Defensa y destrucción de libros

Se clausura esta noche la quinta edición de la Feria Internacional del Libro (FIL), esta vez con énfasis en el año internacional de las lenguas indígenas. Nunca será suficiente destacar la importancia de la lectura en el avance personal y colectivo. En todas las épocas se han hecho esfuerzos por mantener viva la necesidad de los libros. Y en todas las épocas, también, tuvieron poderosos detractores. No leer es una forma de alzarse contra ellos. A continuación, dos historias: una que preserva los libros y la otra que los destruye:

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Nos cuenta el celebrado periodista polaco Ryszard Kapuscinski en “El Imperio”, que los armenios sufrían, a partir de los primeros siglos de nuestra era, frecuentes invasiones por parte de los ejércitos persas, mongoles, árabes o turcos. La conciencia armenia –nos dice– siempre ha estado acompañada por la amenaza de la aniquilación. Y de ahí la necesidad imperiosa de sobrevivir. La necesidad de salvar el mundo propio. Como no pueden salvarlo con la espada, que al menos sobreviva en la memoria. Así nace este fenómeno único en la cultura universal que es el libro armenio. 

Ya en el siglo VI –sigue diciéndonos Kapuscinski– tienen traducido todo Aristóteles. En el X, a la mayoría de los filósofos griegos y romanos, y cientos de títulos de la literatura antigua. Traducían todo lo que tenían al alcance de la mano. Muchas obras de la literatura antigua se han salvado para la cultura universal sólo gracias a que se habían conservado en las traducciones armenias. 

Para concretar esta hazaña, los armenios se encerraban en el scriptorium, que podía ser una celda, una choza de barro, una cueva en la roca. En medio de tal scriptorium había un atril, y tras él, de pie, un copista escribiendo. 

El ejemplo armenio es el de todos los pueblos, de todos los tiempos, que quieren sobrevivir. Si no existiesen los libros la memoria no tendría dónde fijarse. 

La anécdota armenia nos enseña, una vez más, para qué sirven los libros. No sólo divulgan conocimientos, moldean la identidad de las personas y de los pueblos. Los hace inmortales. Pero también hay esfuerzos por arruinarlos. 

En “Historia universal de la destrucción de los libros”, el venezolano Fernando Báez nos guía por el largo peregrinar que se inicia en la civilización sumeria y culmina en Bagdad de nuestros días. Asombra el enciclopédico conocimiento del autor basado en muchos años de investigación. El relato minucioso de la destrucción de los libros nos pone frente a la ilimitada capacidad del ser humano para dañarse a sí mismo, en la misma medida en que lo está haciendo con su hábitat. 

Nos dice que la destrucción voluntaria de los libros ha causado la desaparición de un 60% de los volúmenes. El otro 40% se debe a los desastres naturales (incendios, huracanes, inundaciones, terremotos, maremotos, ciclones, etc.), accidentes (incendios, naufragios, etc.), cambios culturales (extinción de una lengua, modificación de una moda literaria) y a causa de los mismos materiales con los cuales se ha fabricado el libro (la presencia de ácidos en el papel del siglo XIX está destruyendo millones de obras). 

Contrariamente a lo que suele pensarse, no son los ignorantes ni los tontos los que dañan la cultura. Son los letrados, esos que leen y escriben libros los causantes de las mayores desgracias padecidas por la humanidad. El mismísimo Platón, entre muchos otros sabios, también quemó libros. No los consideraba el mayor de los bienes. 

Fernando Báez se pregunta cuántos libros se habrán destruido al no ser publicados; cuántos se perdieron para siempre en ediciones privadas. 

El último capítulo de “La historia universal...” se refiere a la Biblioteca de Bagdad, cuyo saqueo estuvo precedido por bombas incendiarias que hicieron cenizas de un millón de libros. Fue en la invasión de los Estados Unidos de Norteamérica, en el año 2003. Lo más doloroso, nos cuenta el autor, es la certidumbre de la desaparición de ediciones antiguas de “Las mil y una noches” y los tratados de famosos filósofos iraquíes. 

Báez, en casi 400 páginas, nos conduce con dolor a los sitios donde la barbarie posó sus plantas. 

Las ferias, como la que hoy se clausura, dan esperanza de la permanencia de los libros en el gusto y la necesidad de las personas.

alcibiades@abc.com.py

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