Impopularidad de la política

Según se refiere por ahí, en alguna encuesta surge que el 70% de los habitantes de este país no quiere saber nada de política. Esto es, de escuchar perorar de este tema en las radios, de las entrevistas y paneles en TV y, mucho menos, leer sobre eso. Cierta percepción personal me dice que tal instrumento no midió el fenómeno a lo largo y ancho. 

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A lo dicho debe agregarse un 20% de personas que atienden noticias de política solamente cuando creen que afectan directamente a sus intereses particulares. Un 8% más sigue las alternativas electorales por curiosidad deportiva, así como se entera de la tabla de posiciones de los clubes de fútbol. 

Resta un 2% de la población adulta que parece genuinamente interesada en la práctica política nacional. Mas, el 90% de este segmento integran los mismos políticos que, lógicamente, miran por lo suyo. De este sector todavía queda por segregar alrededor de un 0.2%, compuesto por los que observan la actividad pública con verdadero interés intelectual. 

Entonces, una pregunta cae de suyo: ¿Por qué tan generosos espacios en los medios y por qué tantos periodistas se ocupan con ahínco de un área temática que habitualmente no le interesa al 98% de la gente? Dejaré a cargo de los estudiosos dar con la explicación. 

Charles Dickens, que una vez sentenció: “El cloroformo ha hecho mucho daño a la humanidad pues ha permitido que cualquier tonto pueda ser cirujano”, con idéntico criterio podría afirmar, hoy y aquí, que el advenimiento de la democracia en el Paraguay perjudicó mucho a esa misma democracia permitiendo que cualquier tonto se haga político. 

Además, al hacer funcionar la libertad de prensa, centenares de personas que con mucho esfuerzo logran coordinar un par de ideas, quedaron en posición de instalar sus propias radioemisoras, imprimir sus periódicos y acceder a la TV. Las conexiones masivas facilitadas por las redes sociales completan el maremágnum. Lo que nos demuestra que el derecho universal a aprender a leer y escribir, glorioso principio impuesto en el mundo civilizado por el liberalismo, trajo consigo consecuencias impensadas, como por ejemplo, que todo el mundo se considere periodista nato. 

Por su parte, el populismo y el pragmatismo político, mellizos que nacieron al final del siglo pasado, vinieron a mezclar todo en un haz de confusiones. Ya nadie es de izquierda o de derecha per se, como antes; ahora se arroga uno el título en relación a un asunto concreto y a un momento específico, de tal suerte que ya no es lo mismo situarse a la izquierda, en un debate, por ejemplo, que ser izquierdista profesional. Queda lejano en el pasado lo esto significaba. Recuérdese que cuando ser sindicado “zurdo” era peligroso, pocos se atrevían a definirse tal. Entonces éramos todos “de centro”. Hoy, que declarase de izquierda no provoca ningún riesgo, más aun, que es una pose tenida por muy elegante en la sociedad burguesa, nos volvimos todos “progres”. Hasta dirigentes de organizaciones políticas conservadoras no pueden evitar ceder a esa tentación de posar así, en algún momento. 

El Partido Colorado, por ejemplo, perdió una hermosa oportunidad de convertirse oficialmente en un partido de izquierda aquella vez que Duarte Frutos, con atuendo de guerrillero de los 60, con boina y todo, se fue a repartir lotes gratuitos a la zona liberada “Marquetalia”. ¿Dónde estaban él y sus camaradas en tiempos de Stroessner, cuando tanta falta hacía sus metralletas? 

La impopularidad de la política en general es un hecho incontrovertible, pero como es un pasillo por el que forzosamente hay que transitar para llegar al poder, se entiende que en él se apretuje tanta gente. Nadie se extrañe, pues, que periodistas, figuras del entretenimiento y hasta deportistas aspiren a políticos; ni que muchos políticos novatos hagan su conscripción en el periodismo, en los sets de TV o en la dirigencia deportiva. Se trata, sin duda, de uno de los procesos más inesperados del tiempo que vivimos.

glaterza@abc.com.py

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