Rosas que perfuman a la madrugada y los hijos

María Ester Portillo se gana la vida vendiendo rosas en los establecimientos que están de moda en Asunción en horas de la madrugada. Con este trabajo logró criar a sus 12 hijos. Ella nos cuenta lo difícil que es para una dama estar en la calle en esas horas y cómo empezó en el inusual negocio, hace ya casi 30 años. ¿La edad? “No se le pregunta a una mujer”, es su respuesta.

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En su rostro se nota el cansancio, pero ella lo disimula muy bien. Eran las 03:00 de la madrugada cuando la ubicamos a un lado del Acceso Sur y comenzó este diálogo sobre su vida. Sensaciones de agobio, tristeza, optimismo y picardía ella irradia durante la amena conversación.

–¿Cuál fue el motivo que te llevó a vender rosas en un horario tan poco usual?

–Muy joven tuve a mi primer hijo y las cosas comenzaron a ponerse difíciles. Mi marido ganaba poco y se sabe que casi nadie quiere dar trabajo a las mujeres con hijos chicos. Por eso se me ocurrió salir de noche a vender las rosas y en poco tiempo me di cuenta de que el negocio me dejaba buena platita. Luego vinieron mis otros hijos y mi situación familiar se puso más dura y peor cuando mi esposo murió. Por un tiempo fui madre y padre a la vez, hasta que le conocí a mi nueva pareja, con quien mi situación económica no cambió mucho, por lo que sigo vendiendo mis flores a la madrugada.

–¿A qué hora empiezas a trabajar y a qué hora vuelves a tu casa?

–Salgo de la Zona Sur de Fernando de la Mora, donde vivo, cerca de las 9 de la noche. Espero generalmente un micro de la Línea 18 que me lleva cerca de los locales nocturnos de la avenida España, en donde entro sin problemas a vender mis flores, ya que la mayoría de los dueños y empleados me conocen. Recorro mesa por mesa saludando a las parejas y ofreciéndoles mis flores. Estoy así hasta las 3 de la madrugada o más tarde, en el caso de que haya habido poca salida.

–¿De día cómo es tu vida?

–Luego de llegar a mi casa duermo un poco, ya que debo levantarme a lavar ropas, planchar y cocinar para mis hijos gemelos de 12 años, que se van a la escuela. Después ya tengo que prepararme, para ir a surtirme en una florería, y al volver, si hay tiempo, descanso nuevamente un poco. Así es mi vida, dura, pero, gracias a Dios, a mis hijos no les falta nada.

–¿Cuántos de tus hijos siguen viviendo contigo?

–De mis 12 hijos, tres siguen en casa. El resto ya tiene su familia, pero suelen visitarme los domingos, me ayudan en lo que pueden y yo se los agradezco de corazón. Mi nena de 15 años es la última que dejó la casa, ella se fue a Buenos Aires a estudiar y trabajar. Se fue a vivir con unos parientes.

–¿Cuáles son las noches más flojas en venta y cuáles en las que más vendes?

–De lunes a miércoles suelo vender menos, entre 9 a 10 rosas, a 10.000 guaraníes cada una. Yo las compro a 5 mil’i. De jueves a domingo ya empiezan a repuntar las ventas, porque los locales suelen llenarse y más de un churrito suele regalarle una flor a su novia o suele enviarle a alguna chica a quien quiere conocer. Ellos son letrados y saben que las mujeres nos derretimos cuando nos regalan flores o chocolates.

–¿Cómo te tratan los clientes?

–Casi siempre me tratan bien, no puedo quejarme, pero algunas veces, ya cuando es de madrugada y los muchachos están un poco borrachos, suelen hacerse de los simpáticos y me hablan fuerte y tampoco faltan los que pisan el pie en medio de su tambaleo (muestra las secuelas que le había dejado un pisotón de un muchacho bien fornido). Con un poco de pomada y buena voluntad, no se dice nada, además, cuál es el trabajo en donde uno no suele sufrir golpes y no suele recibir uno que otro jeja’o.

–¿Es dura la calle en la madrugada para una mujer sola?

–Se pasa de todo, te cruzás con borrachos que son maleducados, con gente que tiene auto y que piensan que porque uno camina sola por la calle es una mujer de mala vida, frenan y te insinúan cosas... Ya sabes luego a lo que me refiero, muchas veces no les hago caso, pero otras veces les mando a la p... o les digo que voy a llamarle a la Policía. Otro problema son los motochorros, varias veces me asaltaron, me robaron mi celular o la plata que junté de mis ventas, hay que saber cuidarse en esta vida.

–¿Si no te hubieras dedicado a vender rosas en qué hubieras querido trabajar?

–Antes, cuando era señorita, estudiaba danza, llegué hasta los últimos cursos, pero, como ya te dije antes, cuando llegaron los hijos ya no pude pagar mis cuotas y me quedé con las ganas de tener mi título y de poner para mi academia con el tiempo. Ahora ya estoy vieja para pensar en ser profesora de danza y ni de gua’u me preguntes por mi edad. Eso no se le pregunta a una mujer.

EL SUSTO DE SU VIDA

María Esther tiene como principal anécdota el golpe de estado del año 89: “Esa noche mis tres hijos pequeños –en aquel entonces– fueron para vender caramelos en el Centro. Yo me quedé en otra zona a ofrecer mis rosas y después comenzó el lío. No sabía dónde estaban y cuando quise ir hacia el hotel Guaraní, unos militares me atajaron. De repente le vi a un comisario, que era mi conocido, y con él me fui a buscar a mis nenes hasta encontrarlos. Mis hijos ni entendían lo que estaba pasando ni por qué comencé a abrazarles y a llorar. Fue el susto de mi vida”.

Fotos: Diego Peralbo

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