–Los que mataron a Somoza (en Asunción) fueron todos combatientes en Nicaragua...
–En Nicaragua hubo combatientes de decenas de nacionalidades. Fue como la Guerra Civil Española. Había chilenos, argentinos, venezolanos, colombianos, españoles, panameños, costarricenses, hondureños... Fue una guerra que movió al mundo. Nosotros sentíamos el apoyo internacional a la Revolución...
–Y hoy, cómo lo recuerda, ¿con amargura por el desenlace autoritario que tuvo?
–No, con amargura no: con nostalgia. La nostalgia es natural, en la medida que pasa el tiempo crece, ¿no? Yo nunca me hubiera perdido la oportunidad de participar. Hoy me sentiría abrumado si me hubiese perdido la Revolución. Hubiese estado triste. Fue un hecho decisivo en mi vida. Me siento muy satisfecho por haber sido protagonista.
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–¿Por qué los sacerdotes que participaron, (Ernesto) Cardenal, (Miguel) D’Escoto, parecían más revolucionarios que los combatientes? ¿Qué los transformó?
–No hay que olvidarse que en ese entonces estaba recién venida aquella concepción del compromiso cristiano con los pobres, la opción preferencial con los pobres...
–La teología de la liberación...
–Claro. Nicaragua fue el primer laboratorio.
–Ya había antecedentes con Camilo Torres en Colombia, Helder Cámara en Brasil...
–Sí, y en Nicaragua se pudo ensayar la participación de muchos sacerdotes y monjas que empezaron colaborando con la guerrilla en los barrios y luego se comprometieron a fondo. Gracias a los curas, a los religiosos de colegios católicos, muchos jóvenes de la alta burguesía se incorporaron a la Revolución.
–¿Hicieron de puente?
–Exacto. Entonces, los grandes teólogos de la liberación llegaron a Nicaragua: Gustavo Gutiérrez, Boff y todos los demás. Ellos fueron decisivos. Tuvieron mucha influencia en la Revolución...
–No pudieron cambiar a la Iglesia como quisieron..
–No. La feligresía siguió fiel a la autoridad de los obispos conservadores. Ellos terminaron siendo un fenómeno de minorías. De todos modos, yo estoy seguro de que los religiosos que trabajaron para la Revolución no plantearon nunca hacer una Iglesia paralela. Había mucha propaganda y antipropaganda.
–Hasta hoy se recuerda aquel incidente en Managua (1983) del papa Juan Pablo II con Ernesto Cardenal (entonces ministro de Cultura del Gobierno sandinista)
–Sí, se comentó en todo el mundo. Se publicó la foto. Ernesto (Cardenal) se arrodilló delante del Papa y él lo regañó...
–¿Qué le dijo?
–Le dijo que tenía que obedecer a la Iglesia. (sonríe con ironía) Entonces, como la foto es muda, se hicieron muchas interpretaciones. (el Papa sancionó en 1984 a Cardenal y otros cinco sacerdotes por ocupar cargos en el Gobierno. El papa Francisco levantó el castigo en 2014).
–¿Usted estaba ahí?
–Claaro. Yo estaba al lado. Yo oí lo que le dijo: “¡Usted tiene que regresar a la Iglesia. Obedezca. Tiene que obedecer a sus superiores!”. Le dijo una cosa así. Fue un regaño.
–¿Qué le contestó Cardenal?
–No contestó nada.
–¿Usted se ve con él?
–Sí, somos vecinos. Hablamos siempre...
–¿De política?
–Hablamos de todo siempre. Él sale poco. Tiene 93 años..
–Aquel primer gobierno (revolucionario) fue una selección de primera...
–Era gente muy brillante. Los mejores del país estaban en el primer gobierno revolucionario. Estaba Violeta Chamorro (la viuda del director asesinado del diario La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro), Alfonso Robelo, que era presidente de los empresarios. El canciller era el padre (Miguel) D’Escoto (ya fallecido). Esa Junta funcionó un año...
–Esa primera Junta ¿pudo haberle dado un mejor sentido a la Revolución que después se tergiversó?
–Era muy difícil. Había muchas tendencias ahí. La fidelidad de los combatientes no era con la Junta sino con los jefes del Frente Sandinista (que comandaban los hermanos Ortega). La Junta no tenía ningún respaldo militar.
–¿Cómo afecta a la impresión de libros la tecnología digital? Si se compran menos diarios, qué serán los libros...
–Son dos fenómenos distintos. La circulación de diarios impresos ha venido disminuyendo. Es obvio. En un momento dado la impresión de libros disminuyó pero se detuvo y ha repuntado. El problema con los periódicos es que el digital pone la noticia al instante en el celular. El ángulo verdadero del periódico impreso se dirige a los grandes reportajes, las investigaciones a fondo. Es lo que están haciendo The Washington Post, New York Times. Los diarios están renaciendo de esta manera...
–Los temas trabajados...
–El presidente Donald Trump les está dando bastante tema: lo que el FBI y la CIA están haciendo. Ellos (los periódicos) tienen sus topos metidos ahí y entonces eso despierta la curiosidad de la gente para comprar periódicos. Pero bueno, los periódicos tienen además una ventaja, que tienen un ala en la tinta y otra en la multimedia.
–¿Usted lee el impreso?
–Soy un gran lector de periódicos digitales porque oigo voces, veo imágenes, leo noticias pero soy un enamorado del libro y del periódico impreso. Leo a la mañana. Me gusta el libro y el periódico en la mesa, abrirlo, olerlo y leerlo. Cuando viajo ya no llevo libros en mi maleta. Meto una tableta. Esa es mi opción. Entonces puedo decir que soy un lector anfibio. Leo papel y digital. Me daría pesar que termine el impreso. Probablemente no lo voy a ver. Lo que importa finalmente es que la gente lea, sea cual sea el instrumento de lectura.
–¿Cómo se imagina el futuro?
–El día que haya solamente libros electrónicos, lo importante es que se lea. Lo que no va a desaparecer y en eso yo estoy absolutamente seguro es la lectura de libros de imaginación. Leer invenciones es una necesidad del ser humano. Que a uno le cuenten un cuento, que le cuenten historias inventadas, eso existe desde los albores de la humanidad y eso no va a terminar porque es la parte del mecanismo del cerebro. Hay grandes estudios científicos sobre eso. Entonces, la imaginación no va a desaparecer como tal ni los libros de imaginación ni la información científica...
–La tendencia cuál es. Como hay tanta oferta en el digital parece que hay menos tiempo de leer libros de larga duración...
–Un libro como Harry Potter tiene como 800 páginas. Un niño de 12 años lo lee. El problema no está en la extensión de los libros. El Conde de Montecristo o La Señora de París tenían de 800 a 1.000 páginas. El asunto es que la gente encuentre interesante leer o no ese libro, sea grande o sea pequeño. Eso depende del arte del escritor, de las habilidades del escritor. Un libro de 50 páginas puede ser aburrido y nadie lo lee. El escritor tiene que crear los ganchos necesarios para que el lector no abandone la lectura, sea esto en el formato de papel o en el electrónico. Siempre va a ocurrir lo mismo. Ahí está esta escritora italiana Elena Ferrante. Ella ha publicado una cuatrilogía, de 800 páginas cada una con un éxito de ventas en todo el mundo (“Dos Amigas”). Y eso es ahora...
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