Los agentes paraguayos de Brasil

Cuenta el coronel Juan Crisóstomo Centurión que, en 1868, el coronel Paulino Alén resistía el cerco de Humaitá con sus diezmadas tropas de adolescentes hambrientos y semidesnudos, en una situación absolutamente desesperada, y el marqués de Caxias le ofreció dinero y posición a cambio de su rendición. Le contestó de puño y letra que, lamentablemente, no disponía de oro y riquezas para prometerle, pero que si el comandante de las fuerzas aliadas le entregaba sus ejércitos, él le daba su palabra de que intercedería ante el mariscal López para coronarlo emperador del Brasil.

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Da tristeza escuchar que ahora, quién sabe a cambio de qué, nuestros máximos dirigentes dan señales de renunciar a defender el interés nacional incluso antes de intentarlo. El coronel Alén fue una de las tantas figuras trágicas dentro de la gran tragedia nacional. Aquí nadie está pidiendo sacrificios ni tratos semejantes, mucho menos ese nivel de enfrentamiento con un país que, mal o bien, es nuestro vecino y socio en estos nuevos tiempos, apenas voluntad para reclamar con entereza lo que al pueblo paraguayo le corresponde en estricta justicia.

Y lo que más apena es que, evidentemente, los brasileños son tan hábiles que ni siquiera necesitan salir ellos mismos a retrucar los argumentos a favor de Paraguay. Les basta con valerse de sus agentes para lograr que los propios paraguayos se encarguen de ello.

Por razones que no estoy autorizado a revelar, me consta que Brasil intentó por todos los medios impedir que saliera a luz el informe del profesor Jeffrey Sachs. El trabajo estuvo más de un mes bajo “revisión” del Banco Interamericano de Desarrollo, que expresó su “preocupación” por las “implicancias políticas” del estudio y trató de disuadir a sus autores de presentarlo.

Como el plan A no resultó, y solo consiguieron que se atenuaran y relativizaran algunas afirmaciones, llegó el momento del plan B, que consiste en desacreditarlo todo lo posible o, al menos, ponerlo suficientemente en duda como para neutralizar sus posibles efectos.

Se ha puesto rápidamente en marcha toda una maquinaria con ese objetivo, nos llegan a la redacción “análisis” sin firma para rebatir las premisas y los cálculos del profesor Sachs y su equipo, y sabemos de primera mano que a Horacio Cartes le soplan al oído que se despegue de cualquier vinculación con el célebre economista.

La táctica es la de siempre, no por eso menos efectiva. Señalan como gran cosa inconsistencias o inexactitudes específicas y secundarias para pretender desautorizar el argumento de fondo.

¿Y cuál es ese argumento? Simplemente que, a 40 años de la firma del Tratado de Itaipú, una represa que tuvo un costo inicial estimado en 2.500 millones de dólares, después de un cuarto de siglo de venta del 100% de la energía generada, sigue teniendo un saldo de deuda de capital de 15.000 millones de dólares. En privado, el profesor Sachs dice con sarcasmo que probablemente necesita un nuevo PhD para poder entender una cosa así.

El estudio hace una simulación econométrica y concluye que al menos la parte paraguaya de esa deuda ya debería estar saldada y, por lo tanto, Paraguay debería ya disponer de su energía y obtener el total del precio por ella. Pero una y otra vez el mismo estudio aclara que esa es una simple simulación, cuyo fin es demostrar que hay suficientes elementos para pensar que algo está muy mal y que es preciso sentarse entre las partes a auditar las cuentas con transparencia y rectitud.

Es exactamente eso lo que quieren impedir. La idea es, a lo sumo, acordar alguna pequeña compensación extra, como hicieron con Lugo, y dejar las cosas como están hasta 2023 o más allá, al menos otros diez años de expoliación y despojo de los recursos del Paraguay. Ellos lo proponen, y sus agentes aquí se ocupan de que nosotros lo aceptemos. Así ha sido durante los últimos cuarenta años.

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