Una historia que destroza el alma

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Diego, de casi cuatro años –allá en los confines de la campaña– iba con sus padres en una carreta tirada por bueyes. De pronto, uno de los bueyes se encabritó y el pequeño cayó al suelo de cabeza quedando parapléjico, es decir, sin la menor posibilidad de moverse desde el cuello para abajo.

Estaba internado en Emergencias Médicas y mi esposa Malú, en su carácter de neuróloga infantil, lo visitaba todos los días. El niño –y sus padres– tenía una tristeza inconsolable e inició un cuadro de fiebre de origen desconocido que se presentaba a diario.

El día de su cumpleaños fuimos con mi hija Anita a elegirle dos regalos, uno de parte de Malú y el otro de la doctora Gómez, la jefa de Terapia Intensiva. Le trajimos un colorido camionazo de plástico y una camioneta de policía que era un verdadero chiche.

Diego sonrió luego de mucho tiempo.

En todos los días que siguieron, los dos vehículos quedaron “estacionados” a ambos lados de su cabecita.

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Sin ninguna explicación, Diego no volvió a tener fiebre.

Misterios de la medicina.