El Mandatario advirtió del peligro de una “contaminación ideológica”, en clara muestra de su temor a que el malestar popular en los países de la región, que se tradujo en marchas multitudinarias y enfrentamientos en las calles con la policía, se replicase en nuestro país.
Aparentemente, este presidente cree que las crisis, la historia y el temperamento de la gente son transportables como un objeto, de país en país.
O, más posiblemente, es bien consciente de que en el Paraguay existen, desde hace tiempo, todos los condimentos para un estallido social debido a las grandes desigualdades existentes.
Como evidentemente el Presidente y su equipo no piensan hacer nada al respecto, solo les queda, para intentar justificar su inutilidad, denunciar supuestas conspiraciones del “marxismo internacional” o de agentes de los países que nos rodean que, como no tienen suficientes problemas internos, se ocupan de los nuestros.
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La advertencia aquella del Mandatario fue acompañada en coro por algunos parlamentarios oficialistas que hablaron de “informes de inteligencia”, acusando a sectores políticos de la oposición como impulsores de la conspiración, pero sin dar ninguna prueba.
El episodio olió al stronismo más elemental. A aquellos tiempos de La Voz del Coloradismo en que se adjudicaba cualquier atisbo de protesta social a ideologías extranjerizantes que querían destruir nuestro estilo de vida occidental y cristiano.
Para agregar más aderezos al tema, el flamante ministro del Interior Euclides Acevedo dijo en una entrevista, el mismo día que se hacía la marcha campesina, que manejaban información de inteligencia de que la situación podía ser aprovechada ¡por personas vinculadas al narcotráfico!
Lastimosamente, no hubo más tiempo, porque otros actores políticos del oficialismo podían haber aportado como posibles amenazas a la paz en nuestro país al terrorismo islamita, la Yacuza, a los Rosacruces o a la IV Internacional.
La movilización finalmente no tuvo los ribetes y menos la peligrosidad que los agentes del gobierno preveían.
En realidad, la Federación Nacional Campesina (FNC) la había preparado mucho antes de que estallaran las crisis en Ecuador y en Chile y sus objetivo era llamar la atención sobre problemas que ocurren en nuestro país, aquí y ahora.
La denuncia que dejó instalada la FNC se refería a unas 800 ocupaciones precarias, que ya fueron expropiadas pero no pagadas y que están en riesgo de desalojo, según la “política” anunciada por el ministro Acevedo. Eso puede ser una buena noticia para los interesados en seguir acaparando tierras, pero también significa conflictos sociales y posibilidad real de que las advertencias sin mucho fundamento que hizo el Gobierno terminen cumpliéndose en algún momento.
Por eso, quien más posibilidades tiene de provocar una crisis similar a la de los países vecinos es el Presidente de la República y su entorno, si no entienden ni atienden lo que está ocurriendo y si no toman las medidas para solucionarlo a tiempo.
Si su estrategia es solamente, cada vez que se plantea una movilización de protesta, denunciar de peligros ominosos que se ciernen bajo el cielo patrio, será como la fábula del pastorcito que advertía del lobo.
En realidad, los lobos están hace tiempo en sus propias filas, disfrazados de ovejitas y esperando el momento en que sea conveniente hacerlo a un lado. Pero él prefiere buscar enemigos más parecidos a los de la época del tiranosaurio.
mcacere@abc.com.py