Un refugio para la historia

Eran tiempos revoltosos en Bolivia. Desde que terminó la Guerra del Chaco, se sucedieron regímenes militares que llegaron al poder por la fuerza. Uno de ellos fue el de Gualberto Villarroel, que asumió el poder en 1943 y se constituyó en el primer presidente que no tenía vinculación con las élites dominantes de la época, lo que le valió el rechazo de los grupos privilegiados.

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Villarroel tomó medidas de carácter social que beneficiaban principalmente a los campesinos y gozaba de gran popularidad. Sin embargo, una logia militar afín a su Gobierno– denominada Razón de Patria (Radepa)- tomó medidas extremas contra la oposición y fusiló sin juicio previo a varios políticos, lo que causó indignación en la población y ensombreció a su Gobierno.

Villarroel tuvo un destino fatal: el 21 de julio de 1946, una multitud ávida de sangre ingresó a la Plaza Murillo, tomó por la fuerza el Palacio de Gobierno y asesinó a golpes al presidente en su despacho. Su cuerpo fue lanzado por un balcón y luego colgado de un farol por fuerzas contrarrevolucionarias, instigadas por los grupos de poder de oposición. Junto a él fueron asesinados también su secretario y su edecán.

Víctor Paz Estenssoro, que era jefe del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y había sido ministro de Hacienda de Villarroel, tenía la certeza de que lo iban a matar: lo habían intentado poco tiempo antes y lo intentarían meses después. El día del derrocamiento, alejado ya del Gobierno, se encontraba oculto en un entretecho desde el cual escapó hacia la Embajada de Paraguay en busca de refugio.

Si Paz Estenssoro sobrevivió fue gracias al embajador Miguel Ángel Manzoni, quien lo recibió en la sede diplomática y minutos antes de que una turba enardecida llegara al edificio para ejecutar al político, extendió sobre el piso la bandera roja, blanca y azul como quien sienta soberanía.

¿Cómo llegó Víctor Paz hasta ahí? ¿Qué pasó después? ¿Cómo incidió ese día en el futuro de Bolivia? El historiador boliviano Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach recoge en su libro “Conversaciones con Víctor Paz Estenssoro” el testimonio del expresidente y analiza su figura desde la perspectiva histórica a más de 50 años.

Llegada a la embajada de Paraguay

Meses antes de la caída de Villarroel, Paz Estenssoro y otros miembros del Gobierno habían renunciado a su cargo. Sin embargo, la muchedumbre se encontraba instigada en forma violenta y tenía por objetivo eliminarlo a él también. El mismo día del asesinato del presidente, Paz Estenssoro escuchó en la radio que los grupos opositores vigilarían las embajadas para evitar que él y otros políticos se asilaran.

Paz se escondió en el entretecho de una casa donde planificó su huida y salvación. “En ese momento recordé algo que me había ocurrido el 14 de mayo. Como ministro de Hacienda, fui invitado por el embajador de Paraguay, Miguel Ángel Manzoni, a la recepción que ofreció con motivo del aniversario nacional de su país. De acuerdo con mi inveterado hábito de observar puntualidad, llegué a la hora que señalaba la esquela; fui el primero de los invitados en estar ahí. El embajador Manzoni me propuso salir al jardín para disfrutar del radiante sol invernal de La Paz”, le contó Víctor Paz, medio siglo más tarde, a Eduardo Trigo.

Cuando Manzoni y Paz estaban en el jardín, el embajador le había mostrado una entrada y dicho: “Si alguna vez estás apurado por entrar a la Embajada, puedes usar la puerta que da a la otra calle”.

Recordó ese momento y pensó que la guardia de los revolucionarios estaría vigilando la puerta principal de la Embajada. Decidió emprender marcha a pie, junto a dos colaboradores, para iniciar el plan de asilo. Tras ser recibido por el conserje, se enteró de los sangrientos sucesos que acababan de ocurrir en la plaza Murillo. “Por el jefe de la misión diplomática me enteré de la muerte de Villarroel y me eché a llorar como un niño”, recordaría Paz.

Entonces asumió el poder una junta civil encabezada por juristas, pero la exacerbación política se mantuvo. El 27 de septiembre de ese año, cuando la práctica de los colgamientos parecía haber terminado, una turba se dirigió a la cárcel de San Pedro y secuestró a dos militares que habían tenido cargos altos durante la gestión de Villarroel y quienes eran sindicados de ser los autores intelectuales del fusilamiento de políticos de oposición. Los llevaron a la plaza Murillo y los colgaron de faroles ante la población.

Con la sangre aún caliente en las manos, la muchedumbre se dirigió a la Embajada de Paraguay en busca de Paz Estenssoro. “El propósito era sacarme y conducirme al farol en una nueva orgía de sangre”, recordaba el político. Al aproximarse la turba, el embajador Manzoni extendió en el piso, en la entrada del edificio de la misión diplomática, la bandera paraguaya.

Manzoni llamó al jefe del Estado mayor, el coronel David Terrazas, para advertirle que la gente se dirigía ahí y que la bandera estaba en el suelo. Le mencionó que su país y Bolivia habían tenido una guerra y para ingresar a la Embajada tendrían que pisar la bandera, “lo que provocaría una acción inmediata al ser herido el orgullo nacional”. El coronel fue a dar encuentro a la multitud vociferante que, inesperadamente y a pocas cuadras de la Embajada, dio media vuelta y se fue por otra calle, ante la advertencia.

“De ese modo, el pabellón paraguayo me salvó la vida. Así se añadió una razón más para que crezcan mi amistad y aprecio por la patria de Solano López”, dijo Paz casi al final de su vida.

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