Curupayty. El 22 de septiembre de 1866 se producía la más grande victoria militar de las armas paraguayas. Fue durante la Guerra de la Triple Alianzay, como pocas, esta contienda fue prologada con grandes preparativos. El 8 anterior, el general José Eduvigis Díaz había iniciado la fortificación del enclave. Cinco mil hombres trabajando en turnos y bajo el pertinaz bombardeo aliado, cortaron árboles, cavaron trincheras, construyeron túneles, zanjas y abatises. Para el 21 de septiembre las obras estuvieron listas. El esfuerzo paraguayo fue beneficiado por la indecisión del comando aliado y las continuas lluvias que anegaron toda la región, que postergaron en varias ocasiones el ataque enemigo.
Al día siguiente, a las ocho de la mañana, 101 cañones de la escuadra brasileña “inauguraron” las defensas escupiendo fuego sobre ellas. Un “desconcertante silencio” de parte de las fuerzas de Díaz contestó el ataque. Cesado el bombardeo, 9.000 argentinos con traje de gala y al son de aires marciales se lanzaron al carrizal, seguras del triunfo. Se hallaban bajo el mando de los generales Wenceslao Paunero y Emilio Mitre mientras que los 10.000 brasileños eran conducidos por el general Manuel Marques de Souza, barón de Porto Alegre. Toda la acción estaba bajo el mando del general Bartolomé Mitre, quien a las dos y quince de la tarde, y tras los numerosos e infructuosos asaltos de los suyos, ordenaba la retirada. A las tres, los brasileños imitaban el ejemplo mientras que en las líneas paraguayas sonaban clarines de victoria. La masacre verificaba lo que Díaz había anticipado al mariscal López: Kurupa’yty, era inexpugnable.
Para esta acción actuaron junto con el jefe paraguayo su oficial asistente, capitán Eduardo Vera; como jefe de la Infantería actuó el teniente coronel Antonio Luis González, y la Artillería estuvo bajo la conducción del marino Pedro V. Gill. Detrás y parapetados en las defensas, actuaron 5.000 paraguayos cuyas bajas fueron insignificantes: 92, entre muertos y heridos. Entre los primeros, se lamentaron las del polaco Luis Leopoldo Myzkovski y de Albertano Zayas, quienes como castigo fueron puestos en las defensas más intensamente sometidos al bombardeo de los acorazados brasileños.
Las fuentes son casi concordantes en otorgar entre cinco y siete mil muertos en filas de los aliados, además de heridos y 37 prisioneros. Entre los muertos brasileños se encontraban seis comandantes, y en filas argentinas cayeron oficiales de gran prestigio.
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Boquerón
El 29 de septiembre de 1932 se producía la rendición de los bolivianos en Boquerón, en los inicios por la disputa bélica en el Chaco. Se había combatido desde el 9 anterior, día en que el Ejército paraguayo inició el sitio. El comando de Bolivia se había propuesto retener el enclave, pero todo fue en vano. Cerca del 29, ya se escuchaban voces desde el interior del fortín que preanunciaban la rendición. Pero los disparos continuaron desde las defensas mientras que los paraguayos empeñaban nuevos ataques. En uno de ellos, a bayoneta calada y con el grito: “¡¡Al asalto!!... ¡viva el Paraguay” cayó mortalmente herido el capitán Orefieff de Serebriakoff, ruso blanco, comandante del Regimiento de Infantería Nº 2.
El día 29, bien temprano, continuó el fuego de ambos sectores hasta que alrededor de las 6:00 se produjo un “silencio absoluto”. Fue cuando llegó a la línea paraguaya el capitán boliviano Antonio Salinas, quien en nombre de su jefe, teniente coronel Manuel Marzana, solicitaba la capitulación. En la posición paraguaya recibía el pedido el mayor José Antonio Ortiz, comandante del Regimiento Curupayty. Fue destacado entonces el teniente Manuel Islas para ingresar al reducto hasta entonces enemigo. A este oficial, Marzana reiteró verbalmente el pedido de rendición. Islas comunicó el hecho al capitán Luis Santiviago, comandante del Regimiento Boquerón.
El Fortín Boquerón había retornado al seno original: territorio paraguayo reconquistado.
Algunas de las patéticas escenas registradas más tarde se hallan relatadas por el entonces teniente Heriberto Florentín, uno de los protagonistas de la gesta: “... Toda la tropa se había abalanzado en incontenible desborde hacia la trinchera doblegada; cualquiera podía creer que este encuentro de vencedores y vencidos, llevado bajo un clima de alta tensión nerviosa, terminaría en un ensañamiento despiadado y cruel de los primeros sobre los segundos. Sin embargo, fue todo lo contrario: cada soldado paraguayo buscaba a un boliviano para confundirse con él en un efusivo abrazo, como si se tratara de un viejo amigo a quien se encuentra después de un largo tiempo de separación. Allí he visto derramarse muchas lágrimas de la emoción. Nadie adoptó postura de vencedor ni de verdugo...”.
Habían terminado 20 días de sangrientos combates en procura de ese momento.
Texto y fotos: Jorge Rubiani jorgerubiani@gmail.com
