Noche de la Candelaria, 25 años después

Los rumores de un inminente golpe de Estado inundaban la ciudad y pronto todo el país, eran cada vez más frecuentes y cada vez más intensos. Fue así porque efectivamente se estaba gestando una conspiración en contra del dictador en las Fuerzas Armadas. Dicen en el entorno de la dictadura depuesta que el único que no creía y desacreditaba totalmente la versión era el propio dictador Alfredo Stroessner. ¿Qué pasó con aquel experto en abortar conspiraciones al punto de haber creado el mito de eternizarse en el poder para entregar el mando a otro Stroessner? La explicación probable es que se volvió viejo y le costaba pensar con claridad.

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Verano de 1989, a un año de entrar en la última década del siglo XX, Paraguay y Chile, Alfredo Stroessner y Augusto Pinochet, eran las últimas dictaduras, los últimos déspotas del Cono Sur de América, y “nuestro insigne conductor” era el más antiguo en el poder, desde el 4 de mayo de 1954, en que tomó las riendas con un golpe de Estado en contra del entonces presidente colorado Federico Chaves.

El stronismo fue una dictadura cruel y larga (1954-89), pero con un consistente apoyo social en lo interno e internacional. Fue un régimen pragmático sin más legitimidad que ser el garante eficaz y menos costoso para Occidente para enfrentar el avance del comunismo. No es casual que la caída del Muro de Berlín sea el mismo año que la de la dictadura. (B. Cano Radil, Partido Colorado, las causas de su caída).

Mientras los militares, liderados por el entonces poderoso comandante de la Caballería, general Andrés Rodríguez (consuegro de Stroessner), planeaban en la clandestinidad el golpe, el dictador y los colorados stronistas en el poder cumplían sus formales labores de rutina, o por lo menos simulaban hacerlo de esa forma. Stroessner no suspendía las sesiones de naipes con sus amigos íntimos ni las visitas en la casa particular a su amante Ñata Legal, donde justamente fue sorprendido por un comando militar al mando efectivo del coronel Mauricio Díaz Delmás.

División colorada

La conspiración se inició verdaderamente el 1 de agosto de 1987 cuando la convención colorada desplazó a los “tradicionalistas” y estos fueron a golpear las puertas de los cuarteles.

Juan Ramón Chaves, extirpado de la presidencia de la Junta de Gobierno luego de décadas; Luis María Argaña, quien renunció a la presidencia de la Corte a mediados del 88; el empresario Blas N. Riquelme, el general Rodríguez, el disidente Édgar L. Ynsfrán, exministro del Interior; y Dionisio González Torres, exministro de Salud, eran los cabecillas. (R. Paredes, Stroessner y el stronismo).

Las tropas leales a Stroessner ejercieron una resistencia eficiente al ataque registrado en la noche del 2 de febrero, víspera del día de San Blas, por entonces feriado que la población aprovecha para bailar en las grandes fiestas populares de Itá o recorrer las fiestas patronales de otros pueblos en que igualmente se venera al milagroso santo.

Solo ahí Stroessner comprendió que era objeto de un complot y las idas y venidas de vehículos militares más los inconfundibles sonidos de tanques, tanquetas y tableteo de metralletas estaban confirmando los rumores: era sin duda la concreción de aquellos ruidos de sable, tantos años planeados, postergados e inventados también para perseguir y eliminar enemigos de la “paz y la democracia”, como se autocalificaba el régimen que estaba llegando a su fin.

Esa noche de la Candelaria y parte de la madrugada el país y parte del mundo inclusive contenían la respiración en espera de un resultado. Podría ser el fin o el comienzo de otra implacable persecución porque si bien Stroessner estaba debilitado, no estaba acabado aún.

Su mantenimiento por más de tres décadas fue por la represión, pero también por su habilidad para hacer alianzas con la élite económica, militar y política del país, juntos con mecanismos de control y cooptación social. (J. Prats, Diagnóstico institucional de la Rca. del Paraguay).

¿Cómo se explica que falle un ataque militar de sorpresa en contra del enemigo? Solamente porque estaba avisado y tuvo tiempo de preparar el escape del objetivo. “No faltó un traidor que delató la conjura avisándole a la mujer del presidente del plan de asalto a su casa”. Las dramáticas consecuencias del adelantamiento del golpe no fueron peores gracias a la impericia y torpeza de los generales leales al tirano, quienes en vez de acudir a sus unidades se juntaron como moscas en plato de miel en el Comando en Jefe, poniéndose a las órdenes del coronel Gustavo Stroessner. (V. A. Segovia, De Morínigo a Cubas).

Seguro y despreocupado

Tan seguro y despreocupado ya andaba Stroessner con sus 76 años y 34 en el poder que ni siquiera se tomó la molestia de cerciorarse de la situación. El ministro del Interior, Sabino Montanaro, le enseñó documentos y grabaciones de la conspiración del general Rodríguez con un sector del Partido Colorado y la respuesta fue un reproche por intentar “difamar a su familia”. (H. Ceupens, Paraguay, ¿un paraíso perdido?).

Es posible que en la etapa final de su gloria Stroessner haya estado repitiendo el mismo error cometido con él por su antecesor, el presidente Federico Chaves a quien derrocó en 1954. Por aquel entonces, el teniente coronel Néstor Ferreira, comandante de la Caballería, conocedor de la conspiración impulsada por el general Alfredo Stroessner, se negó a presentarse al despacho de este. “Mire, Ferreira, el único militar que no ambiciona la presidencia de la república es el general Alfredo Stroessner. Preséntese y después hablamos”, le ordena el presidente, y así le fue. (A. González Delvalle, La hegemonía colorada 1947-54).

La población buscó refugio en sus hogares mientras se desarrollaban los acontecimientos en la noche y la madrugada del 2 y 3 de febrero, y muchos lograron extrañamente acceder a la frecuencia de radio utilizada por los “Carlos”, grupo de generales involucrados en el complot, para seguir de cerca el desarrollo de la acción militar. Radio Cáritas, de la Iglesia Católica, transmitió en directo la operación. Los stronistas civiles, al igual que los militares, estaban totalmente desconcertados y de los colorados stronistas “hasta las últimas consecuencias” no se tenía noticia alguna.

Estos últimos eran de la corriente partidaria conocida como “militantes”, quienes se levantaron en contra de los “tradicionalistas”, a quienes consideraban el ala burguesa del partido de gobierno, por lo que procedieron a destronarlos el 1 de agosto de 1987 mediante un golpe de convención, con el argumento de que eran flojos en su respaldo al líder y estaban haciendo el juego a la oposición.
La división del oficialismo republicano se concretó y de esa forma los disidentes que hasta entonces operaban desde el exterior (Mopoco, Anrer) ganaron simpatizantes entre sus correligionarios, inclusive entre los miembros de las Fuerzas Armadas, quienes veían con recelo la promoción del coronel Gustavo Stroessner como posible sucesor del dictador.

El sistema económico y político instalado por el stronismo no era sustentable sin Stroessner. Él estaba en la indiscutible cúspide de una trilogía perversa de Gobierno, Fuerzas Armadas y Partido Colorado, que sustituía el funcionamiento institucional de los poderes en una democracia real. El modelo que comenzó a resquebrajarse en 1987 terminó por demolerse en 1989 con la caída del dictador. (B. N. Farina y A. Boccia, Paraguay bajo el stronismo 1954-89).

Por fin, en la madrugada del 3 de febrero, alrededor de las 2:30 “aula” el general Andrés Rodríguez al pueblo paraguayo y da cuenta de la “renuncia” del general Stroessner para luego dar a conocer los motivos de la destitución.

El entonces coronel Lino César Oviedo se alzó con el mérito de lograr la rendición del dictador, trofeo que utilizó en la transición para convertirse en figura militar y política hasta su muerte trágica y extrañamente coincidente con la fecha del derrocamiento, 24 años después, mientras hacía campaña para acceder a la presidencia.

El país amaneció el 3 de febrero con el milagro de San Blas: el fin de un régimen oprobioso. Un oficial, un extranjero y una veintena de soldaditos muertos, rastros de cañonazos en el Batallón Escolta, el cuartel de Policía; sangre en el pavimento. Poco a poco las calles de Asunción se fueron poblando de alegres y entusiastas ciudadanos y ciudadanas que iban marchando en dirección al Panteón de los Héroes. Abrazos eufóricos entre “enemigos”, el más recordado entre el opositor Domingo Laíno y un policía uniformado.

La sirena de la libertad

La sirena de ABC Color, clausurado por la dictadura durante cinco largos años, sonó más larga que nunca, más que un anuncio era una celebración y el anticipo de un advenimiento de tiempos de libertad y ejercicios plenos de derechos ciudadanos. Para nosotros, era un llamado a recuperar nuestros puestos de trabajo.

La euforia no permitió pensar mucho en el futuro. Otros lo hicieron por nosotros desde afuera. La Embajada de Estados Unidos se desentendió de su agente ideológico mucho antes amparado en la política de derechos humanos de Jimmy Carter, pero Brasil sí vino presuroso con avión de las Fuerzas Armadas en busca del hombre que inició una alianza estratégica post Triple Alianza con Juscelino Kubitschek.

Este abrió las puertas de su país en 1956 para que Stroessner cumpliera su sueño de tener una salida por el Este, lo cual se cumplió aunque en realidad fue para que Brasil pueda deforestar, poblar las tierras más fértiles y quedarse con toda la energía que corresponde al Paraguay. (A. da Mota Menezes, La herencia de Stroessner).

Hoy Alfredo Stroessner y sus hijos varones están muertos, al igual que sus leales generales de la época. Se fueron sin conocer los rigores de la justicia, pero el Paraguay sigue luchando para tratar de exterminar las consecuencias de su nefasto régimen de terror y corrupción, exclusión e intolerancia.

ebritez@abc.com.py

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