En un segundo momento, también desde el norte, el Departamento de Estado de los Estados Unidos prohibió de por vida el ingreso a su territorio al exfiscal general del Estado Javier Díaz Verón y al exsenador Óscar González Daher (ambos con prisión domiciliaria) y a sus respectivas familias por presuntamente haber participado en hechos de corrupción significativos.
Ambas cosas sucedían cuando la política colorada todavía se estaba limpiando el polvo de la sacudida proveniente de Brasil con la investigación que salpicaba al expresidente Horacio Cartes –y en una primera instancia hasta decretaba su detención– por supuestos vínculos con el caso de lavado de dinero de Darío Messer.
A estas alturas ya no deberían sorprendernos los niveles de corrupción que circundan al mundo político autóctono. Sin embargo, sí sorprenden las diversas reacciones de los integrantes de ese mundillo. Empecemos por los sectores que se rasgan las vestiduras argumentando que tanto lo de Brasil como lo de USA constituyen casos de intromisión inconcebibles.
DESDE EL LUGUISMO. Pero esta palabra, intromisión, tiene diversas acepciones según la conveniencia de los luguistas. Más allá de que uno haya estado a favor o no del juicio político al que fue sometido Fernando Lugo en el año 2012 y su posterior destitución, el actuar del entonces canciller venezolano Nicolás Maduro fue a todas luces un atropello constitucional y una intromisión, cuando arengó en pleno Palacio de Gobierno a los miembros del Gabinete Militar que en ese momento formaban parte del primer anillo presidencial. Videos mediante se evidenció que Maduro instaba a los militares paraguayos a “levantarse” en armas para evitar el juicio político.
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DESDE EL COLORADISMO. Por otra parte, en las carpas coloradas los resultados de esas investigaciones foráneas también surtieron efecto; y, de manera repentina los colorados sufrieron un ataque de honestitis aguda. De manera atropellada, comenzaron a repartir expulsiones a mansalva a los políticos señalados por el Tío Sam y por la justicia mais grande do mundo como corruptos lavadores de dinero y narcotraficantes. Otros decidieron abandonar la carpa cartista por si acaso lo salpiquen con alguna acusación que luego le deje sin la posibilidad de ir a Disney con sus hijos y nietos.
Al cabo de 30 años de apertura democrática, por la cual entonces han muerto cientos de compatriotas y heridos otros cientos –y que hasta hoy no han sido reconocidos–, no fue posible cerrar el proceso de limpieza de la corrupción, la prebenda, el robo y el narco de las filas políticas y esferas gubernamentales.
Nada ha cambiado y los esfuerzos por transparentar la gobernabilidad tuvieron y siguen teniendo muchas trabas. De hecho, las dos leyes de transparencia (5189/14, “Que establece la obligatoriedad de la provisión de informaciones en el uso de los recursos públicos sobre remuneraciones y otras retribuciones asignadas al servidor público de la República del Paraguay” y la 5282/14 “De libre acceso ciudadano a la información pública y transparencia gubernamental”) padecen hoy del castigo de los propios políticos que se niegan a cumplirlas y ni siquiera se animan a hacer públicas sus declaraciones juradas.
La condena impuesta a Tarragó y compañía por parte de sus colegas no es por el hecho de que sean corruptos –al igual que ellos–, sino porque han tenido la “desgracia” de haber sido pillados con las manos en la masa por investigadores foráneos. En este país estamos tan acostumbrados, tanto en la política como en otros ámbitos, a que vengan los de afuera a decirnos qué hacer, cómo hacer y cuándo lo estamos haciendo mal. Entonces de qué “intromisión” estamos hablando si lo que nos están señalando es que la política está tan podrida, que huele tan mal y ese mal olor trasciende fronteras.
mescurra@abc.com.py