Sin lugar a dudas esta es la expresión más apropiada para definir lo que ha sido, para nosotros, el año que acaba de terminar. Esta es la época de hacer inventarios, de ir enumerando todo aquello que nos parece resaltante, ya sea por lo positivo como por lo negativo. ¿Pero por dónde empezar? Para ir de lo más grande a lo más pequeño la cosa se pone más sencilla: es la pavorosa corrupción que ha permeado todos los aspectos de la vida, desde las más altas esferas a las más bajas, desde las más extraordinarias a las más cotidianas. Y cuando las aguas comienzan a tranquilizarse, ¡zas!, salta una nueva donde menos nos esperábamos.
Como una manera de recordarnos cómo se manejan las cosas en nuestro país, el penúltimo día del año se vino abajo el techo de una escuela de la localidad de San Miguel de Carapeguá. Dentro de la desgracia hay que alegrarse de que ello ocurrió en época de vacaciones y no estaban los alumnos en clase, de modo que se evitó una desgracia mayor. La zona que sufrió el desplome fue construida con el aporte de los padres de los alumnos; las paredes se levantaron sólo hasta la mitad y el resto, incluido el techo, estuvo a cargo de la Municipalidad local, administrada entonces por Isabelino Silva (ANR).
Las explicaciones y las disculpas no tardaron en llegar: las culpables del derrumbe fueron las termitas (kupi’i) que sin que nadie se diera cuenta, se dieron un gran festín con el maderamen que sostenía el techo. Una excusa lamentable. No es posible que por lo menos una vez por año, no vaya un técnico en la materia a revisar el estado de la construcción que durante nueve meses al año alberga a centenares de niños, hijos de los pobladores del lugar, sin importar a qué partido o facción política pertenecen sus padres. Excusa lamentable ya que no hace falta ningún instrumento de precisión para ver por dónde se trasladan las termitas que hacen como un túnel de adobe, visible a simple vista incluso a la distancia.
Mientras la justicia no funcione, se seguirán produciendo estos episodios. Mientras todos los corruptos no estén en la cárcel no tendremos ningún tipo de seguridad. Es inútil que el presidente Mario Abdo Benítez promulgue todas las leyes que quiera sobre el lavado de dinero mientras haya jueces y fiscales corruptos a los que, curiosamente, se les pierden los papeles que incriminan a gente importante.
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Ante esta perspectiva no queda lugar a dudas que culmina un “annus horribilis” pero no debemos desesperarnos que existe otra locución latina que dice “annus terribilis” (año terrible) que comenzó a utilizarse para señalar el año de 1348 cuando la Peste Negra asoló Europa dejando a su paso millones de muertos. Siempre queda un recoveco para la esperanza.