieto. En tanto, tres soldados a caballo habían salido para traer terneros al corral. Teníamos lechera para consumo. De repente vi que se acercaba al galope el caballo de uno de los soldados. Allí Anoi corrió hacia el monte. Salí al encuentro del caballo y tenía una flecha por la nariz. Lo saqué y pregunté a los otros soldados quién se animaba a acompañarlo para ver qué pasaba en el cañadón, que quedaba unos 300 metros”, apuntó. “Nadie quería ir, entonces un soldado de Misiones, de apellido Morel, se ofreció. Trajo los fusiles y se montaron los caballos. A 30 metros del cañadón el caballo se resistió y allí se veía a uno de los soldados clavado en el suelo con una lanza a la altura de la boca y allí me sentí morir”. Agregó que su acompañante le ayudó y alzó al herido inconsciente sobre el caballo. “Grité hacia los indígenas lo poco que aprendí de su idioma y nadie contestó. Hice un tiro al aire y en uno de los extremos vi al anciano cacique, que fue mi paciente, y no ordenó atacar”, dijo.

“De repente se volvieron violentos. Ellos creyeron que ya no le queríamos dar víveres, ni nosotros teníamos porque no llegaba el avión al fortín”. Florentín se dio cuenta de que su expaciente estaba dirigiendo el ataque. El objetivo era asaltar el depósito. En ese momento el alimento era leche y asado.

En tanto el suboficial de Transmisiones llamaba a Mcal. Estigarribia. “Corrimos el riesgo y sobrepasamos la autoridad del Gral. Brítez Borges”. Contactó con el Comando de Ingeniería de Asunción. “Allí escucharon nuestra desesperación y el Gral. Careaga comunicó el auxilio directamente al presidente Stroessner. Este ordenó a su piloto, el capitán Cubilla, recogernos. y con él llegó al fortín el coronel Vicente González. Arribaron más soldados”.

Florentín comentó que luego de ese incidente fue llamado a Asunción, y tras la visita del presidente Charles de Gaulle fue designado a integrar una comitiva con dos geólogos franceses para ir a la zona de Cerro León para un estudio geológico. Esa comisión estaba integrada por el Gral. Careaga, los tenientes Derlis Rojas Molinas y Américo Vera, Dr. Fernando Saguier Caballero, el jefe de Minas del MOPC y Pedro Florentín, amigo de los indios moros. “Llegamos al Cerro León, que es la casa de los moros. Vimos muchas cavernas con cuarzo. Los geólogos decían que esa parte, millones de años atrás, estaba bajo el mar. Era el sol del petróleo. Cerca del mediodía empecé a sentir un olor desagradable y salí a 50 metros de donde estaba la delegación y grité, porque los ayoreos me conocían, no atropellaron a la delegación porque estábamos en su lugar sagrado. De repente apareció frente a mí uno de los tigreros que acompañaron al cacique mayor cuando estuvo enfermo. Le pedí a uno de los soldados que me pase media bolsa de galleta y le entregué y se tranquilizaron, estaban con mucha hambre”, precisó.

Comentó que los compañeros de la expedición no sabían del peligro que se avizoraba. Los geólogos estudiaron el lugar y levantaron muestras de todo lo que encontraron hasta en las proximidades del Fortín Gabino Mendoza. “Yo siempre les atendí a los indígenas, pero ellos reaccionan cuando tienen dos grandes motivos: el hambre y cuando se invade su territorio”, resaltó.

Fueron bombardeados

Una vez –siguió relatando– estando en el destacamento, a unos 50 kilómetros de la frontera, los bolivianos llegaron al puesto militar en avión para comunicar que en territorio boliviano había muchos moros que atacaban las estancias que invadían su territorio, por esa razón los militares decidieron bombardear a los nativos en sus campamentos.

“Yo les decía que no hagan eso porque hay muchos niños indígenas. La presencia de los bolivianos era para que los paraguayos no crean que era una invasión a nuestro país. Luego se retiraron y un rato después a lo lejos se escuchaban estallidos de bomba y era el ataque aéreo que hacían para matar a los indígenas”, indicó.

Allí comprendió por qué una vez atendió a niños heridos. Agregó que hoy aún viven muchos ayoreos y algunos son silvícolas, pero no hay que incitarlos porque en cualquier momento pueden volverse salvajes si son atropellados en sus territorios.

“El Cerro León, por ejemplo, es para ellos un lugar sagrado, donde creen nació el mundo; cuando allí se juntan no hay peleas entre ellos. Ese lugar es de ellos y no tenemos ningún derecho a apropiarnos de lo que ellos consideran parte de su ser”, dijo finalmente Pedro Florentín.

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