Ramos: Conocerlo como Señor

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Celebramos el Domingo de Ramos, cuando Jesús entra en Jerusalén para vivir, dramáticamente, los últimos días de su vida.

El pueblo lo aclamaba efusivamente, exclamando “¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!”. Sin embargo, esta misma gente algunos días después va a gritar: “¡Que sea crucificado!”.

Hay muchas incoherencias del ser humano en este cuadro. Empezando por el pueblo, que sin convicciones firmes, se deja manipular por los dirigentes.

Sigue Poncio Pilatos, que lleno de flojera y con intereses políticos mezquinos, se lava las manos, afirmando: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”.

La maldad de los sumos sacerdotes, que con miedo de perder sus privilegios, le arman una trampa y manosean falsos testigos.

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Igualmente decepciona la actitud de los apóstoles, amigos elegidos a dedo por el Salvador, que lo niegan cobardemente y lo abandonan en el momento más turbulento.

Asimismo, la multitud, y no está demás recalcar, que como un “idiota útil”, se presta al juego desleal de los poderosos, tal vez, para conseguir alguna miserable ventaja.

La celebración de este emocionante y elocuente domingo no puede ser, principalmente, a nivel folclórico, de llevar, bendecir y agitar los ramos en la procesión. Además, los ramos jamás deben ser entendidos como un tipo de amuleto, que nos protegería mágicamente de todos los males.

Usar los ramos para aclamar al Señor es un gesto profundo, que agrada inmensamente a Dios, siempre y cuando uno trate de quitar las conclusiones que la acción significa. Es reconocer a Cristo como el único Señor de nuestra vida.

Por ello, aunque nos cueste renuncias, no tengamos reparo en vivir los mandamientos de Dios, específicamente en áreas tan delicadas como la económica y la sexual. Es más, busquemos dominar nuestro orgullo, tratando de ser más humildes, llevando en cuenta de que Jesús entra en Jerusalén “montado en un modesto jumento”.

Hemos de reconocer a Cristo no solo como nuestro Señor, sino también como el camino que nos lleva al Padre, el camino iluminado en este mundo capitalista, lleno de tinieblas y de ambigüedades.

Aclamarlo con Ramos, o sea, con nuevas actitudes, como enseña el profeta Isaías: escuchar como un discípulo, y que va a hablar también como un discípulo, para construir un nuevo país. Considerar siempre que cielos y tierras pasarán, pero sus palabras no pasarán.

Iniciamos la Semana Santa, y ojalá para usted sean días de oración y conversión, particularmente, en este duro momento de pandemia que nos toca superar.

Paz y bien.

hnojoemar@gmail.com