Soldado herido en el derrocamiento lamenta todo el olvido de la patria

Para un soldado ybycuiense que con patriotismo sirvió a la patria, esta le pagó muy mal. Las heridas recibidas en la sangrienta gesta del 2 y 3 de febrero de 1989 le torcieron sus más sanos anhelos. Hoy, con secuelas imborrables en la salud, encara la vida con sacrificio, lejos de la familia. Nunca fue indemnizado pese a ser una de las últimas víctimas de la dictadura.

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Rememora que, siendo prácticamente un niño, ilusionado se presentó “bajo bandera” en el Batallón Escolta Presidencial en 1988. “Mi intención real era traer mi baja y un oficio, para trabajar y estudiar solo con el afán de ayudar a mis padres. Lamentablemente el destino marcó un rumbo nunca imaginado, solo traje decepción, enfermedad y plomos en mi cuerpo”.

En su trabajo en una chipería de Paraguarí, López rememora con tristeza cuando en la noche del 2 de febrero cerca de las 22:30 llegó la sorpresa.

Comenta que en el pabellón irrumpió un General de apellido Ruiz Díaz, que comandaba el batallón, y que en forma apurada despertó a la tropa y exigió a que agarraran cualquier arma.

“Primero nos dijo que la Caballería fue atropellada, y que nos iríamos de refuerzo, al salir encontramos otra realidad”. Comenta que cubrió el puesto “5” en grupo de 20 soldados en la parte trasera del edificio del cuartel, en una bocacalle, e ínterin en que ya empezaron a caer cuerpos entre ellos, recibieron la orden para no entregarse. “Cerca de las 01:30 apareció un tanque, nos hicieron seña a que despejáramos y, en vista de que desobedecimos, empezaron a tiranos”, señala.

Refiere que casi todos fueron heridos con esquirlas y que en su caso los proyectiles impactaron en el muslo derecho, brazo izquierdo y que hasta ahora tiene un proyectil en la rodilla.

Expresa que se golpeó la cabeza y que perdió demasiada sangre. Un teniente, López Olazar, resguardó a los heridos en una pieza y pidió a los demás que se escondieran o corrieran para salvarse como puedan.

“El ataque habrá terminado cerca de las 04:30 horas, yo estuve muy cerca de la muerte, perdí el conocimiento y ya cuando amanecía alrededor de las 05:30 me desperté en la carrocería de un camión que nos transportaba al Hospital Militar, donde me recuperé parcialmente después de estar varios días entre la vida y la muerte”, rememoró.

Según Ismael López, la cifra oficial de muertos es ficticia, ya que hubo una masacre en el Escolta por los reclutas expuestos a cuerpo gentil y que ni siquiera sabían manejar armas.

Lejos de la familia

El entrevistado explica que se desempeñó en varios oficios que requerían esfuerzo físico, pero su salud empeoraba y trabajó en seguridad, que también abandonó por recomendación de su médico. Al no tener otra alternativa, pasó a trabajar de vendedor en una chipería de Paraguarí, donde no gana lo suficiente para traer consigo a su familia. Solo los lunes tiene licencia para compartir con su esposa y sus 2 hijas de 7 y 14 años y sus padres que viven todos juntos en una humilde vivienda en el barrio Santa Rosa de Ybycuí.

Su mayor anhelo es vivir con su familia, pero no tiene alternativa, pues nunca le indemnizaron por las balas recibidas y la tortura inolvidable del 2 y 3 de febrero de 1989, que hasta ahora le produce pesadillas, refiere Ismael, quien espera que se haga justicia.

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