Desde 1992, año de promulgación de la Constitución, los legisladores no han podido sancionar la ley de Educación Municipal, ni la ley de Educación Familiar; consecuentemente en nuestro país cada familia puede entender a su arbitrio las exigencias que le impone el derecho natural, además de la responsabilidad a que la Constitución le obliga. Es más, los jueces no tienen el instrumento necesario para juzgar los posibles delitos, ni los abogados para orientar a sus clientes.
La pandemia del coronavirus ha puesto en crisis a toda la educación, no sólo la escolar controlada por el Ministerio y lo poquito que hay de educación municipal, sino también la educación familiar. Al estar cerradas las aulas y escuelas, las madres y padres asumen necesariamente en los hogares el peso de la responsabilidad del acompañamiento directo de la educación formal, además, (como siempre) de la fundamental educación familiar.
El MEC está organizando su servicio de asistencia a los educandos mediante la modalidad educativa de comunicación online, con la esperanza de que los niños adolescentes y jóvenes reciban la enseñanza si no tienen computadora en teléfono celular. Es obvio que afrontar esta situación imprevista, anómala y compleja es una tarea muy difícil y pesada, tanto más cuanto mayor sea el número de hijos y allí donde la constitución de la pareja de padres sea incompleta.
Por la carencia de ley de educación familiar, que respalde a los padres en su derecho y responsabilidad de educación familiar, se encuentran desamparados por el Estado. Ante este injusto desamparo, los Movimientos familiares y las Asociaciones de Madres y Padres están desafiados a reaccionar colectivamente en auxilio de ellos e incluso de la familia como institución. Y algo más, es el momento de que los padres se replanteen o se planteen, si no lo hicieron antes, los objetivos de su educación familiar. Aunque la situación es coyuntural, es una oportunidad para revisar lo que cada familia viene haciendo y lo que puede y debe hacer en la educación familiar.
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Las investigaciones sobre educación familiar demuestran que en general los padres se plantean con muy buena voluntad la responsabilidad de educar a los hijos, pero con pocas competencias por falta de preparación para ella. Antes el ambiente social y la cultura de la comunidad ayudaban, ahora el pluralismo cultural, los mensajes persuasivos (explícitos y ocultos) de la sociedad del consumo, la violencia e inseguridad las campañas ideológicas y la corrupción han creado un clima agresivo, que compite duramente contra el trabajo de los padres.
Para ser eficaz la educación familiar debe apuntar a formar hijas e hijos con el máximo desarrollo posible de su integridad como personas, tanto en su dimensión biológico-corporal, como en sus dimensiones psicológica, social y espiritual. Este objetivo del desarrollo y madurez personal es tanto más importante cuanto que la escuela, cuando funciona normalmente, está presionada por la sociedad de la información, la comunicación y el conocimiento y se dedica casi exclusivamente a la enseñanza y muy poco a la educación. Los diseños curriculares, los programas y las evaluaciones están casi exclusivamente orientados a la adquisición de conocimientos y prácticamente nada al desarrollo y madurez de la personalidad y sus valores inmanentes y trascendentes.
Las investigaciones constatan que los padres se proponen objetivos bellos, pero muy generales y difícilmente operativos, por ejemplo: “educo a mis hijos para que sean felices”. En cualquier caso el potencial de felicidad está vinculado al potencial de realización personal en sucesivo y progresivo desarrollo en todas sus dimensiones. No es fácil.
¿Con qué estrategia alcanzar este objetivo? Apuntar prioritariamente al corazón y al cerebro, es decir, desarrollar la capacidad de pensar y la capacidad de afectar y ser afectados, para su propio bien y el de los demás como al suyo propio. Se trata de que los padres apunten al desarrollo armónico priorizando la educación de la afectividad y las múltiples inteligencias. Con estos dos motores tendrán luz y energía para que todas sus acciones, también las futuras profesionales, sean adecuadas, libres y responsables.