Sin programa de gobierno

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La publicación, suponemos que por un error involuntario, de un programa de gobierno en inglés como parte de la campaña del precandidato oficialista, reactivó un poco la antigua discusión de si los ciudadanos votan a los proyectos prometidos o a las personas que se postulan. Opinar sobre esto es muy fácil: la gran mayoría de los electores no conoce en absoluto el programa de gobierno que está eligiendo. 

Esto nos deja en claro que aun si contratásemos a los mejores expertos mundiales en proyectos de desarrollo socioeconómico de los países pobres, no serviría para nada el día del llamado a las urnas pues los votantes toman sus decisiones por razones caseras muy particulares. 

Para inducir al voto influyen la tradición partidaria familiar, la vinculación laboral o los negocios con el Estado, el incentivo económico que reparten los punteros de las bases, la facilidad de transporte para quienes viven lejos de los centros de votación, el carisma o la argelería del candidato y alguna pequeña porción de ideología política. 

Como las plataformas y programas de gobierno no tienen una incidencia real en la decisión de los electores, lo que tal vez sería más útil es que un candidato proponga algo bastante simple: “Yo solo quiero hacer cumplir la Constitución Nacional, respetar las leyes, hacer que funcionen las instituciones públicas y manejar los fondos del fisco lo más honestamente posible”. 

Si alguno de los candidatos presidenciales puede hacer eso sería fantástico. El disco rayado de los postulantes políticos es muy conocido: combate a la pobreza, fuerte apuesta por la educación, la salud, el trabajo, las viviendas populares y el apoyo a los productores campesinos. 

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En realidad, el país no necesita propuestas iluminadas de los salvadores de la patria futura. Las leyes ya están escritas, los planes de desarrollo duermen amontonados en los cajones de los ministerios, los proyectos de asistencia técnica y financiera a los agricultores se redactan y se repiten cada año, los castigos para los funcionarios corruptos están previstos en el sistema legal, la selección de los funcionarios públicos por concurso entre los más capacitados ya está en vigencia, la ordenanza que prohíbe la circulación de vehículos sin chapa se aprobó hace décadas, etc. 

El país no necesita un hermoso power point en donde se describan todas las maravillosas acciones que el futuro gobernante piensa realizar. Estamos saturados de leyes que nadie cumple; tenemos una biblioteca enorme con diversos códigos, normas de procedimientos, prohibiciones, acuerdos, tratados internacionales, legislación comparada y muchos ejemplares de la Constitución Nacional. Si cumpliésemos las leyes vigentes, seríamos más democráticos que los suecos y más educados que los finlandeses. 

Disculpen la reiteración, pero lo único que nuestra sociedad necesita, y con suma urgencia, es un presidente que respete la Constitución Nacional, que garantice la vigencia del estado de derecho y que, en lo personal, sea lo más honesto posible. Llamemos a Diógenes para que, con su linterna, nos ayude a encontrar a ese hombre perdido. 

ilde@abc.com.py